lunes, 30 de marzo de 2020

¿Cómo se gestiona una pandemia?

La pregunta entera sería: ¿cómo se gestiona una pandemia en una sociedad globalizada y hiperconectada donde te puedes plantar en la otra punta del globo en pocas horas y donde la información, también la falsa, se transmite a la velocidad de un clic? Una respuesta podría ser que no tenemos ni idea porque es la primera vez que nos encontramos en una situación así. Pero no es del todo cierto que la covid-19 nos enganche por sorpresa. En el 2009 ya vivimos un simulacro con la gripe porcina, un virus nuevo que también corrió como la pólvora. No hemos sabido aprovechar esta década de tranquilidad para diseñar un plan de acción global contra pandemias, coordinado por una sola entidad guiada por los mejores expertos, que hubiera sido lo ideal. A falta de ello, hemos tenido que dejar la respuesta a manos de cada gobierno. Y aquí es donde empieza el drama.

Vivo en el Reino Unido, y cuando Boris Johnson anunció su pequeño experimento de darwinismo social (dejamos que la gente se infecte y los que sobrevivan generarán una inmunidad de grupo que frenará los contagios), mis amigos me contactaron despavoridos. Los voy tranquilizar: era una estrategia con una cierto sentido pero insostenible a corto plazo. Se podría hacer con una enfermedad que progresa lentamente, pero dejar que la covid-19 avance a su ritmo saturaría rápidamente los hospitales, que sería nefasto. Pronostiqué que antes de dos semanas debería cambiar de táctica. Solo tardó unos días.

Si yo, con conocimientos sobre el tema pero sin experiencia en epidemiología o salud pública, vi rápidamente el problema, ¿cómo es que los asesores del primer ministro no se dieron cuenta? Seguro que lo hicieron, pero por encima de las razones técnicas se deberían imponer las políticas (el gran ego de Johnson, la necesidad de marcar músculo ante los europeos ...). En el otro lado del Atlántico, la situación fue similar: Trump, siempre impermeable a la ciencia, perdía un tiempo precioso asegurando que todo estaba controlado y adoptando medidas sin lógica (¿impedir que aterricen vuelos de Europa pero no del Reino Unido?), como siempre pensando antes en la economía del país que en la salud de los ciudadanos.

Un líder inteligente reconoce sus limitaciones, se rodea de expertos y, sobre todo, les escucha. Por desgracia, muchos gobernantes obvian hoy algunos o más de estos pasos, y ahora pagamos el precio de poner estos irresponsables a dirigir países. Son comportamientos peligrosos cuando hay que tomar decisiones de vida o muerte con celeridad.

Es normal que en situaciones como estas existan dudas. Aunque discutimos, por ejemplo, si cerrar escuelas tiene un impacto relevante. El Center for Disease Control and Prevention de Estados Unidos recomienda no hacerlo, basándose en datos de Asia, pero la mayoría de estados han tirado por el derecho. Tendremos que esperar a analizar las cifras para saber cuál era la opción adecuada. En cambio, otras acciones las tenemos claras. Aislar lo antes posible los focos principales y cerrar países funciona muy bien. Lo hemos visto en Singapur, Taiwán y Hong Kong que, a pesar de estar muy cerca del epicentro, han conseguido salvarse de la pandemia. ¿El secreto? Una actuación rápida y contundente imponiendo cuarentenas y confinamientos y controlando fronteras. En Italia ha pasado lo contrario: sin contención, la población infectada del norte se extendió por todo el país, y con ellos el virus.

A pesar de las evidencias, a muchos dirigentes aún les tiembla el pulso. El propio Boris Johnson mismo no sabía qué hacer con un Londres que se le estaba llenando de virus más rápido de lo que le gustaría. Su estrategia inicial de pedir que la gente no fuera a los pubs pero no cerrarlos resume bien esta indecisión. El equilibrio que deben mantener los líderes entre seguir las recomendaciones científicas y no paralizar el país más de lo necesario les hace ser demasiado prudentes. Por suerte, el virus va retrasado en el Reino Unido unas semanas respecto el sur de Europa, por eso muchos entraron en modo confinamiento incluso antes de que el Gobierno lo ordenara. Quizá esta reacción ciudadana compensará en parte las vacilaciones de los políticos.

Cuando acabe el pico de infección y contamos las víctimas de cada país, podremos valorar mejor la gestión que se ha hecho. Será un buen momento de retirar la confianza a los políticos que no hayan sabido tomar buenas decisiones durante la crisis. Porque lo mejor que podemos hacer los ciudadanos para luchar contra las pandemias es ponernos en manos de los líderes adecuados.

