A principios de mayo de 1959, un hombre calvo de 50 y tantos años entró en la Senate House de la Universidad de Cambridge con un puñado de papeles en la mano. Con su aspecto inofensivo y cara de buena persona, nadie se hubiera imaginado que estaba a punto de dinamitar los cimientos intelectuales del país. No le hizo falta un cinturón de explosivos, sino que aquel terrorista hizo tambalear el 'establishment' británico con un simple discurso, la prestigiosa Rede Lecture que le habían invitado a dar aquel año. La deflagración no fue inmediata: tuvieron que pasar tres años para que se sintiera el impacto, después de que la charla fuera publicada por la Cambridge University Press y el crítico literario FR Leavis la hubiera destrozado en un artículo, provocando así un efecto Streisand 'avant la lettre' que catapultaría al conferenciante a la fama.
El responsable de aquel revuelo fue C. P. Snow, un científico reconvertido en asesor del gobierno y novelista popular de éxito, que no esperaba en ningún momento que sus palabras tendrían este impacto. Si leemos el discurso, editado bajo el nombre 'Las dos culturas', veremos que usa un tono ligero e irónico, a pesar de que el tema de fondo es serio. Después de los ataques de Leavis y sus acólitos, Snow aprovechó para explicar con más detalle en el texto 'A second look' algunas de las ideas que solo había esbozado en la conferencia, ahora sí de manera más académica, para acabar de remachar el clavo.
¿Cuál fue el terrible pecado que cometió Snow? Sobre todo, decir que educar a los jóvenes en las materias de humanidades dejando de lado la ciencia era un disparate y, por extensión, también lo era el hecho inverso. Lo que se necesitaba era un aprendizaje que cubriese todas las bases. Esto, que ahora quizás nos parece obvio, era un anatema en la Inglaterra de posguerra, todavía dominada por un sistema de castas que cerraba el paso a las clases más bajas a la enseñanza superior. El auge de las ciencias en la segunda mitad del siglo XX estaba borrando estas fronteras, permitiendo que los más humildes entraran en la élite intelectual por la puerta trasera, y esto ponía nerviosos a los mandarines de letras que controlaban el país. Snow se atrevió a constatarlo en público y a invitar a terminar de derribar las barreras sociales y culturales que imperaban.
'Las dos culturas', junto con la correspondiente adenda, volverá a estar disponible en las librerías catalanas a partir de la próxima semana, y he tenido el honor de escribir el prólogo de la nueva edición. Es un libro que se debería leer en las escuelas y que todos los maestros deberían tener presente, porque, por desgracia, la absurda división entre ciencias y letras continúa imperante hoy en día. He hablado de ello otras veces en este espacio, pero hay que seguir insistiendo: la compartimentalización precoz de nuestro sistema educativo crea individuos incompletos, que deben enfrentarse al mundo cojos de una pata. Es cierto que el clasismo británico, que aún colea en Inglaterra, nos suena obsoleto en el sur de Europa; por eso, las quejas de Snow en este sentido tienen un interés más que nada histórico. Pero el resto del discurso todavía es válido 60 años después.
Debemos ser proactivos. Mientras que, en los años 50, el conocimiento fluía con dificultad, actualmente cualquiera puede complementar las deficiencias de su educación con material asequible. Por ejemplo, la trilogía de divulgación que Yuval Noah Harari ha publicado estos últimos años. Es esperanzador ver en la lista de 'best-sellers' libros que mezclan ciencia y humanidades con soltura. Harari, de hecho, es un historiador, pero ha entendido que necesita la ciencia para poder explicar quiénes somos y en qué mundo vivimos. En su último libro, '21 lecciones para el siglo XXI', publicado hace unos meses, va más allá y recurre también a la ciencia para predecir la evolución de la humanidad y los cambios de paradigma que se acercan.
Hay, pues, motivos para ser optimista. Hay humanistas que usan la ciencia, científicos que utilizan las humanidades y un público dispuesto a escucharlos. Necesitamos continuar ensanchando la base para que, al final, todo el mundo entienda que la cultura es una sola con muchas formas, y que el verdadero conocimiento nace de la mezcla de todas ellas. Especializarnos excesivamente es un camino de regreso a la ignorancia. Quizás algún día ya no nos sorprenderán libros como los de Harari ni necesitaremos volver a leer a C. P. Snow. De momento, recomiendo a todo el mundo la lección de 'Las dos culturas' y los 'crossovers' de Harari para convertirnos en personas más completas.
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