viernes, 2 de octubre de 2020

Más peligroso que cualquier virus

Uno de los problemas de la gestión de esta pandemia ha sido cómo la política se ha enfrentado a la ciencia, en lugar de apoyarse en ella. La primera ola no hubiera sido tan intensa si los líderes hubieran estados debidamente preparados para hacer frente a una crisis de estas características. Me refiero sobre todo a tener unos conocimientos mínimos sobre cómo funcionan las enfermedades infecciosas. Es cierto que en algunos países donde los dirigentes sabían lo suficiente como para entender la magnitud de la tragedia se organizaron bien y con rapidez, empezando por buscar los asesores adecuados (¡y escuchándolos!). Pero la mayoría daban palos de ciego, desde Xi Jinping, practicando aquella vieja tradición china de esconder datos, a Donald Trump restándole importancia a la crisis sanitaria más importante del siglo, dos estrategias negacionistas para hacer ver que todo va de maravilla cuando tú mandas. Que la realidad no te estropee una foto de postal. Ahora, en plena segunda ola, estamos viendo la repetición de la jugada, con demasiados dirigentes mirando hacia otro lado cuando los científicos intentan avisar de los peligros inminentes.

Seamos justos: desde el principio los políticos han tenido que buscar el equilibrio entre hacer lo que recomendaban los expertos y proteger la economía, dos cosas que a veces no parecían compatibles. No es nada fácil, y no me gustaría tener que tomar este tipo de decisiones. Pero, claro, yo no me he presentado a unas elecciones para ser dirigente. Si ves que la situación te supera, lo más honesto y sensato sería admitirlo. Al final, lo que ha pasado es que, en contra de los consejos de quien realmente entiende, a menudo han elegido una solución que después se ha confirmado que era tan incorrecta como se anticipaba. Quizás al principio se podía justificar, pero a medida que avanzaba la pandemia, deberían haber aprendido de sus errores y tratar de evitarlos.

Esta falta de cordura nos está llevando a situaciones inauditas. Quizá la más trágica es la lucha que está manteniendo Donald Trump con el Centers for Disease Control and Prevention, el CDC, el órgano gubernamental que debe organizar la respuesta a una pandemia en Estados Unidos. En el CDC están los mejores expertos del país en salud pública, y cuenta con más de 15.000 trabajadores y un presupuesto de unos 12.000 millones de dólares anuales. Están preparados mejor que nadie para hacer frente a este tipo de crisis.

Pero en julio, Trump le quitó la gestión de los datos de la pandemia al CDC y la transfirió al Gobierno federal, en un esfuerzo por controlar unas cifras que demostraban continuamente el fracaso de sus medidas. Desde entonces, miembros de la Administración Trump han interferido constantemente en las decisiones del CDC y les han llevado la contraria siempre que les ha convenido. Poco a poco, la moral de sus trabajadores  se ha ido deteriorando, mientras veían cómo las razones políticas se imponían a la lógica científica. La gota final fue la "desaparición" de la web del CDC, menos de 24 horas después de publicar que el SARS-CoV-2 se transmite por vía aérea, un hecho que la mayoría de científicos ahora apoya. Pero esto choca frontalmente con la opinión de Trump de que las mascarillas no son necesarias, un error que había provocado unos días antes a un enfrentamiento público entre e el presidente y el director del CDC. Trump no perdona a los que le lleven la contraria.

El resultado de este sabotaje es que los norteamericanos han perdido la confianza en el CDC, cuando en estos momentos debería ser el lugar de referencia para obtener información fidedigna. Una encuesta a 1.300 personas decía que el 51% se fía más de Trump que del CDC en temas relacionados con el covid-19. Cuesta entender que los humanos podamos ser tan estúpidos y creer a alguien que claramente es un ignorante, en lugar de a los profesionales que más saben de temas de salud. Al fin y al cabo, nos jugamos la vida. Pero las cosas van así, y deberíamos anticiparnos a estas reacciones para evitar males mayores.

Esto es lo que ha intentado hacer la revista 'Scientific American', que en sus 175 años de historia no se había pronunciado sobre unas elecciones. Ahora ha sentido la necesidad de pedir el voto para Joe Biden, porque dicen que tener un presidente que no entiende en absoluto de ciencia es un suicidio. Que los científicos se lancen de esta manera a la arena política no se había visto nunca, pero la situación es bastante dramática para justificarlo. Dar poder a la ignorancia es más peligroso que cualquier virus. Si al menos lo aprendiéramos de esta pandemia, ya lo podríamos considerar una gran victoria.

[Publicado en El Periódico 28/9/20. Versió en català.]

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