martes, 22 de septiembre de 2020

¿Madrid? El problema lo tenemos todos

Madrid tiene un problema. La curva de contagios de covid-19 ha llegado a un punto peligroso que, pese a no ser comparable a los peores momentos de la primera ola, demuestra que la pandemia se ha vuelto a descontrolarse. Pero el mejor indicador del impacto real del virus no es el número de diagnósticos, que depende de cuantos tests se hacen, sino la saturación del sistema sanitario, que es el preludio al aumento de mortalidad. Ayer tenían un 20% de camas ocupadas por enfermos de covid-19 (40% en las uci), una situación que se acerca al colapso.

Un artículo publicado en 'The Lancet' esta semana situaba España, después de medir una serie de indicadores, entre los países que peor se han enfrentado a la crisis, junto a Brasil, Estados Unidos y Colombia. La razón es que, desde el principio, se ha ido un par de pasos por detrás, en lugar de ir dos por delante. Esto tal vez se podía justificar en marzo, cuando las incógnitas eran numerosas, pero no ahora que se puede prever hacia dónde van las cosas porque hay suficientes voces expertas anticipando correctamente la evolución de la pandemia. Es obvio que hay una falta de liderazgo competente.

Parte del problema es que la política se ha inmiscuido demasiado en la gestión. Cuando Catalunya y Aragón fueron las primeras en sufrir rebrotes después del confinamiento, la reacción fácil fue atribuirlo a la inoperancia de los gobiernos locales. Pero este no era el origen del problema: la desescalada rápida y prematura, sumada al ansia de recuperar una normalidad imposible, hacían los rebrotes inevitables. Lo que se necesitaba entonces era que el resto de comunidades se hubiesen preparado para hacer frente en mejores condiciones el reto que les estaba a punto de caer encima. Ahora vemos las consecuencias de no haber hecho los deberes.

Y siguen sin aprender la lección. El anuncio de Díaz Ayuso de restringir solo la movilidad en ciertas áreas de la comunidad de Madrid y no reunirse con Pedro Sánchez hasta el lunes demuestra lo poco que entienden todavía algunos políticos como funciona el covid-19. Hemos visto que lo que hay es actuar rápido y con contundencia. Al igual que ocurrió en la primera ola, ya están tardando a sellar la capital. El confinamiento y la limitación de la actividad social deben ser siempre la última opción, por el fuerte impacto social y económico que tienen, pero hay que ser lo suficientemente valiente para reconocer cuando hay que aplicarlos para evitar males mayores.

Madrid tiene un problema. Pero Catalunya también. Y el resto del país, y todo el mundo, porque este virus no se está quieto. La ignorancia, arrogancia e incompetencia de algunos líderes es un peligro no solo para el territorio que gobiernan sino para la salud global. En lugar de caer en la complacencia de celebrar la inutilidad de los rivales políticos, se debe anticipar el próximo movimiento. No tenemos muchas herramientas para contener el virus mientras no llega la vacuna y, hasta cierto punto, jugamos la partida con desventaja. Pero lo que no podemos hacer es ponerle las cosas más fáciles cometiendo errores que ya deberían haber sido superados, porque el precio se paga en vidas humanas.

[Publicado en El Periódico, 19/09/20. Versió en català.]

[BONUS: Una entrevista sobre el tema en un artículo de El Confidencial]

martes, 15 de septiembre de 2020

Hagamos todas las pruebas y sin prisas

Tenemos claro que la pandemia de covid-19 no se acabará hasta que una parte suficientemente grande de la población haya recibido una vacuna que genere anticuerpos protectores. Por eso hay tanto interés en cualquier información relacionada con las vacunas más avanzadas. El anuncio de un caso con complicaciones graves en las últimas pruebas que quedan por superar a la de AstraZeneca, desarrollada en Oxford, ha hecho saltar las alarmas. ¿Qué significa esto exactamente?

La consecuencia inmediata es que el proceso se retrasará hasta que se haya estudiado bien el caso. Aún no sabemos si el problema lo ha causado la vacuna y, de ser así, si es excepcional o se debe esperar con cierta frecuencia. No nos podemos permitir efectos secundarios importantes, ni que sean rarísimos, porque la vacuna se debería dar a miles de millones de personas. La cantidad final de afectados podría ser muy elevada.

¿Es el fin de la esperanza de tener una solución en los próximos meses? No necesariamente. Debería ser el fin de las prisas. La presión a la que están sometidos los científicos es comprensible pero peligrosa. Puede hacer que se vean empujados a saltarse algunas pruebas clínicas, lo que podría ser desastroso. Esto es lo que ya han anunciado que les ha pasado a Rusia y China: han aprobado tres vacunas (la Spunitk V los primeros y de CanSino y Sinovac los segundos) sin haber superado la fase 3. Los ciudadanos podrían estar recibiéndolas sin las garantías mínimas. Sin embargo, no nos consta que todavía nadie haya vacunado, pero conociendo la transparencia habitual de estos países, no debería extrañarnos nada.

El parón temporal de los tests de la vacuna de Oxford tiene dos cosas positivas. Primera, nos demuestra que la fase 3 es necesaria. Normalmente, los efectos adversos que solo aparecen ocasionalmente no se detectan en las primeras dos fases de los estudios, porque el fármaco se da a poca gente. Solo cuando el número de voluntarios se amplía a miles podremos saber si existen estos síntomas raros. Segunda, nos dice que los protocolos funcionan: si hay un posible problema, se detecta. Una conclusión importante a estos puntos es que, cuando una vacuna supere esta fase final, se podrá administrar con tranquilidad.

