El baile de dudas alrededor de la vacuna de AstraZeneca de estos últimos meses ha culminado esta semana con el anuncio de que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) cambiaba sus recomendaciones y admitía que había una “posible relación” entre la vacuna y el aumento de un tipo raro de coágulos en las personas inmunizadas. Concretamente, en Europa se habían visto 62 trombosis de seno venoso cerebral y 24 de la vena esplénica en 25 millones de vacunados (la gran mayoría en mujeres de menos de 60 años), de los cuales 18 habían muerto. Son enfermedades que espontáneamente aparecen con una frecuencia muy baja y, a pesar de que la proporción continúa siendo pequeña en vacunados, la coincidencia temporal despierta sospechas.
¿Qué hay que hacer a partir de ahora? La misma EMA ha concluido que se tiene que continuar usando la vacuna de AstraZeneca porque los posibles riesgos son bajos comparados con el efecto protector que tiene. La agencia reguladora del Reino Unido ha anunciado que la seguiría dando y que la restringiría solo a los menores de 30 años cuando les llegue el turno. El motivo por el cual el Reino Unido ha visto menos casos de trombosis hasta ahora puede ser que, a diferencia de buena parte de Europa, ha usado esta vacuna sobre todo para los mayores de 65 años, que tendrían menos peligro de desarrollarlo.
Pero todavía quedan muchas incógnitas por resolver. Por ejemplo, las trombosis no se han observado con las vacunas de Pfizer y Moderna, que son de ARN. Esto hace pensar que la tecnología del vector viral de AstraZeneca podría desencadenar una respuesta inmune que destruyera las plaquetas (una de las características de estas trombosis). Pero si es así, tendría que pasar una cosa parecida con las vacunas que usan el mismo sistema, como la Sputnik rusa, la CanSino china o la nueva de Janssen, algunas de las cuales ya se han administrado masivamente. En cambio, todavía no se ha asociado ninguna de estas vacunas a un aumento de trombosis.
Pero asumamos por un momento que la vacuna de AstraZeneca está de verdad relacionada con estas complicaciones, que sin duda es una posibilidad. Lo que tendríamos que hacer entonces es valorarlo con la perspectiva que hace falta dentro del contexto de la campaña de vacunación. Si estos 25 millones de personas no hubieran recibido la vacuna de AstraZeneca, seguramente tendrían que haber esperado meses a que les tocara otra dosis, durante los cuales una parte hubiera cogido el covid-19. Simplificando mucho todas las variables implicadas, podemos calcular por encima qué efecto tendría esto. Si consideramos que cada semana se contagia una de entre 880 personas (para usar datos recientes de Catalunya, aunque esta es una cifra que varía según el tiempo y el lugar), esto querría decir que los no vacunados se podrían haber infectado a un ritmo de más de 28.000 por semana que pasaran desprotegidos. Si asumimos una letalidad del 2% (más o menos la media en España desde el principio de la pandemia), el número de víctimas potenciales por cada día que pasan sin vacunarse será muy elevado. A pesar de ser un cálculo imperfecto, sale una cifra mucho más alta que todas las víctimas mortales de las trombosis.
Todo esto indica que, si aceptamos como cierta la peor de las posibilidades, que la vacuna realmente cause una trombosis grave en una de cada casi 300.000 personas, el impacto sanitario de no usarla para proteger a la población que tiene más riesgo de sufrir las complicaciones serias del covid-19, los mayores de 65 años, sería más elevado. Desde el punto de vista de la salud pública, pues, es obvio que los beneficios de utilizar esta vacuna superan de mucho las consecuencias de las posibles complicaciones.
A nivel individual, se puede sacar una conclusión parecida. Hay otros fármacos que tomamos regularmente que aumentan las trombosis, como los anticonceptivos orales, que pueden llegar a doblar el riesgo. Todavía más: los vuelos de larga duración lo triplican, y no por eso hemos dejado de tomar estas pastillas o de coger aviones. Incluso salir a la calle en una gran ciudad puede comportar un peligro superior de sufrir accidentes, y no nos quedamos encerrados en casa.
Una manera de evitar problemas seria no darla en mujeres menores de 60 años, pero no tiene sentido que el resto de la población tenga que esperar. Además, ahora podemos estar alerta y reconocer los síntomas de las trombosis, lo que nos permite tratarlas rápidamente y reducir la mortalidad. En un momento en que vamos cortos de vacunas, cosa que hace que la campaña avance más lentamente de lo que se esperaba, no nos podemos permitir rechazar ninguna que se haya demostrado que funciona y que es segura para la gran mayoría.
[Publicado en El Periódico, 9/4/21. Versió en català.]
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