miércoles, 30 de octubre de 2019

Este planeta no necesita que lo salven

Parece que por fin empieza a haber una aceptación universal del hecho que nos acercamos a gran velocidad a una catástrofe ecológica y que hay que empezar a actuar seriamente para evitarla. Ya era hora. Gracias a la Cumbre sobre la Acción Climática que hubo en las Naciones Unidas el mes pasado, el tema ha sido portada de todos los medios y me gustaría aprovechar esta ocasión para hacer tres observaciones y un pronóstico.

La primera observación es que no hay que menospreciar nunca el poder de los símbolos. Los científicos llevan años alertando de la gravedad de la situación, tras haber llegado al consenso, primero, de que la Tierra se estaba calentando más rápidamente de la cuenta y, algo más tarde, de que la mayor parte de la culpa era de la actividad humana. Pero las conclusiones de los expertos a menudo se pasan por alto, sobre todo si no nos gusta lo que implican, por eso han tardado tanto en llegar a gran parte de la población. La puntilla no ha venido de la ciencia sino de una persona cualquiera que, por una serie de accidentes y maniobras, se ha convertido en la cara visible del movimiento. Siempre empatizarmos más con una adolescente enfadada acusándonos de haberla dejado sin futuro que con un sabio presentando un 'power point' lleno de datos irrefutables, y los que han sabido explotar esta peculiaridad humana para crear un símbolo que removiera las conciencias se merecen todo el agradecimiento.

La segunda es que, como diría Brossa, la gente no se da cuenta del poder que tiene y, añado yo, por eso no lo sabe usar. Por desgracia, el encuentro en la ONU ha dejado un legado práctico bastante exiguo, como sus predecesoras. Buenas intenciones pero pocas acciones útiles. Por mucho que millones de personas pidan un cambio, si no ejercen una presión real, la utopía siempre acabará chocando con la realidad. También hay que recordar que aunque protesten a la vez todos los menores del mundo no se moverá nada porque, por diseño, el sistema democrático los mantiene al margen: mientras no puedan votar, los políticos no tienen ningún incentivo para hacerles caso.

Los que gobiernan prefieren obedecer el capital, que siempre es el que mueve los hilos. Dos de los principales países contaminadores en este momento, la India y China, se hacen los locos con los compromisos porque están en medio de una revolución industrial que los tiene que llevar donde llegó Occidente hace ya medio siglo, y no creen que sea justo que les obliguen a cortarse las alas. Hay demasiada gente que debe salir beneficiada (y enriquecida). Del tercer gran contaminador, los Estados Unidos, podemos esperar bien poco: han hecho presidente un individuo que tiene como principal objetivo mantener felices a las élites económicas y, por su propio interés, no se alejará ni un milímetro de este programa. Un puñado de dólares siempre pesará más que miles de pancartas.

La última observación es que aunque lo disfrazamos de ecologismo altruista, la lucha contra el cambio climático no deja de ser puramente antropocéntrica. Nos hemos cansado de decir que estamos destruyendo el planeta y que estamos acabando con su riqueza biológica, pero el planeta no tiene ningún problema: lo tenemos nosotros. Si nos miramos la Tierra como una entidad global única, esa especie de gran sistema autorregulado que Lovelock llamó Gaia, lo que está pasando con el clima no tiene ninguna relevancia. Si se funde todo el hielo y los humanos nos ahogamos, Gaia seguirá estando llena de vida. Si antes hacemos desaparecer la mitad de las especies, a la biosfera le será indiferente: ya ha habido cinco extinciones masivas, con pérdidas de entre 75 y 96% de todos los seres vivos cada vez, y siempre se ha rehecho. A menos que consigamos hender la roca que nos sostiene a golpe de bomba atómica, los humanos no somos un verdadero peligro para la Tierra. Pero todo esto que desde el punto de Gaia es insignificante, desde el nuestro es el apocalipsis. Dejemos de pretender que los esfuerzos son para salvar el planeta: somos nosotros los que estamos en peligro. Esto debería ser motivación suficiente.

Termino con el pronóstico. Mientras las generaciones nacidas en la bonanza del siglo XX controlen el poder, la lucha contra el cambio climático avanzará a pasitos de hormiga. Pero cuando los ciudadanos del siglo XXI cojan el timón, las cosas cambiarán de una vez. Tengo la esperanza de que los jóvenes que han sido capaces de salir en masa a la calle a quejarse no se volverán unos cínicos cuando les llegue el momento de escuchar los cantos de sirena del capital. Porque si ellos también caen en la trampa, Gaia seguirá haciendo la suya, sin duda, pero puede que nosotros ya no estemos para tomar nota.

martes, 1 de octubre de 2019

¿Hay diferencias entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres?

