lunes, 20 de noviembre de 2017

Luchar contra los prejuicios

A todos nos gusta pensar que tomamos decisiones equitativas y racionales, pero los prejuicios son una parte inextricable de nuestro comportamiento. No deben verse como un mal exclusivo de las sociedades modernas, al contrario. Es probable que surgieran como un mecanismo protector, porque nos permiten emitir juicios más rápidos que si interviene el razonamiento. Esto nos puede dar una ventaja a la hora de evitar un peligro inminente, pero el precio que pagamos es un número elevado de falsos positivos: las generalizaciones que fundamentan los prejuicios resultan equivocadas en muchos casos. Esto, que es perfectamente tolerable en un entorno en el que prima la supervivencia, como el de nuestros antepasados, resulta un inconveniente en los entramados sociales de hoy en día, donde idealmente debería prevalecer la justicia y la igualdad.

Pero no es tan sencillo luchar contra esta inercia biológica. Tres psicólogos de la Universidad de Harvard crearon en 1998 un test para medir las conexiones que hacemos de manera automática (www.implicit.harvard.edu). Se trata de clasificar rápidamente palabras de connotaciones positivas o negativas e imágenes de personas de piel clara u oscura. Haciendo esto, quedan al descubierto asociaciones inconscientes entre color de piel y bueno o malo, que el cerebro utiliza porque no requieren la participación de los centros racionales y puede ir más deprisa. El ejercicio mide cómo relacionamos sin querer conceptos malos con ciertos grupos étnicos, pero también se puede mirar por género, edad, orientación sexual o cualquier otro parámetro. Sorprendentemente, personas que consideran que no discriminan muestran un sesgo predeterminado en un 40% de los casos. Es más: cuando se repite el test, los resultados son similares. Es decir, incluso sabiendo que involuntariamente no estamos siendo del todo ecuánimes, el piloto automático continúa desequilibrando la balanza.

Una conclusión de estos trabajos sería que parte de las decisiones que tomamos en la vida están fundamentadas en presunciones erróneas, que solo evitaríamos si dedicáramos suficiente tiempo a pensar en ello. Estas preferencias escondidas, junto con otras que quizá no lo son tanto, serían clave, por ejemplo, en la frecuente discriminación laboral por motivos de género. Para evitarlo, el mundo de la música se han popularizado las audiciones a ciegas, por lo que no se sabe el sexo de quien toca el instrumento.

Un truco tan simple ha hecho que el número de mujeres que se contrata en las orquestas se haya doblado y ya se acerque a la paridad. El problema es más difícil de solucionar en situaciones de estrés, cuando tenemos que tomar una decisión en fracciones de segundo. La prueba es el elevado número de muertes de piel oscura a manos de la policía en Estados Unidos, que todavía tiende a disparar más rápido cuando ven una conducta sospechosa en una persona negra.

Todo ello demuestra que los prejuicios existen y que no sirve de nada creer que nosotros no tenemos. No nos debemos sentir avergonzados: es una respuesta natural de la mente. Lo necesario es reconocerlo y hacer todo lo posible para evitar que nos condicionen el comportamiento. Por ejemplo, desconfiando de las primeras impresiones y haciendo el esfuerzo de recoger toda la información posible antes de decidir. Es importante no quedarnos con la opción fácil, la que nos atrae de una manera más espontánea, porque al ser la que más bebe de los instintos, es más fácil que esté contaminada por un sesgo inconsciente.

Esto es especialmente crítico cuando tenemos que tomar decisiones que afectan el futuro común, como cuando se da voz al pueblo en unas elecciones. La democracia, que parte de la base de que todos estamos capacitados para hacer una elección razonada y libre, no tiene en cuenta que los defectos inherentes de la mente humana, fácilmente manipulables por los más hábiles, pueden llevarnos a opciones del todo ilógicas. Para que la democracia funcione, debemos poder superar las inercias que nuestro entorno social nos ha implantado y elegir lo que es justo.

Es falso que las cosas dependan del color del cristal a través del cual las contemplamos. La realidad es una, lo que varía es nuestra manera de interpretarla. Para poder acercanos a ella al máximo debemos esforzarnos. La realidad no se puede consumir pasivamente, como estamos acostumbrados a hacer, dejando que los líderes nos impongan su versión. La próxima vez que haya votaciones, todo el mundo debería plantearse si el desprecio por unas ideas o unas personas es merecido o nos estamos dejando llevar por prejuicios ocultos, si un anhelo es realmente absurdo o si estamos permitiendo que los instintos hablen por nosotros.

[Publicado en El Periódico, 11/11/17. Versió en català.]