lunes, 12 de octubre de 2020

Las causas del desastre

Pasé diez años en Nueva York y aún conservo amigos. He hablado con ellos últimamente y me dicen que Manhattan parece desierto. La pandemia ha transformado radicalmente la ciudad que nunca dormía porque se han tomado medidas drásticas para detener los contagios. Una ha sido incentivar el teletrabajo. En la isla viven un millón y medio de personas, el mismo número que entraba cada día a trabajar. Si la gente no va a las oficinas, las calles y los comercios están desiertos. A esto hay que añadir el cierre prácticamente total de bares y restaurantes durante un tiempo largo.

El golpe económico para Nueva York será fuerte, pero las restricciones funcionan: a pesar de haber tenido un primer pico de casos similar al de Madrid, en la segunda ola las diferencias son abismales. Por eso el 'Financial Times' escogía las dos ciudades hace unos días para comparar una buena y una mala gestión. Y la OMS se preguntaba la semana pasada qué hace que España tenga unas de las peores estadísticas (el sexto país del mundo en mortalidad per cápita, el séptimo en aumentos diarios de muertos y el octavo en casos totales). Se nota que no siguen la política local.

La pantomima de estos días entre el Gobierno de la Comunidad de Madrid y el del Estado podría servir como resumen de la tragedia. En países como el Reino Unido, las alarmas se disparan cuando un área supera los 100 casos acumulados cada 100.000 habitantes en 15 días, y se empiezan a aplicar restricciones progresivas. En España se ha dejado que zonas del país supera los 1.000 casos mientras todavía discutían qué hacer (la media del país ahora es de 315, 176 en Catalunya, comparada con los 130 del Reino Unido, los 44 de Italia o los 35 de Alemania).

La respuesta a la pregunta de la OMS es sencilla: en España las cosas se hacen tarde y mal. A pesar de que la primera ola nos enseñó que cuanto antes se aplican restricciones y más severas son, menos tendrán que durar, los políticos españoles parece que no han tomado nota. Continúan dudando y dejando pasar los días cuando tienen que tomar decisiones difíciles. Un segundo motivo es que algunos gobernantes no han entendido todavía las prioridades. Hay ejemplos (Suecia, Estados Unidos...) que demuestran que intentar proteger la actividad comercial en lugar de priorizar la salud no funciona: al final la economía también se acaba resintiendo.

La tercera causa del desbarajuste es la incapacidad de dejar de lado la política cuando hay temas más importantes. No se trata de elegir entre derecha o izquierda, o entre el Gobierno central o el autonómico: la realidad epidemiológica debe pasar por encima de las otras consideraciones. Desde el punto de vista de las salud, lo que hay que hacer está claro y no debe depender de negociaciones. Por eso antes de ayer 55 sociedades científicas nacionales pedían que las decisiones "se tomen por motivos científicos, desligados completamente del continuo enfrentamiento político". Si España quiere dejar de salir en el 'top 10' de países más afectados necesita dirigentes que aprendan de los errores, escuchen a los asesores y actúen con rapidez.

[Publicdo en El Periódico, 6/12/20. Versió en català.]


BONUS TRACKS:
He hablado de este tema también en algunos reportajes recientes:

Huffington post
La vanguardia
RTVE
AP News
Voz populi
Libertad digital


viernes, 2 de octubre de 2020

Más peligroso que cualquier virus

Uno de los problemas de la gestión de esta pandemia ha sido cómo la política se ha enfrentado a la ciencia, en lugar de apoyarse en ella. La primera ola no hubiera sido tan intensa si los líderes hubieran estados debidamente preparados para hacer frente a una crisis de estas características. Me refiero sobre todo a tener unos conocimientos mínimos sobre cómo funcionan las enfermedades infecciosas. Es cierto que en algunos países donde los dirigentes sabían lo suficiente como para entender la magnitud de la tragedia se organizaron bien y con rapidez, empezando por buscar los asesores adecuados (¡y escuchándolos!). Pero la mayoría daban palos de ciego, desde Xi Jinping, practicando aquella vieja tradición china de esconder datos, a Donald Trump restándole importancia a la crisis sanitaria más importante del siglo, dos estrategias negacionistas para hacer ver que todo va de maravilla cuando tú mandas. Que la realidad no te estropee una foto de postal. Ahora, en plena segunda ola, estamos viendo la repetición de la jugada, con demasiados dirigentes mirando hacia otro lado cuando los científicos intentan avisar de los peligros inminentes.

