Madrid tiene un problema. La curva de contagios de covid-19 ha llegado a un punto peligroso que, pese a no ser comparable a los peores momentos de la primera ola, demuestra que la pandemia se ha vuelto a descontrolarse. Pero el mejor indicador del impacto real del virus no es el número de diagnósticos, que depende de cuantos tests se hacen, sino la saturación del sistema sanitario, que es el preludio al aumento de mortalidad. Ayer tenían un 20% de camas ocupadas por enfermos de covid-19 (40% en las uci), una situación que se acerca al colapso.
Un artículo publicado en 'The Lancet' esta semana situaba España, después de medir una serie de indicadores, entre los países que peor se han enfrentado a la crisis, junto a Brasil, Estados Unidos y Colombia. La razón es que, desde el principio, se ha ido un par de pasos por detrás, en lugar de ir dos por delante. Esto tal vez se podía justificar en marzo, cuando las incógnitas eran numerosas, pero no ahora que se puede prever hacia dónde van las cosas porque hay suficientes voces expertas anticipando correctamente la evolución de la pandemia. Es obvio que hay una falta de liderazgo competente.
Parte del problema es que la política se ha inmiscuido demasiado en la gestión. Cuando Catalunya y Aragón fueron las primeras en sufrir rebrotes después del confinamiento, la reacción fácil fue atribuirlo a la inoperancia de los gobiernos locales. Pero este no era el origen del problema: la desescalada rápida y prematura, sumada al ansia de recuperar una normalidad imposible, hacían los rebrotes inevitables. Lo que se necesitaba entonces era que el resto de comunidades se hubiesen preparado para hacer frente en mejores condiciones el reto que les estaba a punto de caer encima. Ahora vemos las consecuencias de no haber hecho los deberes.
Y siguen sin aprender la lección. El anuncio de Díaz Ayuso de restringir solo la movilidad en ciertas áreas de la comunidad de Madrid y no reunirse con Pedro Sánchez hasta el lunes demuestra lo poco que entienden todavía algunos políticos como funciona el covid-19. Hemos visto que lo que hay es actuar rápido y con contundencia. Al igual que ocurrió en la primera ola, ya están tardando a sellar la capital. El confinamiento y la limitación de la actividad social deben ser siempre la última opción, por el fuerte impacto social y económico que tienen, pero hay que ser lo suficientemente valiente para reconocer cuando hay que aplicarlos para evitar males mayores.
Madrid tiene un problema. Pero Catalunya también. Y el resto del país, y todo el mundo, porque este virus no se está quieto. La ignorancia, arrogancia e incompetencia de algunos líderes es un peligro no solo para el territorio que gobiernan sino para la salud global. En lugar de caer en la complacencia de celebrar la inutilidad de los rivales políticos, se debe anticipar el próximo movimiento. No tenemos muchas herramientas para contener el virus mientras no llega la vacuna y, hasta cierto punto, jugamos la partida con desventaja. Pero lo que no podemos hacer es ponerle las cosas más fáciles cometiendo errores que ya deberían haber sido superados, porque el precio se paga en vidas humanas.
[Publicado en El Periódico, 19/09/20. Versió en català.]
[BONUS: Una entrevista sobre el tema en un artículo de El Confidencial]