Las pseudociencias pueden matar. Los casos de unos enfermos de cáncer que se dejaron aconsejar por curanderos nos lo han recordado recientemente. Cuando permitimos que la fantasía entre en el campo de la salud, los riesgos son demasiado elevados. Las pseudociencias pueden prometer lo que quieran porque no tienen que demostrarlo. Si puedes elegir entre un fármaco que reduce las posibilidades de que rebrote un cáncer a cambio de unos efectos secundarios serios o una pastilla que te curará del todo sin causarte perjuicios, es obvio qué opción resulta más atractiva. Cuando estamos enfermos somos especialmente vulnerables a estos engaños. En el negocio de las pseudociencias hay ignorantes bienintencionados que realmente creen que han encontrado una verdad escondida y otros son simplemente estafadores conscientes de lo que están ofreciendo. Ambos son igual de peligrosos, y hay que frenarlos.
La lucha contra las pseudociencias debe ser a todos los niveles. El usuario tiene que confiar más en su sentido común. Enfermedades complejas como el cáncer requieren tratamientos igual de complejos, y nos está costando muchos años y millones encontrarlos. Desconfiad de quien diga que con un poco de lejía es suficiente. Lo mismo sirve para condiciones tan desconocidas como el autismo. Si no entendemos por qué pasan, es poco probable que sepamos cómo solucionarlas.
También hay que aumentar la cultura científica de la población. La ciencia no puede ser solo terreno de expertos, porque nos afecta a todos. La ignorancia científica nos deja indefensos ante los embaucadores. Es necesario que la ciencia tenga más presencia en los medios, que más profesionales den el paso a la divulgación y que todos nos interesamos más por estos temas. Tenemos que dejar de ver la ciencia como el patrimonio exclusivo de una élite e integrarla en la cultura popular. Para empezar, es básico que en la escuela se trabaje el método científico (observar, analizar, interpretar, sacar conclusiones), que es esencial para saber pensar.
El médico tiene que volver a hablar con el enfermo y darle la información y la empatía que necesita para que no las busque en otros sitios. Las instituciones deben tener tolerancia cero con los farsantes. Es habitual que los ayuntamientos permitan ferias o charlas donde las pseudociencias campan con libertad. No es un hecho inocente. No podemos otorgar ninguna sombra de oficialidad a una actividad que puede atentar contra la salud pública. El Departamento de Salud hará bien en seguir abriendo expedientes sancionadores, y los médicos, a través de sus colegios, deben autorregularse e impedir que se utilice un título universitario para dar una pátina de respetabilidad a un engaño. Utilizar ciertas técnicas para obtener un efecto placebo puede estar justificado en algunas ocasiones, pero es muy diferente pretender curar enfermedades graves con agua y azúcar.
Y finalmente, la ley debe ser dura con quienes juegan con la salud de los demás. Es necesario que los políticos entiendan el alcance del problema y los legisladores actúen en consecuencia. Quizás así entre todos podremos evitar más muertes y daños innecesarios.
[Publicado en El Periódico, 21-10-18]