En un congreso, hace unas semanas, me fijé en un modelo matemático que predecía que, si el confinamiento se hubiera mantenido en España al menos hasta mediados de julio, los casos de covid-19 habrían llegado prácticamente a cero. Entonces, con el país 'limpio', se habría podido volver a hacer vida normal (al menos mientras las fronteras estuvieran cerradas). El Gobierno optó por no hacer caso a esta y otras previsiones, y arriesgarse a empezar la desescalada antes de hora, priorizando las razones económicas por encima de la epidemiología. Esta es la raíz del problema que tenemos ahora: los rebrotes. La situación no es inesperada. Es, por tanto, inexcusable que no nos hayamos preparado adecuadamente para hacerle frente.
No podemos restar importancia a lo que está pasando solo porque, de momento, haya menos casos graves y muertes: ya llegarán si seguimos así. La curva de contagios está de subida y ya hemos visto que se puede descontrolar fácilmente. Cuando hay una cierta cantidad de casos, es difícil frenarla porque este virus es muy infeccioso.
El brote en Lleida es el primero importante y nos debe servir como aviso de lo que puede venir a continuación. La precaria situación de los temporeros aceleró la escalada, pero un factor de riesgo importante sigue siendo la densidad de población. Era de esperar que Barcelona fuera la siguiente ciudad en entrar en la zona roja. En este caso, tratar a L’Hospitalet como una entidad separada es absurdo. El virus no se detendrá antes de cruzar una calle. Toda el área metropolitana, el territorio más populoso de Catalunya, se debería mirar conjuntamente.
Los brotes activos en esta zona aún son pocos, y eso es bueno. Esto quiere decir que estamos a tiempo de evitar que se compliquen. Pero no lo conseguiremos esperando, sino interviniendo activamente. Después de la experiencia de los primeros meses, sabemos que solo hay tres cosas que puede detener la propagación del virus: diagnósticos rápidos (muchos PCR), seguimiento de contactos de los positivos (un rastreo efectivo) y confinamiento. Lo que ha pasado a Lleida demuestra que estas medidas no estaban a punto. Quizá se hacen más tests que antes, pero la capacidad de rastreo es deficiente y no podemos aislar zonas con eficacia sin meternos en una maraña legal.
Si no disponíamos de estas herramientas, ¿por qué desconfinamos el país? Es hasta cierto punto comprensible aceptar ciertos riesgos para facilitar la recuperación económica, pero lo que no podemos es poner el coche a 200 kilómetros por hora sin comprobar que los frenos funcionan. En la primera curva nos despeñaremos. Y sabíamos que este viaje está lleno de curvas.
Aún hay tiempo de subsanar las carencias, pero el margen es cada vez más pequeño. Los gobiernos tienen la responsabilidad de estar a punto para hacer frente a las crisis (sobre todo si son tan previsibles como esta), pero no son los únicos culpables de los fracasos. Recordemos que todos debemos contribuir evitando ahora más que nunca las situaciones de riesgo personales y laborales. Si no, los rebrotes aumentarán y se acabarán convirtiendo en una segunda ola, tal como hemos visto en Estados Unidos y otros países. Seamos conscientes.
[Publicado en El Periódico, 14/7/20]
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