Continuamos, pues, pendientes de los datos de los diversos estudios clínicos en marcha, pero con paciencia. Las vacunas estarán listas cuando lo tengan que estar. Puede que alguna se quede por el camino, pero hay suficientes alternativas (nueve actualmente en fase 3, y cinco más en fase 2) como para confiar en que al menos una llegará al final de la carrera con éxito. Si esto pasará en noviembre, o en enero, o en abril no lo puede predecir nadie.

Por eso no tiene sentido anunciar ahora cuándo se podrán administrar las primeras dosis. Esta información no la sabemos. Poner fecha de entrega a la vacuna solo confunde y hace que te sientas estafado si las cosas no funcionan, que es uno de los resultado posibles. Tenemos que aprender a convivir con la incertidumbre, por incómodo que sea, exigir que se hagan las pruebas sin prisas y no caer en triunfalismos antes de tiempo.

[Publicado en El Periódico, 10/09/20. Versió en català.]

viernes, 4 de septiembre de 2020

¿Qué pasará cuando abran las escuelas?

 A estas alturas, deberíamos ser todos conscientes de que estamos ante uno de los retos más importantes desde el inicio de la pandemia: la llegada del otoño. Algunos previeron que este iba a ser un verano tranquilo, de una cierta vuelta a la normalidad después de la intensidad del primer pico, pero ya avisamos de que, si nos relajábamos, acabaríamos precisamente donde estamos ahora: comenzando una segunda ola justo cuando se acerca la bajada de las temperaturas (que facilitará los contagios), el final de las vacaciones (que saturará los transportes públicos) y el regreso a las escuelas. Encaramos los meses más duros en peores condiciones de lo que sería deseable.

Continuamos demostrando una falta de previsión fenomenal. Si hicimos la desescalada sin tener a punto ninguna de las herramientas de control de rebrotes (tests masivos, rastreos y capacidad de limitar movimientos), ahora abriremos las clases con solo cuatro medidas tomadas a toda prisa. Otros países lo están haciendo mucho mejor. En primavera, cuando aún no conocíamos el comportamiento del virus, estas carencias quizá se podían justificar, pero ahora cuesta entender que las administraciones no hayan hecho los deberes y que tampoco hayan aprovechado el verano para planificar con calma el curso. Nos enfrentamos a un problema sustancial y las soluciones, que existen, no son fáciles de organizar.

Uno de los escollos es la confusión sobre el SARS-CoV-2 y los niños. Es cierto que suelen ser asintomáticos, pero se contagian con una frecuencia similar a la de los adultos, según confirman los estudios serológicos y las PCR actuales. Además, pueden tener una carga viral (el número de virus en el cuerpo) igual o superior. Así pues, los niños no son resistentes a la infección, solo reaccionan de una manera más suave. Lo que no sabemos, porque todavía no hay datos, es si son igual de contagiosos. Considerando que pueden expulsar una cantidad similar de virus, podríamos pensar que sí. Tampoco sabemos si las escuelas son un foco importante de infecciones. Durante buena parte de la pandemia han estado cerradas y donde han abierto ha habido algunos rebrotes, pero no conocemos cómo han influido en el resto de la población.

En medio de esta incertidumbre, el miércoles pasado se anunciaron las conclusiones de un estudio que la plataforma Kids Corona del Hospital Sant Joan de Déu ha hecho con cerca de 2.000 niños durante cinco semanas de colonias en 22 'casals' de Barcelona. Es un análisis exhaustivo necesario, por lo que decíamos de la falta de datos, que ha revelado que en estos entornos hay poca transmisión. Se enarbolaron estos resultados para pedir tranquilidad, pero el estudio no demuestra que la tasa de contagio entre los niños sea más baja que en la de la población en general, como interpretan algunos, porque no está diseñado para medir esto. Solo dice que, en grupos pequeños, en espacios abiertos y con medidas adecuadas (mascarilla, lavado frecuente de manos y 'burbujas'), los contagios son mínimos. Son buenas noticias, pero, citando la nota de prensa, los resultados no son directamente extrapolables a otras condiciones. O sea, no nos explican qué pasará en las escuelas, donde todos estos factores serán diferentes. Hay que tener presente, además, que las cantidades de virus que circulan ahora son bastante más elevadas que las que había en junio y julio, cuando se hizo el análisis, lo que aumentará el riesgo.

Seguimos, pues, ante un montón de incógnitas. Nada nos permite asegurar que las aulas serán lugares protegidos de la propagación del virus, ni podemos garantizar que las escuelas no actuarán como nodos importantes de transmisión comunitaria. Hay muchas posibilidades de que no sea así, es cierto, pero los errores pasados nos dicen que no podemos confiar en la suerte. La única opción que nos queda ahora es prepararnos para lo peor tan bien como podamos (y esperar que no haga falta): ratios bajas, distancia, sesiones en el exterior mientras sea posible... Aunque tengamos poco tiempo y poco presupuesto para implementar las medidas necesarias, tenemos que hacer todos los esfuerzos.

Por último, quiero tranquilizar los padres que están sufriendo por sus hijos: sabemos que a la gran mayoría de ellos el virus no les hará nada. Quienes peligramos somos los adultos, que podemos contraer la enfermedad si nos la pasan cuando lleguen a casa. Nosotros sí somos susceptibles a la forma severa del covid-19. Ahora bien, no perdamos la perspectiva: corremos muchos más riesgos yendo a cenar o tomar unas copas con los amigos en espacios cerrados, sin mascarilla ni guardando distancias (situaciones que vemos muy a menudo estos días), que dando un beso a los chicos cuando vuelvan de la escuela. Seamos prudentes y, sobre todo, seamos razonables.

[Publicado en El Periódico 31/08/20. Versió en català.]