lunes, 8 de abril de 2019

Despertar vocaciones

Hablaba recientemente con una de mis estudiantes de doctorado que había ido a una escuela de secundaria a dar una charla. En mi departamento hemos iniciado un programa para que los investigadores salgan a explicar qué hacen, y ella había sido una de las primeras en apuntarse. Como miembro del comité organizador de las actividades, me encontré con que muchos de mis compañeros tenían ganas de divulgar, pero no sabían cómo ponerse. Y, del mismo modo, muchos centros querían científicos que les hablaran de temas de actualidad, pero no sabían dónde buscarlos. Imagino que debe de pasar lo mismo en otros lugares: a pesar de que existe una oferta y una demanda, la falta de tradición hace que se pierdan oportunidades.

Una de las cosas positivas de esta experiencia es que se han implicado los investigadores más jóvenes. A veces cuesta motivar a los catedráticos pero, en cambio, los doctorandos se lanzan al reto sin pensárselo dos veces. Es esperanzador que las nuevas generaciones sean las más interesadas en comunicarse con el público y entiendan que es parte de su trabajo. Debemos tener claro que la ciencia está al servicio del saber, pero también de la gente; que trabajamos para entender nuestro entorno y para construir una sociedad mejor, y por eso no nos podemos pasar todo el día encerrados en el laboratorio. A pesar de que a veces quizá la olvidemos, esta es una máxima que la mayoría teníamos bien clara cuando elegimos esta carrera, seguramente porque formaba parte del impulso vocacional que nos guiaba.

Pero tal vez esto de la vocación esté pasando de moda. Los que ahora se acercan a los 18 años, la 'Generación Z', tienen otras prioridades. Una de las preguntas que más le hicieron a mi estudiante después de su presentación no tenía nada que ver con lo que les explicó: estaban muy interesados ​​en saber cuánto cobraba y cuántas horas tenía que trabajar. El enfoque es totalmente erróneo. Todos queremos un sueldo que nos permita llevar una vida cómoda con el mínimo de lujos a los que nos hemos acostumbrado, claro. Pero esta no puede ser la única razón para elegir un trabajo, al menos una carrera de investigación. Si te atrae la ciencia, por encima de todo debería haber la voluntad de hacer una contribución a la sociedad. Sin una vocación firme, no hay ni que plantearse escoger esta opción laboral. Cuando yo tenía su edad me fascinaba la ciencia, como a tantos otros que hemos terminado en un laboratorio, porque veía que me podría ayudar a entender el mundo. Parece que esto ya no es suficiente.

He descrito un caso específico, y seguro que no se puede generalizar, pero creo que hay que cambiar la percepción que se tiene de la ciencia, a todos los niveles. Mucha gente la ve como un mal necesario, una disciplina hermética que nos aporta beneficios pero que, como el motor de un coche, sabemos que está allí y hace su trabajo sin querer saber cómo funciona. No sé si es una actitud que nos podamos permitir hoy en día, y menos aún nuestros hijos y nietos. Ha de haber más ciencia en las escuelas. Hay que educar en cómo funciona el razonamiento científico, que es la base del progreso en todos los ámbitos. Hay que explicarlo de la misma manera que hay que explicar filosofía. Hay que enseñar a pensar a los alumnos usando todas las herramientas que la cultura (ciencias y humanidades) nos pone al alcance. Hay que entender que la ciencia es necesaria para todo, que es compleja pero puede hacerse accesible, y que no le podemos dar la espalda. Acaso no nos hará ricos, pero que es una de las tareas más apasionantes que hay. En esta campaña, que no solo debería dirigirse a las escuelas, deberíamos colaborar todos: científicos, profesores, periodistas, pensadores...

Hay muchas maneras de conseguir que los valores de la ciencia se integren en nuestras vidas. Por ejemplo, para Sant Jordi podemos regalar libros que nos ayuden a perder el miedo. Como cada año, os recomendaré algunas novedades. '14 maneras de destruir la humanidad', de Màrius Belles y Daniel Arbós, es una forma divertida de contemplar el fin del mundo. Más serio es 'El cerebro convulso', de Suzanne O'Sullivan, casos clínicos sorprendentes explicados como si fueran historias de detectives por una neuróloga. O 'La ciencia de The Big Bang Theory', de Ramon Cererols y Toni de la Torre, que usa el anzuelo de la televisión para hacer llegar la física a todos, descargable gratuitamente en esteve.org. Si os gustan los superhéroes, mi serie 'Hijos de la Séptima Ola' es un 'thriller' de acción sobre la manipulación genética. Y para los pequeños, 'Max Einstein', de James Patterson, convierte la ciencia en una aventura. ¡Buenas lecturas!

[Publicado en El Periódico, 30/3/19. Versió en català.]

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