De acuerdo con las previsiones que se han hecho desde el verano, parece que tendremos una vacuna contra la covid-19 aprobada antes de terminar el año o, como mucho, a principios del siguiente. Más de una, de hecho, porque hay 12 completando ensayos clínicos de fase 3, y algunas a punto de terminarlos, como las de Moderna, Pfizer, Johnson & Johnson y AstraZeneca. No faltarán opciones. ¿Pero debemos fiarnos de estas vacunas?
Debido a la urgencia y la necesidad de buenas noticias, desde el principio de la pandemia se ha roto una de las normas de oro de la ciencia: primero se han emitido las notas de prensa y luego se han publicado los datos de los estudios. Normalmente se hace al revés para evitar conflictos de interés (quien anuncia los éxitos no puede ser quien saldrá más beneficiado, económicamente o de otras maneras), y para asegurarnos de que un grupo de expertos imparciales tiene tiempo de escrutar los resultados. Esto nos obliga a tomarnos las noticias de estos días con precaución: hasta que no tengamos acceso a toda la información, más vale ser prudentes.
Es por ello que la eminente viróloga Margarita del Val expresaba hace unos días en una entrevista sus dudas sobre los anuncios recientes de efectividades del 94,5% y 95% de las vacunas de Moderna y Pfizer, respectivamente. Tiene razón en cuanto a que lo que interesa sobre todo es saber si protegen a la gente más vulnerable y si reducen los casos graves y las muertes, y de todo esto todavía no han dicho nada. La alegría, pues, es un poco prematura, aunque tenemos motivos para ser optimistas.
Pero todo esto se solucionará antes de que las agencias reguladoras permitan que se den masivamente a la población. Se ha corrido mucho en la producción de las vacunas, es cierto, pero solo en las fases que lo permitían. Haber inyectado tantos millones en la búsqueda ha acortado mucho la etapa pre-clínica, y la burocracia, que la hay en todo el proceso, también se ha reducido a la mínima expresión. Ahora bien, los ensayos de eficacia y seguridad se están haciendo igual que siempre. O mejor, incluso. Comparémoslo por ejemplo con la primera vacuna del ébola, que se aprobó el año pasado después de darla a solo 3.000 voluntarios. Naturalmente, la necesidad en ese caso era otra y justificaba las prisas. La clave de una vacuna contra el covid-19 no es quizá tanto que sea muy efectiva (con un 60-70% también nos arreglaríamos) sino, sobre todo, que no tenga efectos secundarios graves, por poco frecuentes que sean, porque se habrá de dar a millones de personas. Por ello se han reclutado miles de voluntarios (cerca de 50.000 para cada una en la fase 3), para que se puedan detectar incluso los problemas más raros. Tal como indicaba también Margarita del Val, debería ser suficiente para estar tranquilos.
Esto significa que, una vez se hayan publicado todos los detalles de los estudios y los expertos los hayan revisado con lupa, las vacunas que lleguen al público serán seguras (y, además, funcionarán suficientemente bien). Es importante repetirlo, porque últimamente está creciendo una peligrosa ola de desconfianza en todo el mundo: algunas encuestas dan cifras sorprendentemente altas de gente que no querrá vacunarse. Lo he oído decir también a profesionales que, en principio, deberían entender lo que significa que un fármaco pase todas las pruebas pero se están dejando llevar por las supersticiones. Esto da mucho miedo, porque hasta que al menos tres cuartas partes de la población mundial tenga anticuerpos, no podremos empezar a respirar tranquilos. Si la campaña de vacunación topa con estas reticencias, la crisis se puede alargar indefinidamente.
No ha ayudado nada que Rusia y China hayan dado el visto bueno a seis vacunas que aún están en fase 3. En teoría ya se están administrando a grupos concretos de población, aunque no nos ha llegado ningún dato. Se entiende que estos casos levanten suspicacias, sobre todo por las motivaciones políticas que hay detrás, pero hay que diferenciar lo que está pasando en el resto del mundo. Recordemos que Donald Trump presionó para conseguir un golpe de efecto similar antes de las elecciones, pero los organismos reguladores de Estados Unidos rehusaron saltarse ningún paso. Esto demuestra que el proceso de aprobación funciona bien.
En cuanto se empiece a distribuir de forma generalizada una vacuna (primero la recibirán el personal sanitario y las poblaciones de riesgo), podéis contar con que me veréis al frente de la cola para recibir una dosis. Por responsabilidad social, sí, pero también por motivos puramente egoístas: me muero de ganas de volver a hacer vida normal. Y eso, seamos realistas, solo nos lo permitirán las vacunas.