martes, 30 de mayo de 2017

Sangre joven

Erzsébet Báthory, una condesa húngara que nació a finales del siglo XVI, ha pasado a la historia como la asesina en serie más prolífica de la que se tiene constancia. Aunque no se sabe con exactitud el número de sus víctimas, se calcula que podrían haber sido unos cuantos centenares, todas chicas jóvenes. Esta es la parte que se cree cierta; a partir de aquí han nacido las leyendas. Una de las más difundidas es que Báthory mataba doncellas para poderse bañar en su sangre, porque creía que evitaría que envejeciera. Se dice que esta historia, mezclada con la figura de otro noble sanguinario de la zona, el rumano Vlad Tepes, es lo que inspiró a Bram Stoker su personaje más célebre, Drácula.

Cuatrocientos años después de la muerte de la condesa asesina, estamos viendo que quizá no iba tan desencaminada. Descubrimientos recientes indican que, en las primeras décadas de la vida, en la sangre habría uno o más factores que podrían contribuir a mantener los órganos en buen estado, y que esto podría tener efectos rejuvenecedores en los tejidos de las personas de edad avanzada. El experimento que dio la primera pista es de hace poco más de una década. Unos científicos de la Universidad de Stanford unieron los sistemas circulatorios de un ratón viejo y uno joven, para que las sangres mezcladas fluyeran por los dos cuerpos. Esta es una técnica clásica, usada por los fisiólogos desde hace tiempo, que se llama parabiosis. Lo que demostró es que la sangre del ratón joven hacía que los huesos del viejo aumentaran de densidad, como si estuvieran yendo atrás en el tiempo. Más tarde se vio que también mejoraba la capacidad de reparar heridas y que aumentaba las conexiones entre neuronas en el cerebro.

Desde entonces se ha estado buscando cuál es el componente rejuvenecedor que hay en la sangre. Una hipótesis señala a la proteína GDF11, que reactiva las células madre, pero no hay unanimidad. El mes pasado se hizo un nuevo experimento, esta vez inyectando plasma de cordón umbilical humano a ratones viejos. El resultado es que mejoraba significativamente la memoria de los animales. En este caso, se cree que la proteína responsable del efecto es la TIMP2. Hace unos días estaba en un tribunal de tesis en la que el candidato hablaba de la implicación del sistema inmunitario en el envejecimiento. Los datos sugerían que, con la edad, los glóbulos blancos pierden la capacidad de limpiar los tejidos, concretamente de eliminar las células envejecidas que se acumulan y entorpecen su buen funcionamiento. Si esto es correcto, no solo las proteínas de la sangre joven podrían frenar el paso del tiempo, sino también alguna de las células que circulan.

Aunque es más revolucionaria la idea que propusieron a principios de abril científicos del Max Planck Institute. Pusieron peces viejos, de los que se había eliminado todas las bacterias que tienen en el tubo digestivo, en contacto con excrementos de peces jóvenes. Cuando los viejos asimilaron la flora intestinal que había en los desechos, pasaron a ser más activos y a vivir un 37% más. Este trasplante de microbioma, por llamarlo técnicamente, demuestra que la composición de las bacterias del intestino tiene un efecto sustancial sobre la longevidad, al menos en algunos animales. La razón es aún desconocida y no se sabe si en humanos funcionará de la misma manera.

Estos datos tienen un gran impacto potencial. Si se confirman, querría decir que podríamos usar inyecciones de plasma y pastillas de excrementos (o, aún más práctico, un cóctel de proteínas, células y bacterias) para frenar el envejecimiento y la degeneración asociada, por ejemplo en enfermos de alzhéimer. Y si no funcionara nada de esto, hay otras opciones. En mi laboratorio, por ejemplo, investigamos cómo eliminar células viejas con nanopartículas o si bloquear una proteína ralentiza los síntomas de la edad.

Otros científicos están estudiando compuestos diferentes. Sea como sea, la primera 'píldora de la longevidad' no está muy lejos. Es posible que nuestros hijos ya la puedan tomar. Esto significa que deberíamos comenzar a discutir las implicaciones sociales. ¿Qué pasará si cada vez más gente llega a los 100 años? ¿Lo resistirá el planeta? ¿Cuánto tendremos que extender la edad de jubilación si seguimos fuertes y activos más tiempo? ¿Cómo afectará al mercado laboral para los jóvenes? La ciencia avanza muy rápido y debemos esforzarnos en seguir su ritmo para prevenir los efectos negativos que puede tener.

[Publicado en El Periódico, 20/5/17. Versió en català.]

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