Seamos justos: desde el principio los políticos han tenido que buscar el equilibrio entre hacer lo que recomendaban los expertos y proteger la economía, dos cosas que a veces no parecían compatibles. No es nada fácil, y no me gustaría tener que tomar este tipo de decisiones. Pero, claro, yo no me he presentado a unas elecciones para ser dirigente. Si ves que la situación te supera, lo más honesto y sensato sería admitirlo. Al final, lo que ha pasado es que, en contra de los consejos de quien realmente entiende, a menudo han elegido una solución que después se ha confirmado que era tan incorrecta como se anticipaba. Quizás al principio se podía justificar, pero a medida que avanzaba la pandemia, deberían haber aprendido de sus errores y tratar de evitarlos.

Esta falta de cordura nos está llevando a situaciones inauditas. Quizá la más trágica es la lucha que está manteniendo Donald Trump con el Centers for Disease Control and Prevention, el CDC, el órgano gubernamental que debe organizar la respuesta a una pandemia en Estados Unidos. En el CDC están los mejores expertos del país en salud pública, y cuenta con más de 15.000 trabajadores y un presupuesto de unos 12.000 millones de dólares anuales. Están preparados mejor que nadie para hacer frente a este tipo de crisis.

Pero en julio, Trump le quitó la gestión de los datos de la pandemia al CDC y la transfirió al Gobierno federal, en un esfuerzo por controlar unas cifras que demostraban continuamente el fracaso de sus medidas. Desde entonces, miembros de la Administración Trump han interferido constantemente en las decisiones del CDC y les han llevado la contraria siempre que les ha convenido. Poco a poco, la moral de sus trabajadores  se ha ido deteriorando, mientras veían cómo las razones políticas se imponían a la lógica científica. La gota final fue la "desaparición" de la web del CDC, menos de 24 horas después de publicar que el SARS-CoV-2 se transmite por vía aérea, un hecho que la mayoría de científicos ahora apoya. Pero esto choca frontalmente con la opinión de Trump de que las mascarillas no son necesarias, un error que había provocado unos días antes a un enfrentamiento público entre e el presidente y el director del CDC. Trump no perdona a los que le lleven la contraria.

El resultado de este sabotaje es que los norteamericanos han perdido la confianza en el CDC, cuando en estos momentos debería ser el lugar de referencia para obtener información fidedigna. Una encuesta a 1.300 personas decía que el 51% se fía más de Trump que del CDC en temas relacionados con el covid-19. Cuesta entender que los humanos podamos ser tan estúpidos y creer a alguien que claramente es un ignorante, en lugar de a los profesionales que más saben de temas de salud. Al fin y al cabo, nos jugamos la vida. Pero las cosas van así, y deberíamos anticiparnos a estas reacciones para evitar males mayores.

Esto es lo que ha intentado hacer la revista 'Scientific American', que en sus 175 años de historia no se había pronunciado sobre unas elecciones. Ahora ha sentido la necesidad de pedir el voto para Joe Biden, porque dicen que tener un presidente que no entiende en absoluto de ciencia es un suicidio. Que los científicos se lancen de esta manera a la arena política no se había visto nunca, pero la situación es bastante dramática para justificarlo. Dar poder a la ignorancia es más peligroso que cualquier virus. Si al menos lo aprendiéramos de esta pandemia, ya lo podríamos considerar una gran victoria.

[Publicado en El Periódico 28/9/20. Versió en català.]