Últimamente, la política nos monopoliza el interés. El recambio que ha habido en parlamentos, diputaciones y ayuntamientos ha provocado una sobredosis de elecciones que están chupando buena parte de nuestra atención. Es normal que nos preocupe qué pasará durante los próximos años, quién tomará las decisiones importantes y qué impacto tendrá esto en el colectivo al que pertenecemos. Pero este revuelo político tapa otros debates esenciales que deberíamos tener inmediatamente. Hay uno, en concreto, que debería ocupar portadas de todos los diarios pero solo aparece discretamente en las secciones de ciencia. Hablo de que ya podemos manipular genéticamente embriones humanos y que tenemos que decidir si esto es deseable o debe prohibirse.
Cuando a finales del año pasado He Jiankui anunció que habían nacido dos gemelas a las que había eliminado un gen, abrió una caja de Pandora de la que pueden salir todo tipo de monstruos. Aquella noticia provocó un rechazo instantáneo y global porque había sido un experimento irresponsable: no solucionaba necesariamente el problema que quería tratar (la posible transmisión del virus del sida a los hijos), existían otras formas de hacerlo menos invasivas y no había tenido en cuenta los posibles efectos secundarios para aquellas niñas y todos sus descendientes. A pesar de que fue fácil ponerse de acuerdo en que aquello era un error, lo que está pasando ahora es bastante diferente.
Hablaba en mi último artículo de que el biólogo ruso Denis Rebrikov anunció en junio que quería repetir el experimento de He y ya había pedido los permisos a las autoridades. En solo un mes, la cuestión ha dado un giro de 180 grados. Cuando todo el mundo puso el grito en el cielo, Rebrikov propuso una variante: eliminar el gen de la sordera que heredan indefectiblemente los hijos de parejas en las que ambos sufren esta condición. Los parámetros son otros: ahora estamos hablando de una deficiencia que no se puede evitar (ni siquiera seleccionando embriones por fecundación in vitro) y que no tiene cura. ¿Es aceptable la manipulación de embriones en este supuesto? La respuesta no ha sido tan clara.
Por un lado, se puede defender que el beneficio para los afectados lo justifica. Pero la sordera no es una enfermedad mortal: hay millones de sordos viviendo con toda normalidad. De hecho, muchos de ellos no consideran que tengan una deficiencia, sino una peculiaridad física como otra, y querrían que sus descendientes fueran también parte de esta comunidad. Vamos un paso más allá. ¿Deben tomar los padres estas decisiones en nombre de los hijos que todavía no han nacido o se debe tratar como una cuestión de salud pública? ¿Dónde dibujamos la raya que define qué 'defectos' se deberían permitir (o incluso obligar a) eliminar de los embriones? Es cierto que todavía no controlamos bastante la técnica y no sabemos a qué consecuencias indeseables podríamos estar condenando estos niños, lo que debería ser suficiente para aceptar una moratoria. Pero no parece que eso importe mucho a personas como He y Rebrikov. Por eso estos temas deben considerarse con urgencia.
Últimamente hemos visto en la televisión una serie de debates en los que se suponía que los candidatos nos tenían que explicar por qué sus programas eran mejores que los de los demás. En su lugar, acababan dando un triste espectáculo de reproches e insultos con poca utilidad práctica para el votante que ha de escoger al que más se adapte a sus intereses. En lugar de invertir el 'prime time' en ejercicios estériles como estos, los medios deberían tomar conciencia de la responsabilidad que tienen de hacer llegar al gran público las preguntas más importantes en este momento, las que pueden cambiar el futuro de toda la humanidad, aunque que pueda sonar exagerado.
Lo que me gustaría ver después del telediario es una mesa redonda con expertos de todos los ámbitos (medicina, ética, filosofía, economía, sociología...), representando las corrientes ideológicas principales, que discutieran cómo debe ser el humano del siglo XXI. Y, una vez bien informados, el público general podría entonces expresar su opinión. No estamos hablando de la política municipal de los próximos cuatro años, sino de cómo será el 'Homo sapiens' a partir de ahora. Es un tema suficientemente importante como para que nos impliquemos todos. En lugar de centrarnos tanto en el circo de elegir a los próximos líderes, deberíamos reclamar que se hablara también de temas que trascienden el futuro inmediato. Si no, nos encontraremos con que alguien ha aprovechado el vacío legal para hacer lo que ha creído más conveniente. Y entonces ya será demasiado tarde.
[Publicado en El Periódico, 20-7-19. Versió en català]