martes, 18 de agosto de 2020

Unas medidas y un consenso necesarios

 El anuncio de una nueva lista de actuaciones preparadas por el Ministerio de Sanidad para hacer frente al covid-19 es positivo. Hay tres factores en estos momentos que aumentan el riesgo de contagio: la falta de distancia social, no llevar mascarilla y las aglomeraciones en lugares cerrados. Son circunstancias que se dan frecuentemente en entornos de ocio nocturno. Además, los estudios confirman que buena parte de los rebrotes se ven entre los jóvenes, consumidores mayoritarios de esta forma de entretenimiento. El cierre provisional de algunos locales y las limitaciones en otros, en un momento clave para el control de la curva, tiene sentido.

Desde el principio, el Gobierno ha tenido que navegar entre proteger la salud o la economía. Parece que no se pueden hacer las dos cosas a la vez, y tal vez no se puede al 100%, pero se han de buscar alternativas. En todo caso, la salud siempre debe tener prioridad cuando estamos hablando de la supervivencia de la población (recordemos que llevamos cerca de un millón de muertes en el mundo, y todavía no estamos en la fase de bajada). Por eso, las medidas que se acaban de aprobar son adecuadas, basándonos en lo que sabemos de la transmisión del virus (incluso la prohibición de fumar si no hay suficiente espacio).

Ahora bien, no se debe ignorar el impacto económico que tienen. Poner en riesgo la salud de la población para no hacer daño a la economía no es una opción viable, pero abandonar a los que dependen de estos negocios a su suerte tampoco lo es. A la vez que se anuncian planes sanitarios deben preverse rescates para garantizar que las familias que se verán afectadas puedan llegar a fin de mes. Otros países europeos ya lo han hecho, deberíamos tomar ejemplo.

Las nuevas regulaciones servirán de poco, sin embargo, si no nos implicamos todos. El contagio en círculos familiares y de amigos es uno de los otros grandes problemas, pero esto se ha hecho hincapié en optar por encuentros de grupos pequeños y estables. Hay que seguir esta medida rigurosamente. Y, mientras tanto, el Gobierno debe continuar aumentando los cribados y los rastreos, uno de los puntos débiles en las últimas semanas y que ahora son más importantes que nunca.

Un hecho especialmente positivo (y hasta cierto punto sorprendente) de este nuevo acuerdo es que se ha llegado a él por unanimidad. La gestión de una pandemia debería ser unitaria, a ser posible a nivel planetario o al menos en territorios lo más amplios posible. Esto aún no lo hemos conseguido (ni siquiera tenemos unas directrices básicas a nivel europeo), pero al menos esta vez ha habido sintonía a nivel estatal. Es mejor eso que lo que vimos al principio de la crisis (el Gobierno imponiéndose a las autonomías) o al principio de la desescalada (cada autonomía por su cuenta, sin apoyo central ni acceso a las herramientas necesarias). La coordinación es esencial, pero solo funciona si se hace consensuada con los territorios, que son los que conocen mejor los problemas y deberán aplicar las medidas. Hay unidad, pero también flexibilidad para que los planes se puedan adaptar a cada realidad. Se acercan días críticos, pero parece que nos enfrentamos con la actitud adecuada.

[Publicado en El Periódico, 15/08/20. Versió en català.]

martes, 4 de agosto de 2020

Los retos de la vacunación

Cada etapa de esta pandemia tiene sus retos. Antes de que llegara, había que haber diseñado un plan de respuesta universal y haber financiado mejor la investigación básica sobre una familia de virus que llevaba años en la lista de enemigos potencialmente peligrosos. Cuando comenzó, la clave era detectar rápido los brotes y aislar las zonas más afectadas para evitar que los casos se extendieran. Después del confinamiento, había que estar preparado para que, cuando aparecieran los inevitables rebrotes, se identificaran los nuevos positivos con celeridad y se les pudieran rastrear a fondo los contactos. Hasta ahora, los resultados de las tres primeras rondas han sido pobres en muchos países, contando el nuestro: ha fallado estrepitosamente en cada uno de los aspectos que los expertos avisaban que había que tener a punto. Quizá algún día, cuando todo esto haya pasado, alguien hará un análisis imparcial y nos revelará por qué no se pudo hacer mejor, para poder aprender así los errores.

