viernes, 31 de julio de 2020

Tengamos un buen verano

La pandemia no ha terminado. Nos cuesta entenderlo, porque el número de casos en buena parte de Europa se ha reducido a unos mínimos tolerables. Pero la semana pasada llegamos al récord de casos diarios desde el inicio, sobre todo porque América está viendo ahora el pico que nosotros sufrimos hace unos meses (y la India va detrás). Además, ellos tienen un problema importante: la incompetencia de algunos de sus líderes parece que no tiene límites. La gestión de la crisis en Europa fue desastrosa al principio, pero al menos, cuando se entendió que la única manera de parar los contagios era evitar el contacto, la curva se allanó rápidamente, excepto en los lugares donde decidieron ir por libre y optar por un confinamiento 'light' (en el Reino Unido, por ejemplo, todavía no nos hemos quitado de encima del todo la primera ola).

Así, pues, hemos de ser conscientes de que aún nos queda mucha pandemia por delante, porque, mientras el virus continúe campando libremente por algún rincón del globo, el peligro de rebrotes no habrá terminado. A estas alturas parece claro que no se irá solito: es bastante contagioso y está bastante extendido por el mundo  para continuar siendo pandémico hasta que hagamos algo. Este 'algo' es la vacuna, que todo parece indicar que podría estar a punto incluso antes de las estimaciones más optimistas (se está hablando ahora de este otoño).

La que está más avanzada, la que desarrolla el grupo de Oxford, ha entrado en el último nivel de pruebas clínicas (la fase 3), y la farmacéutica que hay detrás tiene tanta confianza que ya ha comenzado a fabricar las primeras dosis por si todos los resultados salen positivos. Es una apuesta que les puede salir cara si aparece algún obstáculo de última hora, que no es imposible, pero que nos puede ahorrar unos meses preciosos si todo va bien. La parte de producción y administración de la vacuna será más larga que la del desarrollo científico, y lo más probable es que no consigamos la preciada inmunidad de grupo (al menos el 50%-60% de la población cubierta) hasta bien entrado el 2021, si tenemos suerte.

También es muy posible que más vacunas crucen la línea de meta (ahora mismo hay otra en fase 3, nueve en fase 2, nueve en fase 1 y más de 125 en estudios preliminares), y quizá a lo largo del año que viene irán llegando al mercado. Unas serán mejores que otras (más fáciles de producir, más efectivas ...), y la combinación de todas ellas es seguramente lo que nos permitirá inmunizar a más de medio planeta y condenar así al SARS-CoV-2 a la irrelevancia.

Este resultado final es prácticamente seguro, si tenemos en cuenta que el coronavirus muta muy poco y, por lo tanto, la protección que confieran las vacunas debería durar una buena temporada. Sería muy raro que ninguna de las más de 150 vacunas en juego funcionara, creo que podemos ser optimistas. Pero, si os fijáis, esta previsión implica más de un año de "nueva normalidad". Esto quiere decir que tendremos que continuar teniendo cuidado.

Comienza un verano que no será como los otros, más vale que lo tengamos presente. Como no lo será el resto del 2020 y al menos buena parte del 2021. Tal y como anunciábamos cuando comenzó la desescalada, en esta fase lo que debemos esperar son rebrotes que, si no se controlan lo suficientemente rápido, pueden requerir nuevas restricciones e, incluso, nuevos confinamientos en zonas concretas. Lo hemos visto ya en Asia, que sigue yendo por delante, y está empezando a pasar en Europa, pese a que las altas temperaturas de estos meses dificulten en parte la propagación del virus. El objetivo es evitar que estos rebrotes se descontrolen y acaben formando la segunda ola de la pandemia, tal como está ocurriendo en lugares como Irán. Nada nos garantiza que esta posible ola espere hasta el otoño, como pronostican algunos, sobre todo si nos relajamos demasiado durante las vacaciones. La capacidad de los gobiernos de hacer tests masivamente y de actuar con rapidez es lo que marcará la diferencia. Pero más aún lo hará la sensatez de los ciudadanos. El país que mejor entienda lo que nos estamos jugando ahora es el que sufrirá menos.

Sabemos que actualmente se han diagnosticado en todo el mundo más de nueve millones de casos de covid-19 (basándonos en estudios serológicos, lo que seguramente significa más de 90 millones de infectados reales), con una mortalidad declarada cercana al medio millón (que, según algunos cálculos, en realidad se aproximaría más al millón). No es una enfermedad trivial: más vale que nos la tomemos tan serio como podamos y nos esforcemos en reducir al máximo los contagios hasta que llegue la vacuna. Recordémoslo si queremos tener un buen verano.

[Publicado en El Periódico, 29/6/20. Versió en català.]

jueves, 16 de julio de 2020

¿Hay que preocuparse por los nuevos rebrotes?

En un congreso, hace unas semanas, me fijé en un modelo matemático que predecía que, si el confinamiento se hubiera mantenido en España al menos hasta mediados de julio, los casos de covid-19 habrían llegado prácticamente a cero. Entonces, con el país 'limpio', se habría podido volver a hacer vida normal (al menos mientras las fronteras estuvieran cerradas). El Gobierno optó por no hacer caso a esta y otras previsiones, y arriesgarse a empezar la desescalada antes de hora, priorizando las razones económicas por encima de la epidemiología. Esta es la raíz del problema que tenemos ahora: los rebrotes. La situación no es inesperada. Es, por tanto, inexcusable que no nos hayamos preparado adecuadamente para hacerle frente.

No podemos restar importancia a lo que está pasando solo porque, de momento, haya menos casos graves y muertes: ya llegarán si seguimos así. La curva de contagios está de subida y ya hemos visto que se puede descontrolar fácilmente. Cuando hay una cierta cantidad de casos, es difícil frenarla porque este virus es muy infeccioso.

