La información es poder. No hace falta explicar demasiado, eso todo el mundo lo tiene claro. Pero quizás no todos nos damos cuenta de que la biología también es información. Del mismo modo que cualquier ordenador tiene su 'software', el 'hardware' biológico depende de una serie de instrucciones almacenadas en un sustrato físico, susceptibles de ser leídas cuando sea necesario. Hablo, naturalmente, del genoma.
Gracias a los grandes avances en las máquinas que leen ADN, actualmente estamos generando incontables terabits de datos biológicos a precios asequibles, y los guardamos en bancos, muchos de ellos de acceso público, que pueden o no estar anonimizados. Los científicos los usamos constantemente, y eso nos permite ir más rápido en nuestras investigaciones, por ejemplo a la hora de diseñar nuevos tratamientos para una enfermedad como el cáncer. Hace unas semanas vimos un uso sorprendente. La policía de Estados Unidos atrapó un sospechoso de ser el Golden State Killer, el asesino que había aterrorizado California durante los años 70 y 80, gracias a un banco que contenía información genética no de él sino de un familiar cercano. Aunque seamos cuidadosos con nuestros datos, los parientes pueden revelar involuntariamente quiénes somos, dónde hemos estado o qué hemos hecho. Son malas noticias para los criminales.
Ahora, no cuesta mucho imaginar que esta tecnología en manos de un estado autoritario que persiga y encarcele a los disidentes o quiera limitar la libertad de expresión podría tener unos usos terribles. Solo hay que recordar el ominoso programa de "ciudadanía por puntos" que está implementando China a golpes de videovigilancia y reconocimiento facial. Si encima pudieran añadir una dimensión genética a todo este control, las posibilidades de escapar del absolutismo de un gobierno que se cree con el derecho de dictar qué deben pensar sus ciudadanos serían mínimas.
Pero las cosas se pueden complicar aún más. Hasta los años 70 del siglo pasado, el 'software' biológico estaba guardado en el que se veía como una memoria ROM, la que se puede leer pero no cambiar. La llegada de las tecnologías de ADN recombinante revolucionaron esta idea y, a partir de entonces, hemos ido perfeccionando las herramientas que nos permiten modificar y reescribir la información genética. La culminación ha sido el descubrimiento del método llamado CRISPR / CAS9, que permite una edición barata y muy efectiva del genoma de prácticamente cualquier ser vivo, incluso los humanos.
Inspirados por estos fabulosos instrumentos, un grupo de científicos propuso recientemente "escribir" todo un genoma humano partiendo de cero. No estamos hablando de cortar y pegar trozos de texto, sino de coger la pluma y redactar una novela entera sobre unas hojas en blanco. Algo parecido se había conseguido ya con una bacteria, que se llamó el primer organismo sintético aunque esto no es del todo exacto, lo que marcaba el camino a seguir. Pero el genoma humano es mucho más complejo. Tanto, que unos meses después de anunciar el proyecto, admitieron que era demasiado ambicioso y abandonaron el objetivo. De momento.
Dentro de unos años los problemas técnicos se habrán superado, y podremos construir un genoma pieza a pieza, el primer paso para crear un humano sintético: si transfiriéramos esta información a un óvulo y lo estimuláramos adecuadamente, podría generar un embrión y así acabaría naciendo un niño que habría sido totalmente diseñado en el laboratorio. Dicho de otro modo, aprovechando el 'hardware' que nos da la naturaleza (un óvulo, un útero), podríamos escribir nuevas piezas de 'software' (un genoma) para reinterpretar la vida. Si sumamos esto a lo que comentábamos sobre los bancos de datos, nada nos impediría reproducir una secuencia antigua. Es decir, si la gente continúa compartiendo públicamente la secuencia de su ADN, alguien podría encontrarse algún día por la calle un clon suyo (o de su padre, o de su abuelo), generado en un laboratorio en cualquier rincón del mundo con acceso a internet.
La información, como la ciencia y la tecnología, no tiene credo ni color. No es buena ni mala. Su impacto depende del uso que le damos. Limitar el acceso se ha demostrado que no es efectivo (en la era de la globalización rampante, los datos siempre encuentran la manera de filtrarse), por eso hay que centrarse en regular cómo se utiliza. El hecho de que sepamos que los seres vivos también somos información plantea una serie de alternativas con implicaciones éticas y sociales muy profundas. Las distopías que hemos leído y visto en el cine están cada vez más próximas y depende de nosotros evitar que se impongan al posible mundo feliz que podríamos modelar con la ayuda de la ciencia.
[Publicado en El Periódico, 18/5/18]
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