Pero quejarse es poco útil. Quizá mejor prepararse para el siguiente reto, esto aún no ha terminado, para que no digan (de nuevo) que nos tomó por sorpresa. A estas alturas, deberíamos tener claro que el problema se acabará cuando tengamos una vacuna (o más de una) que nos permita conseguir la inmunidad de grupo sin tener que pagar el precio del 1% de mortalidad que veríamos si dejáramos que la gente se fuera infectando por su cuenta. Así pues, la cuarta fase de la pandemia será vacunar a una gran parte de la población mundial. Los desafíos, entonces, serán al menos dos.

El primero, conseguir que todo el mundo se quiera vacunar. Podemos ridiculizar todo lo que queramos a quienes se tragan historias fantasiosas sobre billonarios intentando controlar el planeta a través de inyecciones, el complot de las farmacéuticas para colocarnos fármacos que no hacen ninguna falta y la conspiración de los Illuminati para vendernos un virus que ni siquiera existe, pero si todos estos ciudadanos mal informados (que no son pocos) rechazan la vacuna cuando llegue, el problema no solo será suyo, sino de todos: es necesario que el porcentaje de inmunizaciones llegue a unos mínimos para que no haya más olas de covid-19.

Ya que seguramente no los podremos obligar, empecemos a trabajar el tema de la comunicación. Debemos explicar muy bien por qué la vacuna es la única solución que tenemos actualmente y que, aunque se esté yendo más rápido de lo normal a la hora de realizar los ensayos clínicos, las posibilidades de efectos secundarios graves serán prácticamente nulos una vez las pruebas básicas de seguridad se hayan superado. Miles de personas han recibido ya una de las cuatro que están más avanzadas, y de momento no ha habido ninguna reacción inesperada, como ocurre con la mayoría de las vacunas. Y sí, unas cuantas multinacionales se enriquecerán, pero Bill Gates no conseguirá teledirigirnos las mentes por mucho que se lo proponga.

El segundo reto tiene que ver con el sistema capitalista que impone la dictadura del mercado incluso en temas de salud. ¿Por qué se esfuerzan tantos países en ser los primeros en obtener una vacuna? El orgullo nacional es una razón, pero hay otra más pragmática: las dosis iniciales que se fabriquen serán para ellos. El Reino Unido ha reservado 90 millones unidades de la vacuna de AstraZeneca. Los estadounidenses se están asegurando los lotes iniciales que produzca Moderna. El Gobierno chino no creo que empiece a distribuir la de Cansino hasta que tenga a su población cubierta. Y los alemanes seguramente controlarán los estocs de la de Pfizer. Otros países ya están negociando para quedarse con las migajas que dejen los que tienen la prioridad garantizada. Es un sistema injusto, sin duda, pero ahora no conseguiremos cambiar las reglas del juego.

¿Qué hacen nuestros dirigentes para garantizar que no seremos los últimos de la cola? Puede que estén moviendo hilos discretamente entre bastidores y no sepamos nada, aunque, de momento, no ha habido ningún anuncio sobre el tema. La directora de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios sí que dijo hace unos días que el país participaría en pruebas clínicas y que tenía apalabrada la fase de envasado de la vacuna de Moderna. Esperamos que, a cambio, le haya arrancado a Donald Trump unas cuantas cajas de las primeras remesas. También dijo que deseaba que hubiera un acceso a las vacunas "justo y solidario". Ojalá su optimismo sea premonitorio pero, por si acaso, vayamos pensando en un plan B. Aún nos quedan unos cuantos meses para prepararnos para el próximo examen. Aprovechémoslos bien.

[Publicado en El Periódico, 28/07/20. Versió en català.]