martes, 31 de diciembre de 2013

Seamos solidarios todo el año

[¡Último atículo del año! Espero que tengáis un buen 2014 y que sigáis pasando por el blog para vuestra dosis de ciencia...]

Uno de los inconvenientes de ser un médico que se pasa la mayor parte de la jornada encerrado en el laboratorio es que no tengo muchas oportunidades de interaccionar con pacientes. Aunque mis sujetos de estudio sean las células, no pierdo de vista que lo que buscamos es una manera de solucionar problemas de salud y mejorar la calidad de vida de las personas. Por suerte, la labor de divulgación permite que me salte de vez en cuando esta barrera invisible y entre en contacto con quienes un día se podrían beneficiar de la investigación que hacemos. Por eso trato de encontrar tiempo para contestar las preguntas que recibo por e-mail o redes sociales, y aclarar las dudas de los enfermos de cáncer y sus familiares que se dirigen a mí.

UNO DE LOS TEMAS recurrentes en estas consultas es si hay que marcharse al extranjero para poder recibir el mejor tratamiento posible. Algunos ejemplos recientes de personajes conocidos con cáncer que se han tratado en Estados Unidos han reavivado la sensación de que el secreto para sobrevivir a esta enfermedad es tener suficiente dinero para pagarse un hospital al otro lado del Atlántico. Hay que dejar claro que en la inmensa mayoría de casos no es así. Los fármacos realmente efectivos se aprueban casi a la vez en América y en Europa.

Además, en nuestros hospitales se aplican las mismas técnicas que en cualquier otro país desarrollado, porque los protocolos a seguir se discuten y aprueban en foros internacionales a partir de estadísticas recogidas en todo el mundo. Por lo tanto, podemos estar tranquilos: en general, la sanidad pública catalana no tiene nada que envidiar a los centros privados de la costa este americana en cuanto al conocimiento y los recursos de los que dispone para luchar contra el cáncer.

Hay alguna excepción. La clave para mejorar el pronóstico de un tumor maligno es conseguir extraerlo todo. Por eso es importante descubrir el cáncer lo antes posible: si no ha tenido tiempo de esparcirse, las posibilidades de poderlo sacar de una pieza son más elevadas y, de esta manera, sube el porcentaje de supervivencia. La cirugía, pues, juega un papel importante. El problema es que a veces el tipo de tumor y su localización dificultan mucho el trabajo y hay que tener la experiencia adecuada para poder limpiar completamente el tejido de células cancerosas. Es entonces cuando puede que la persona más indicada para llevar a cabo una intervención así de delicada trabaje en un hospital de fuera el país.

Este fue el caso de Richi, un niño de Palamós que tenía un tumor en el cerebro. Se le intervino en Barcelona pero no se consiguió sacarlo entero. Entonces sus padres recogieron donativos para llevarlo al hospital Dana-Farber de Boston, donde había neurocirujanos suficientemente preparados para terminar la tarea. La semana pasada me invitaron a un espacio de televisión donde coincidí con Ricard Garcia , el padre de Richi. Nos informó de que el chico está recuperándose favorablemente de la operación, y que ahora han decidido encontrar la manera de ayudar a otros que estén en una situación similar. Lo han hecho montando una fundación que recauda fondos tanto en Estados Unidos como en Catalunya, con el objetivo de invertir los recursos generados en cada territorio en mejorar el tratamiento y la investigación sobre el cáncer infantil, un área bastante olvidada por la financiación pública por el hecho de ser una enfermedad relativamente poco frecuente.

En nuestro país, el primer objetivo que tienen es crear dos becas para entrenar a un cirujano y a un neurooncólogo en Estados Unidos y que luego puedan volver para aplicar sus conocimientos en el Hospital Sant Joan de Déu.

LOS CATALANES somos en general solidarios, pero parece que nos acordamos de la investigación solo una vez al año, cuando llega la Maratón de TV-3. Esto hace que desaprovechemos muchas oportunidades de financiar proyectos importantes que, debido a los recortes actuales de los presupuestos o porque estadísticamente tienen menos impacto, no llegan tan lejos como podrían. Los británicos y los norteamericanos, en cambio, han puesto en marcha un sistema de donativos que no se detiene nunca. Son un ejemplo que debería imitarse. Para poder llegar a este punto es necesario no solo concienciarnos como sociedad, sino también disponer de organizaciones privadas que incentiven y canalicen estos donativos.

Tenemos ya varios ejemplos, como la Fundació Josep Carreras (www.fcarreras.org), que hace años que financia el estudio de la leucemia. Esperamos que la Fundación Richi (www.richifoundation.org) siga sus pasos. Pensamos en el buen trabajo que entidades así pueden hacer y ayudémoslos para ayudarnos. Podemos contribuir mucho a la lucha contra el cáncer: depende de todos nosotros que podamos dominar estas enfermedades en los próximos años.

