martes, 29 de enero de 2013

Estereotipos sexuales y discriminación

En mi universidad, formo parte de un comité que tiene como función asegurarse de que no se discrimina a las mujeres. Es un problema importante: a pesar de que tradicionalmente las ciencias biológicas atraen a una mayoría de estudiantes del sexo femenino, cuanto más se sube en la escala laboral más aumenta la proporción de hombres. ¿Por qué? Una causa es el famoso techo de cristal que impide que progresen con las mismas condiciones: todavía hay quien considera que las mujeres no hacen el trabajo igual de bien, el tipo de actitud que mi comité intenta detectar y parar. Pero no es la única explicación. De hecho, puede que estos vestigios de machismo jurásico no sean ni siquiera el motivo principal. 

No hace mucho, uno de los miembros del comité, una mujer con una carrera brillante, me admitió un poco avergonzada que se lo pensaba dos veces a la hora de contratar a una científica en edad fértil. Le había pasado ya en más de una ocasión que la habían dejado en la estacada para dedicarse a hacer de madres a tiempo completo. Es una elección muy loable, no querría insinuar lo contrario, pero para el director de un laboratorio puede ser un desastre logístico y económico considerable que el científico encargado de un proyecto desaparezca a medio camino. Se entiende que quiera velar también por sus intereses. ¿Es posible, pues, que algunas mujeres estén saboteando el futuro profesional de todas las restantes? Es un razonamiento tramposo que pone a la víctima en la silla del culpable, y no creo que sea justo, pero es cierto que la maternidad es uno de los pilares que sostienen la discriminación. Quizá lo que necesitamos es entender por qué tantas mujeres y tan pocos hombres eligen dejar la competitividad para ocuparse de los hijos. Es obvio que llevar todo el peso de una familia no es compatible con trabajos de mucha responsabilidad. Uno de los actos más sexistas de los últimos años ha sido crear el mito de la supermadre para convencer a las mujeres de que podían hacer las dos cosas a la vez sin volverse locas. O al menos uno de la pareja cede parte de sus aspiraciones laborales temporalmente, o la crianza de los hijos se externaliza a terceros, no hay vuelta de hoja. Pero ¿por qué la que se sacrifica suele ser la mujer? ¿Porque tiene más desarrollado el instinto maternal y cree (y creemos) que lo hará mejor que nosotros? ¿Es esto un estereotipo realmente determinado por la biología o es fruto de la presión social?

Durante los primeros años de vida, los roles sexuales todavía no están interiorizados, pero se adivinan ciertas tendencias. Como lo pasa mejor mi hijo de 5 años es saltando, jugando al fútbol y viendo historias de superhéroes en la televisión, como el resto de sus compañeros. La preferencia por actividades más agresivas debe estar determinada, al menos en parte, por las hormonas, porque la presión para adoptar el lugar que le corresponde en la sociedad todavía no es lo suficientemente fuerte. La prueba es que cuando va a jugar a casa de una amiga no tiene ningún problema en pintarse las uñas de rosa y ver películas de hadas.

Pero esto cambiará pronto. El otro día le insistía a su madre en que tenía que comprar una marca concreta de jabón para el lavavajillas. Tardamos un poco en descubrir que su conocimiento sobre el tema venía de una publicidad agresiva que pasan a la hora en que ve los dibujos animados. No me lo vino a decir a mí seguramente porque en el anuncio era una señora la que fregaba, no porque yo en casa rehúya los platos sucios. Este es un ejemplo de cómo perpetuamos subliminalmente el cliché de la mujer como perfecta madre / proveedora, mientras que los hombres debemos servir más para perseguir mamuts. La sociedad refuerza tanto esta división que acabamos tragando la falacia de que tiene un motivo biológico. Pero más allá de la gestación y el parto, el hombre puede hacer el trabajo igual de bien, del mismo modo que ellas pueden coger la lanza y salir a cazar con nosotros.

Quizá son todavía minoría entre sus compañeros, pero hoy en día hay científicas que triunfan espectacularmente. Sin ir más lejos, las dos principales autoridades mundiales en mi campo de estudio son mujeres. Y tenemos el ejemplo de la recientemente fallecida Rita Levi-Montalcini, una neuróloga con premio Nobel. Esto demuestra que pueden llegar a la cima.

Debemos luchar para que las mujeres no tengan trabas especiales, pero también para que se crean que pueden llegar hasta donde se propongan. Subir un hijo es una de las tareas más bonitas que hay, difícil y desagradecida, pero importante como pocas. Hay que ser muy ignorante para despreciar a las personas que quieren consagrar a ella su tiempo. Ahora bien, quien quiera dedicarse debe hacerlo consciente de que es una elección, no la única opción que la sociedad le deja por haber nacido con un sexo determinado.

