Cada etapa de esta pandemia tiene sus retos. Antes de que llegara, había que haber diseñado un plan de respuesta universal y haber financiado mejor la investigación básica sobre una familia de virus que llevaba años en la lista de enemigos potencialmente peligrosos. Cuando comenzó, la clave era detectar rápido los brotes y aislar las zonas más afectadas para evitar que los casos se extendieran. Después del confinamiento, había que estar preparado para que, cuando aparecieran los inevitables rebrotes, se identificaran los nuevos positivos con celeridad y se les pudieran rastrear a fondo los contactos. Hasta ahora, los resultados de las tres primeras rondas han sido pobres en muchos países, contando el nuestro: ha fallado estrepitosamente en cada uno de los aspectos que los expertos avisaban que había que tener a punto. Quizá algún día, cuando todo esto haya pasado, alguien hará un análisis imparcial y nos revelará por qué no se pudo hacer mejor, para poder aprender así los errores.
Pero quejarse es poco útil. Quizá mejor prepararse para el siguiente reto, esto aún no ha terminado, para que no digan (de nuevo) que nos tomó por sorpresa. A estas alturas, deberíamos tener claro que el problema se acabará cuando tengamos una vacuna (o más de una) que nos permita conseguir la inmunidad de grupo sin tener que pagar el precio del 1% de mortalidad que veríamos si dejáramos que la gente se fuera infectando por su cuenta. Así pues, la cuarta fase de la pandemia será vacunar a una gran parte de la población mundial. Los desafíos, entonces, serán al menos dos.
El primero, conseguir que todo el mundo se quiera vacunar. Podemos ridiculizar todo lo que queramos a quienes se tragan historias fantasiosas sobre billonarios intentando controlar el planeta a través de inyecciones, el complot de las farmacéuticas para colocarnos fármacos que no hacen ninguna falta y la conspiración de los Illuminati para vendernos un virus que ni siquiera existe, pero si todos estos ciudadanos mal informados (que no son pocos) rechazan la vacuna cuando llegue, el problema no solo será suyo, sino de todos: es necesario que el porcentaje de inmunizaciones llegue a unos mínimos para que no haya más olas de covid-19.
Ya que seguramente no los podremos obligar, empecemos a trabajar el tema de la comunicación. Debemos explicar muy bien por qué la vacuna es la única solución que tenemos actualmente y que, aunque se esté yendo más rápido de lo normal a la hora de realizar los ensayos clínicos, las posibilidades de efectos secundarios graves serán prácticamente nulos una vez las pruebas básicas de seguridad se hayan superado. Miles de personas han recibido ya una de las cuatro que están más avanzadas, y de momento no ha habido ninguna reacción inesperada, como ocurre con la mayoría de las vacunas. Y sí, unas cuantas multinacionales se enriquecerán, pero Bill Gates no conseguirá teledirigirnos las mentes por mucho que se lo proponga.
El segundo reto tiene que ver con el sistema capitalista que impone la dictadura del mercado incluso en temas de salud. ¿Por qué se esfuerzan tantos países en ser los primeros en obtener una vacuna? El orgullo nacional es una razón, pero hay otra más pragmática: las dosis iniciales que se fabriquen serán para ellos. El Reino Unido ha reservado 90 millones unidades de la vacuna de AstraZeneca. Los estadounidenses se están asegurando los lotes iniciales que produzca Moderna. El Gobierno chino no creo que empiece a distribuir la de Cansino hasta que tenga a su población cubierta. Y los alemanes seguramente controlarán los estocs de la de Pfizer. Otros países ya están negociando para quedarse con las migajas que dejen los que tienen la prioridad garantizada. Es un sistema injusto, sin duda, pero ahora no conseguiremos cambiar las reglas del juego.
¿Qué hacen nuestros dirigentes para garantizar que no seremos los últimos de la cola? Puede que estén moviendo hilos discretamente entre bastidores y no sepamos nada, aunque, de momento, no ha habido ningún anuncio sobre el tema. La directora de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios sí que dijo hace unos días que el país participaría en pruebas clínicas y que tenía apalabrada la fase de envasado de la vacuna de Moderna. Esperamos que, a cambio, le haya arrancado a Donald Trump unas cuantas cajas de las primeras remesas. También dijo que deseaba que hubiera un acceso a las vacunas "justo y solidario". Ojalá su optimismo sea premonitorio pero, por si acaso, vayamos pensando en un plan B. Aún nos quedan unos cuantos meses para prepararnos para el próximo examen. Aprovechémoslos bien.
[Publicado en El Periódico, 28/07/20. Versió en català.]
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