¿Hay diferencias entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres? Esta pregunta se ha hecho muchas veces y la respuesta ha ido variando a lo largo del tiempo, a menudo más guiada por motivos sociales y políticos que por datos rigurosos. Ahora sabemos que lo de "los hombres son de Marte y las mujeres de Venus" es tan anacrónico como creer que solo utilizamos el 10% de las capacidades cerebrales o que las personas creativas hacen ir más el hemisferio derecho mientras que los que tienen tendencias reflexivas los predomina el izquierdo. No hay ninguna información empírica que corrobore estas teorías (mitos, deberíamos decir), a pesar de que están muy imbricadas en el imaginario colectivo.

Las diferencias físicas entre sexos es un tema de especial actualidad, gracias sobre todo a los nuevos movimientos feministas que, como que tienen que volver a luchar batallas que parecía que ya se habían ganado hacía una generación, han tenido que recurrir a argumentos científicos para defender lo que debería ser obvio. Es sorprendente que hoy en día todavía haya gente que crea que, por el simple hecho de ser una mujer, alguien no pueda realizar cualquier tarea intelectual con igual eficacia que un hombre. Pero haciendo un esfuerzo para desmentir estas falacias, a veces cometemos el mismo error por el otro lado, el de pretender que hombres y mujeres somos biológicamente idénticos.
Por ejemplo, se ha usado mucho un estudio que demostraba que no se puede distinguir macroscópicamente el cerebro masculino del femenino, publicado en el 2015 por el grupo de Yaniv Assaf en la revista 'PNAS', para proclamar que, en este aspecto, somos iguales. No es así porque, debido a los niveles específicos de hormonas que nos corren por la sangre, hay variaciones funcionales según el género. Pasa en todos los órganos, aunque los cambios no se observen a simple vista, y el cerebro no es ninguna excepción.

Un hecho particularmente interesante es que las mujeres suelan tener peores notas en los exámenes de matemáticas o ciencias y mejores en los verbales, como demuestran los informes PISA. Esto parece que reforzaría algunos estereotipos sexistas, pero un trabajo publicado hace unas semanas en 'Nature Communications' por Pau Balart, de la Universitat de les Illes Balears, propone que la razón no es que las mujeres sean genéticamente discapacitadas para las asignaturas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés), porque si se hacen tests bastante largos, las diferencias entre sexos desaparecen. A partir las de dos horas, se igualan los resultados en la mayoría de los 74 países analizados, y en algunos lugares, cuanto más largas son estas pruebas de matemáticas, mejores resultados sacan las mujeres que los hombres.

¿A qué conclusión debemos llegar? Para empezar, que la forma como medimos una capacidad puede influir de manera decisiva en los datos que obtenemos, enmascarando la realidad. Esto es cierto para los exámenes clásicos, que suelen valorar una serie de competencias en condiciones artificiales que poco tienen que ver con la vida real. Por este motivo, cada vez se tiende más a evaluar los estudiantes usando un rango amplio de tests que no sesguen por motivos irrelevantes, como por ejemplo el tiempo que dura una prueba o las habilidades puramente memorísticas. El artículo también sugiere que las mujeres pueden pensar al máximo rendimiento durante tiempos más prolongados, lo que les podría dar una cierta ventaja en algunas tareas de responsabilidad.

Que los cerebros trabajan y responden de formas diferentes según el género es una afirmación que no debería sorprender a nadie. El cuerpo de una mujer es distinto al de un hombre, y no solo morfológicamente. Hace mucho tiempo que se sabe que el hígado, el corazón o el sistema inmune, por citar los ejemplos más conocidos, se comportan de una manera u otra según la cantidad de testosterona y estrógenos, y es lógico que las neuronas también sigan este patrón. Naturalmente, aquí no debemos deducir que unos sean menos inteligentes que los demás o que no puedan exceler en unas profesiones concretas. Como explica el artículo, podemos llegar al mismo lugar, lo que pasa es que tal vez utilizaremos caminos alternativos, en relación a nuestras particularidades funcionales.

Discriminar por género es absurdo, pero también lo es pretender que hombres y mujeres tenemos por defecto las mismas habilidades. En cualquier disciplina, lo que hay que hacer es fomentar los entornos que permitan sacar provecho de las cualidades particulares de los dos bandos sin poner barreras de género por motivos sociales, y dejar que elijamos el camino que más nos atraiga, independientemente de presiones culturales anticuadas. Por el bien de la sociedad, que tengamos uno o dos cromosomas X no debería verse más como una ventaja o una limitación.

[Publicado en El Periódico, 21/09/19]