[Publicado en El Periódico, 25/03/20. Versió en català.]

martes, 17 de marzo de 2020

Covid-19: ante todo, mucha calma

Dudaba de si hablar del Covid-19, porque la situación me causa cierto 'déjà vu': podría aprovechar textos que escribí sobre la pandemia de gripe porcina del 2009 y no se notaría mucho, porque a pesar de que se trata de virus diferentes, nos han afectado y hemos respondido de forma similar. Pero no haré trampas y me centraré en algunos aspectos de la situación actual que encuentro relevantes, con el conocimiento que me da haber trabajado con virus y haber escrito un par de libros de divulgación sobre microbios y epidemias.

Todavía no conocemos bien el SARS-CoV-2 (el virus que causa la enfermedad similar a la gripe llamada Covid-19). Sabemos que se extiende rápidamente (en parte porque los enfermos son contagiosos durante una larga fase sin síntomas) y que tiene una mortalidad media relativamente baja, seguramente menor del 2% (para tener perspectiva: 20 veces más que el 0,1% de la gripe estacional pero mucho menos que el 50% del ébola). Además, podría ser que se quedara escondido en algún lugar del organismo, como hace el VIH, y rebrotara cuando el paciente ya se ha curado. Si sumamos estos factores, más las numerosas incertidumbres, hay motivos de sobra para ser cautelosos. Pero no para vivir con el miedo en el cuerpo.

Si cada vez que comienza la temporada de gripe estacional las autoridades publicaran el número de contagios detallados y los diarios prepararan gráficos que siguieran cómo se extiende la infección y cuántas muertes causa, los momentos de pánico que se están viviendo ahora se repetirían cada invierno. Estos datos son muy importantes, sobre todo cuando ha aparecido un microbio desconocido, pero desde el punto de vista del control sanitario, no del del usuario. La transparencia es esencial (incluso los chinos lo han aprendido, después de que el SARS se magnificara por culpa de los intentos de ocultarla), pero también lo es cómo se transmite la información. Hay datos que, si se dan al público, amplificados por unos medios ávidos de noticias que atraigan lectores, no aportan ningún beneficio y, en cambio, pueden hacer daño. Un ejemplo: el afán por acaparar mascarillas (que, recordémoslo una vez más, no sirven para evitar que te contagies) ha hecho que se agoten en muchos lugares. La gente que realmente la necesita para otro motivos (personal sanitario, inmunodeprimidos...) ahora no tiene suficientes y deberá correr unos riesgos innecesarios.

Algo que deberían tener siempre en cuenta las autoridades es el poder de la estupidez humana, una respuesta habitual y natural (y más contagiosa que un virus) que exhibimos prácticamente todos cuando nos dejamos llevar por la 'sabiduría' de la masa en momentos de crisis. En la universidad he visto más de una vez cómo los estudiantes confían más en rumores que en la información que les pasamos los profesores. Si una población altamente educada y acostumbrada a contrastar fuentes de información se deja llevar fácilmente por la irracionalidad cuando está bajo presión, es fácil entender qué pasa en entornos menos preparados. Comunicar con mucho cuidado los temas de salud son deberes que tenemos todavía pendientes tanto los científicos como los políticos y los medios.

Las conclusiones que podemos sacar en el 2020 son las mismas que en el 2009. La más importante: cuando aparece un virus nuevo hace falta una respuesta rápida y coordinada hasta que entendamos el alcance de la enfermedad que causa. Lo que han hecho las autoridades, desde las chinas a la OMS, no es exagerado, sino adecuado. Algunas cosas se podrían pulir, sin duda, pero me ha parecido que se han evitado algunos errores antiguos y se ha actuado con más firmeza. Lo que no ha mejorado ha sido la gestión pública de la crisis, que ha vuelto a crear desconcierto, desconfianza y paranoia. Siempre habrá alguna persona que creerá que todo es un complot, pero lo que tenemos que conseguir es que este punto de vista se mantenga marginal y la gente haga caso a los que saben. Para ello tiene que haber una estrategia de comunicación coordinada y razonada, a ser posible con una sola fuente de información (tal vez la OMS misma) secundada y amplificada por todas las autoridades y medios.

No creo que nadie dude de que, hoy en día, las enfermedades infecciosas son un problema global. Empiezan en un rincón del planeta, pero nuestro estilo de vida hace que se extiendan como la pólvora. Las pandemias seguirán siendo frecuentes, los entendidos lo dicen, y debemos aprender de cada incidente para que la próxima vez las cosas nos salgan mejor. Porque tal vez un día aparecerá el virus perfecto, altamente mortal y fácil de extender, y entonces no tendremos tiempo de pensárnoslo mucho. De momento, mantengamos la calma y escuchemos solo a los expertos.

[Publicado en El Periódico, 9/2/20. Versió en català.]