En mi universidad, formo parte de un comité que tiene como función asegurarse de que no se discrimina a las mujeres. Es un problema importante: a pesar de que tradicionalmente las ciencias biológicas atraen a una mayoría de estudiantes del sexo femenino, cuanto más se sube en la escala laboral más aumenta la proporción de hombres. ¿Por qué? Una causa es el famoso techo de cristal que impide que progresen con las mismas condiciones: todavía hay quien considera que las mujeres no hacen el trabajo igual de bien, el tipo de actitud que mi comité intenta detectar y parar. Pero no es la única explicación. De hecho, puede que estos vestigios de machismo jurásico no sean ni siquiera el motivo principal.
No hace mucho, uno de los miembros del comité, una mujer con una carrera brillante, me admitió un poco avergonzada que se lo pensaba dos veces a la hora de contratar a una científica en edad fértil. Le había pasado ya en más de una ocasión que la habían dejado en la estacada para dedicarse a hacer de madres a tiempo completo. Es una elección muy loable, no querría insinuar lo contrario, pero para el director de un laboratorio puede ser un desastre logístico y económico considerable que el científico encargado de un proyecto desaparezca a medio camino. Se entiende que quiera velar también por sus intereses. ¿Es posible, pues, que algunas mujeres estén saboteando el futuro profesional de todas las restantes? Es un razonamiento tramposo que pone a la víctima en la silla del culpable, y no creo que sea justo, pero es cierto que la maternidad es uno de los pilares que sostienen la discriminación.
Quizá lo que necesitamos es entender por qué tantas mujeres y tan pocos hombres eligen dejar la competitividad para ocuparse de los hijos. Es obvio que llevar todo el peso de una familia no es compatible con trabajos de mucha responsabilidad. Uno de los actos más sexistas de los últimos años ha sido crear el mito de la supermadre para convencer a las mujeres de que podían hacer las dos cosas a la vez sin volverse locas. O al menos uno de la pareja cede parte de sus aspiraciones laborales temporalmente, o la crianza de los hijos se externaliza a terceros, no hay vuelta de hoja. Pero ¿por qué la que se sacrifica suele ser la mujer? ¿Porque tiene más desarrollado el instinto maternal y cree (y creemos) que lo hará mejor que nosotros? ¿Es esto un estereotipo realmente determinado por la biología o es fruto de la presión social?
Durante los primeros años de vida, los roles sexuales todavía no están interiorizados, pero se adivinan ciertas tendencias. Como lo pasa mejor mi hijo de 5 años es saltando, jugando al fútbol y viendo historias de superhéroes en la televisión, como el resto de sus compañeros. La preferencia por actividades más agresivas debe estar determinada, al menos en parte, por las hormonas, porque la presión para adoptar el lugar que le corresponde en la sociedad todavía no es lo suficientemente fuerte. La prueba es que cuando va a jugar a casa de una amiga no tiene ningún problema en pintarse las uñas de rosa y ver películas de hadas.
Pero esto cambiará pronto. El otro día le insistía a su madre en que tenía que comprar una marca concreta de jabón para el lavavajillas. Tardamos un poco en descubrir que su conocimiento sobre el tema venía de una publicidad agresiva que pasan a la hora en que ve los dibujos animados. No me lo vino a decir a mí seguramente porque en el anuncio era una señora la que fregaba, no porque yo en casa rehúya los platos sucios. Este es un ejemplo de cómo perpetuamos subliminalmente el cliché de la mujer como perfecta madre / proveedora, mientras que los hombres debemos servir más para perseguir mamuts. La sociedad refuerza tanto esta división que acabamos tragando la falacia de que tiene un motivo biológico. Pero más allá de la gestación y el parto, el hombre puede hacer el trabajo igual de bien, del mismo modo que ellas pueden coger la lanza y salir a cazar con nosotros.
Quizá son todavía minoría entre sus compañeros, pero hoy en día hay científicas que triunfan espectacularmente. Sin ir más lejos, las dos principales autoridades mundiales en mi campo de estudio son mujeres. Y tenemos el ejemplo de la recientemente fallecida Rita Levi-Montalcini, una neuróloga con premio Nobel. Esto demuestra que pueden llegar a la cima.
Debemos luchar para que las mujeres no tengan trabas especiales, pero también para que se crean que pueden llegar hasta donde se propongan. Subir un hijo es una de las tareas más bonitas que hay, difícil y desagradecida, pero importante como pocas. Hay que ser muy ignorante para despreciar a las personas que quieren consagrar a ella su tiempo. Ahora bien, quien quiera dedicarse debe hacerlo consciente de que es una elección, no la única opción que la sociedad le deja por haber nacido con un sexo determinado.
El Periódico, Opinión, 27/01/13. Versió en català.