El Periódico, Opinión, 5/10/13. Versió en català.

martes, 3 de diciembre de 2013

La conciencia en un plato de cultivo

Quizá uno de los avances más sorprendentes de la biomedicina de este siglo ha sido conseguir fabricar tejidos humanos en el laboratorio. Es el primer paso de lo que se ha denominado medicina regenerativa: producir las piezas de recambio que necesitaría un cuerpo enfermo para funcionar de nuevo. Gracias a la habilidad de las células madre de poderse convertir en cualquiera de los tipos de célula que hay en un organismo hemos podido generar fragmentos de hígado, de pulmón e incluso partes de un ojo, que se han comportado como sus homólogos una vez se han introducido en animales o, incluso, en los primeros voluntarios humanos. Sin ir más lejos, el grupo del doctor Juan Carlos Izpisúa, del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona, anunciaba recientemente en la revista Nature Cell Biology que había creado por primera vez un tejido de riñón funcional usando células madre de embriones de ratones.

Todo esto nos está llevando hacia los trasplantes a la carta, que un día podrían solucionar problemas tan comunes como la diabetes o la insuficiencia renal. De momento solo se han probado versiones más sencillas, como por ejemplo los estudios que el doctor Paolo Macchiarini hace con tráqueas. Su técnica, desarrollada en el 2008 en el Hospital Clínic de Barcelona, empieza tomando una tráquea de un donante, que se limpia de células. La estructura resultante se llena con células madre del paciente, que terminan formando el tejido necesario para que la tráquea funcione sin rechazo una vez sustituya a la que está estropeada.

Pero las cosas se están complicando rápidamente. El grupo del doctor Juergen Knoblich publicaba hace poco un artículo en la revista Nature donde explicaba que, con la ayuda de una mezcla especial de sustancias químicas, había creado en un plato de cultivo lo que, a efectos prácticos, se podrían considerar minicerebros. En su laboratorio pusieron un puñado de células madre en una sustancia gelatinosa parecida a la que existe entre los tejidos en el cuerpo humano. Después le añadieron las condiciones adecuadas de temperatura, oxígeno y nutrientes y dejaron que las células se reprodujeran a su ritmo. Al cabo de unos días habían comenzado a formar espontáneamente unas pequeñas estructuras de tres o cuatro milímetros de diámetro que recordaban mucho el cerebro de un feto de nueve semanas. Efectivamente, cuando las miraron en el microscopio vieron que, aunque no se parecían del todo a ninguna construcción cerebral real, se organizaban en áreas neuronales diferentes que interaccionaban entre ellas, tal como lo haría un órgano vivo.

El cerebro es una parte de nuestro cuerpo que tiene una relevancia especial, precisamente porque lo que nos separa de los otros seres vivos es tener un córtex más desarrollado que nos permite una serie de funciones superiores únicas. La más relevante es posiblemente la habilidad de darnos cuenta de que existimos, que desde el principio nos ha llenado de incertidumbre necesaria para empujarnos a inventar almas, paraísos o reencarnaciones que justifiquen nuestra presencia en este planeta. Ahora, gracias a una sencilla combinación de células madre y productos químicos podemos formar partes de un cerebro en un plato de cultivo. ¿Quiere decir esto que un día seremos capaces de construir unidades artificiales conscientes de estar vivas? Las consecuencias éticas serían enormes. Ya fueron muy polémicos los trabajos de Craig Venter, que años atrás confeccionó un ser vivo prácticamente de cero, solo acoplando sus piezas básicas en el laboratorio. En aquel caso se trataba de una simple bacteria. ¿Qué pasaría si en el futuro pudiéramos crear vida con unas capacidades cerebrales más parecidas a las nuestras? ¿Será posible obtener un cerebro artificial a partir de un puñado de células, con todas las complejidades físicas y mentales que esto implica?

Hay que subrayar que la importancia de los trabajos del doctor Knoblich, de momento, radica sobre todo en haber proporcionado a la comunidad científica una manera de estudiar el cerebro humano que puede ser más precisa que las que se usan actualmente. Ningún animal tiene un cerebro tan complejo como el nuestro, y por eso es difícil extrapolar resultados. Además, experimentar con otros primates, los parientes más cercanos, genera casi tantos problemas morales como hacerlo con humanos. Disponer de fragmentos de cerebro para manipular en el laboratorio nos puede ayudar a entender mejor cómo se desarrollan, se relacionan y funcionan las neuronas y, a la vez, nos proporciona un modelo para estudiar su respuesta a tratamientos que podrían mejorar enfermedades cada vez más frecuentes, como el párkinson o el alzhéimer. Esto, por sí solo, ya es un avance considerable. Pero lo que nos espera a la vuelta de la esquina puede ser realmente rompedor.

El Periódico, Opinión, 5/10/13. Versió en català.