El Periódico, Opinión, 27/01/13. Versió en català.

miércoles, 23 de enero de 2013

Vamos a crear Neandertales

El lunes me pidieron mi opinión sobre las polémicas declaraciones de George Church en referencia a la posibilidad de clonar Neandertales. Podéis escuchar la breve entrevista aquí (a partir del minuto 3, después de la introducción sobre el tema):

martes, 22 de enero de 2013

Qué es el cáncer y por qué no hay que tenerle miedo


Como avancé hace unos días, ayer se publicó mi tercer libro de divulgación científica, Qué es el cáncer (y por qué no hay que tenerle miedo), una mirada rigurosa y asequible a esta enfermedad tan frecuente pero aún tan desconocida. En él encontraréis desde los orígenes del cáncer hasta como prevenirlo y curarlo, todo basado en los últimos descubrimientos científicos y tratado con la máxima objetividad por alguien que trabaja en el tema. Os dejo con algunos detalles de la cubierta para que os hagáis una idea más clara del contenido y del tono. Si lo leéis ya me diréis que os parece!






lunes, 7 de enero de 2013

Razones de peso

El día de Navidad me sentía un poco culpable ante la escudella y carn d'olla que habían preparado en casa siguiendo la tradición de estas fechas. Me había pasado las últimas semanas, durante la promoción de la Maratón de TV-3 y de mi nuevo libro de divulgación, repitiendo en las entrevistas que uno de los factores que menos tenemos presentes a la hora de hablar de la prevención contra el cáncer es la dieta: se ha visto que mantener un peso equilibrado y evitar el abuso de algunos alimentos, como la carne roja, reduce de manera importante el riesgo a desarrollar ciertos tipos de tumores. El sobrepeso no es bueno. 

De hecho, un estudio reciente publicado en The Lancet decía que muere más gente en el mundo por culpa de la obesidad que de hambre. Parece increíble si pensamos en los terribles problemas de mortalidad infantil que tienen en algunos lugares de África y Asia, donde el hambre es casi endémica. Pero es que normalmente vemos la obesidad solo como un factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares y olvidamos que hasta un tercio de los cánceres podrían evitarse si nos mantuviéramos dentro de los parámetros de la normalidad que corresponden a nuestra complexión. Si sumamos todas las víctimas (son dos de las tres principales causas de muerte en los países desarrollados), los números salen. Hay buenos motivos, pues, para insistir en vigilar siempre el peso. No es muy justo que saque el tema precisamente ahora, cuando la mayoría de nosotros sufre las consecuencias de una semana de excesos, pero quizá esta será una manera de encontrar la motivación para hacer bondad hasta que podamos volver a ganarle un ojal al cinturón. 

Hay dos teorías que explican por qué nos engordamos. Una es la tradicional, basada en la primera ley de la termodinámica: la energía que guardamos en forma de grasa es la que ingerimos menos la que gastamos. Todos sabemos que para perder peso el secreto es comer menos y hacer más ejercicio. Claro que si fuera tan fácil, la obesidad no existiría. Por un lado, la selección natural nos ha empujado a tener predilección por los alimentos hipercalóricos (a la mayoría de nosotros nos cuesta resistir los dulces, por ejemplo), porque es una manera de asegurar que se acumula tanta energía como sea posible para cuando vengan épocas de sequía. En el mundo occidental no tiene ninguna utilidad, ya que solemos tener acceso constante a todo tipo de manjares, pero todavía nos cuesta resistir la urgencia evolutiva. Además, existe la pura satisfacción psicológica que nos proporciona la comida, convertida en las civilizaciones que no deben sufrir por su subsistencia más en un arte y un placer que una necesidad. Todo esto son considerables palos en las ruedas a la hora de alimentarse de forma equilibrada. 

Hay una segunda teoría sobre el aumento de peso: la hormonal. Esta es fruto de años de investigación, y es la que ha dado forma a la mayoría de dietas modernas. De forma simplificada, dice que no todos los alimentos engordan de la misma manera. O sea que no es una cuestión del número absoluto de calorías que ingerimos sino de la forma en que se nos presentan. Por eso los azúcares refinados irían prácticamente directos a las reservas de grasa, mientras que otros carbohidratos se metabolizan lentamente. Según estos nuevos descubrimientos, hay todo un sistema hormonal en nuestro cuerpo, dirigido por la insulina y sus parientes, que determina cómo se utiliza y se guarda la energía que entra. Un corolario de esta teoría es que no todo el mundo procesa de la misma manera los alimentos, y esta es una verdad que no hace falta que nos la digan los científicos: es evidente que nuestros genes determinan que seamos de los que pueden ingerir lo quieran sin miedo a engordarnos o de quienes parece que con un vaso de agua tienen suficiente para desequilibrar la báscula (y todo el espectro que hay entre estos dos polos). La teoría hormonal integraría estos datos bioquímicos y genéticos. Aunque todavía le quedan unos cuantos puntos oscuros para explicar, ya se ha usado para diseñar dietas innovadoras y, a veces, un poco demasiado extremas, que no todos los expertos apoyan. 

Como siempre ocurre en biología, la explicación del fenómeno será compleja y seguramente combinará factores de ambas teorías. Está claro que no nos podemos saltar las leyes de la física, pero también que en nuestro cuerpo dos más dos no siempre suman cuatro. ¿Qué significa esto para los que ahora nos pondremos a hacer régimen para recuperar el peso ideal perdido? Que cada uno debe encontrar la dieta que le funcione, sobre todo la que le permita vencer el techo psicológico más allá del cual cuesta seguir haciendo el esfuerzo. Pero hay que tener presente que no hay ninguna mágica y que algunas de las más radicales pueden ser perniciosas. No cuesta nada pedir antes consejo a su médico. 

El Periódico, Opinión, 29/12/12. Versió en català.