Da mucha rabia escuchar aquello de "yo ya lo había dicho". Pero hay situaciones en las que aún da más rabia ser quien lo tiene que decir. Eso es lo que les está pasando a muchos científicos estos días, que en cuanto se empezaron a anunciar las desescaladas en varios países de Europa avisaron que los rebrotes serían inevitables. No era una previsión difícil de hacer: si el confinamiento funcionaba tan bien a la hora de frenar en seco los contagios (diversos estudios han demostrado que cuanto más rápido y severo, más efectivo ha sido), en el momento en que se acabase y se reiniciasen los contactos sociales las situaciones de riesgo aumentarían inmediatamente y, por lo tanto, los casos volverían a subir. Efectivamente, ha sido así. La cuestión no era, pues, cómo evitar los rebrotes que, si queremos volver a poner otra vez en marcha el país en estas condiciones eran seguros, si no qué hacer cuando sucediesen. Es decir, era necesario estar bien preparado para detenerlos inmediatamente. Aquí es donde estamos fallando.
Es cierto que la despreocupación de los jóvenes es peligrosa, y una de las raíces del problema que tenemos. Pero lo que está pasando en Lleida es parecido a lo que se ve en Leicester, la primera ciudad del Reino Unido que se ha tenido que reconfinar (y el lugar donde vivo desde hace 12 años). No son ciudades muy grandes ni especialmente densas, pero cuentan con una actividad económica concreta que es susceptible a la explotación (los temporeros en Lleida, las fábricas de ropa en Leicester), llevada a cabo por mano de obra barata, a menudo inmigrante, que ha de trabajar y vivir en condiciones precarias y no puede quedarse en casa porque necesita el dinero para subsistir.
Culpar a los trabajadores de estos brotes es fácil y populista. Los verdaderos responsables son quienes les contratan para trabajar en unas condiciones que no respetan las medidas sanitarias vigentes. Parte del problema es también que el gobierno no tenga un sistema para controlar y facilitar que todos los empresarios sigan la normativa. Y aún es más grave no estar a punto para hacer frente a los rebrotes.
Tanto en Lleida como en Leicester hemos visto el mismo titubeo a la hora de reaccionar y una falta de información actualizada, que a estas alturas no es aceptable. Cerremos el círculo y volvamos al principio: sabíamos que íbamos hacia aquí y sabíamos qué teníamos que hacer para prepararnos. ¿Tenemos los hospitales a punto? ¿Estamos haciendo suficientes tests? ¿Somos capaces de rastrear a fondo los contactos de los infectados? Si alguna de las respuestas es no, entonces tenemos que preguntar qué no se ha hecho bien.
Si queremos evitar una segunda oleada tenemos que ser más eficaces frenando los rebrotes para que no crezcan. Eso implica trabajar a dos niveles. Primero, concienciar a la población de que el momento que vivimos es frágil. Aunque esta no es la única solución ahora más que nunca tenemos que hacer caso de las recomendaciones (mascarillas, distancia, lavar las manos, evitar multitudes). Segundo, tenemos que exigir que los gobiernos utilicen todos los recursos posibles para detectar y detener los rebrotes antes de que se compliquen. Las herramientras existen, solo hace falta utilizarlas bien.
[Publicado en El Periódico, 07/07/2020. Versió en català.]
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