El brote en Lleida es el primero importante y nos debe servir como aviso de lo que puede venir a continuación. La precaria situación de los temporeros aceleró la escalada, pero un factor de riesgo importante sigue siendo la densidad de población. Era de esperar que Barcelona fuera la siguiente ciudad en entrar en la zona roja. En este caso, tratar a L’Hospitalet como una entidad separada es absurdo. El virus no se detendrá antes de cruzar una calle. Toda el área metropolitana, el territorio más populoso de Catalunya, se debería mirar conjuntamente.

Los brotes activos en esta zona aún son pocos, y eso es bueno. Esto quiere decir que estamos a tiempo de evitar que se compliquen. Pero no lo conseguiremos esperando, sino interviniendo activamente. Después de la experiencia de los primeros meses, sabemos que solo hay tres cosas que puede detener la propagación del virus: diagnósticos rápidos (muchos PCR), seguimiento de contactos de los positivos (un rastreo efectivo) y confinamiento. Lo que ha pasado a Lleida demuestra que estas medidas no estaban a punto. Quizá se hacen más tests que antes, pero la capacidad de rastreo es deficiente y no podemos aislar zonas con eficacia sin meternos en una maraña legal.

Si no disponíamos de estas herramientas, ¿por qué desconfinamos el país? Es hasta cierto punto comprensible aceptar ciertos riesgos para facilitar la recuperación económica, pero lo que no podemos es poner el coche a 200 kilómetros por hora sin comprobar que los frenos funcionan. En la primera curva nos despeñaremos. Y sabíamos que este viaje está lleno de curvas.

Aún hay tiempo de subsanar las carencias, pero el margen es cada vez más pequeño. Los gobiernos tienen la responsabilidad de estar a punto para hacer frente a las crisis (sobre todo si son tan previsibles como esta), pero no son los únicos culpables de los fracasos. Recordemos que todos debemos contribuir evitando ahora más que nunca las situaciones de riesgo personales y laborales. Si no, los rebrotes aumentarán y se acabarán convirtiendo en una segunda ola, tal como hemos visto en Estados Unidos y otros países. Seamos conscientes.

[Publicado en El Periódico, 14/7/20]

viernes, 10 de julio de 2020

Por qué hay rebrotes y qué debemos hacer

Da mucha rabia escuchar aquello de "yo ya lo había dicho". Pero hay situaciones en las que aún da más rabia ser quien lo tiene que decir. Eso es lo que les está pasando a muchos científicos estos días, que en cuanto se empezaron a anunciar las desescaladas en varios países de Europa avisaron que los rebrotes serían inevitables. No era una previsión difícil de hacer: si el confinamiento funcionaba tan bien a la hora de frenar en seco los contagios (diversos estudios han demostrado que cuanto más rápido y severo, más efectivo ha sido), en el momento en que se acabase y se reiniciasen los contactos sociales las situaciones de riesgo aumentarían inmediatamente y, por lo tanto, los casos volverían a subir. Efectivamente, ha sido así. La cuestión no era, pues, cómo evitar los rebrotes que, si queremos volver a poner otra vez en marcha el país en estas condiciones eran seguros, si no qué hacer cuando sucediesen. Es decir, era necesario estar bien preparado para detenerlos inmediatamente. Aquí es donde estamos fallando.

Es cierto que la despreocupación de los jóvenes es peligrosa, y una de las raíces del problema que tenemos. Pero lo que está pasando en Lleida es parecido a lo que se ve en Leicester, la primera ciudad del Reino Unido que se ha tenido que reconfinar (y el lugar donde vivo desde hace 12 años). No son ciudades muy grandes ni especialmente densas, pero cuentan con una actividad económica concreta que es susceptible a la explotación (los temporeros en Lleida, las fábricas de ropa en Leicester), llevada a cabo por mano de obra barata, a menudo inmigrante, que ha de trabajar y vivir en condiciones precarias y no puede quedarse en casa porque necesita el dinero para subsistir.

Culpar a los trabajadores de estos brotes es fácil y populista. Los verdaderos responsables son quienes les contratan para trabajar en unas condiciones que no respetan las medidas sanitarias vigentes. Parte del problema es también que el gobierno no tenga un sistema para controlar y facilitar que todos los empresarios sigan la normativa. Y aún es más grave no estar a punto para hacer frente a los rebrotes.

Tanto en Lleida como en Leicester hemos visto el mismo titubeo a la hora de reaccionar y una falta de información actualizada, que a estas alturas no es aceptable. Cerremos el círculo y volvamos al principio: sabíamos que íbamos hacia aquí y sabíamos qué teníamos que hacer para prepararnos. ¿Tenemos los hospitales a punto? ¿Estamos haciendo suficientes tests? ¿Somos capaces de rastrear a fondo los contactos de los infectados? Si alguna de las respuestas es no, entonces tenemos que preguntar qué no se ha hecho bien.  

Si queremos evitar una segunda oleada tenemos que ser más eficaces frenando los rebrotes para que no crezcan. Eso implica trabajar a dos niveles. Primero, concienciar a la población de que el momento que vivimos es frágil. Aunque esta no es la única solución ahora más que nunca tenemos que hacer caso de las recomendaciones (mascarillas, distancia, lavar las manos, evitar multitudes). Segundo, tenemos que exigir que los gobiernos utilicen todos los recursos posibles para detectar y detener los rebrotes antes de que se compliquen. Las herramientras existen, solo hace falta utilizarlas bien. 

[Publicado en El Periódico, 07/07/2020. Versió en català.]