La temporada ha comenzado con polémica. El anuncio, hace unos días, de la nueva parrilla de la radio pública catalana disparó muchas quejas sobre la falta de espacios propios para la cultura, que se ha visto relegada a pequeñas secciones mientras los deportes ganaban horas de antena. En medio de este alboroto, el científico Miquel Tuson proponía en Twitter el 'hashtag #OnÉsLaCiència' para recordar que hay otra área menos representada en los medios. La comparación no es arbitraria: hace más de un siglo, Santiago Ramón y Cajal ya decía que la cultura y la ciencia son los dos pilares que nos diferencian de los animales. Y si la primera con frecuencia está marginada en muchos aspectos de la vida pública, la segunda es prácticamente invisible. Es increíble que no nos demos cuenta de que tan grave es una cosa como la otra.
Quizá estoy mal acostumbrado, porque aquí donde vivo, en el Reino Unido, las cosas son muy diferentes. La BBC tiene un canal de televisión dedicado exclusivamente a la cultura, en el que muy a menudo hay programas sobre ciencia (los británicos han entendido que es parte esencial de la educación). Pero no solo eso: la BBC-1 emite documentales excelentes a las horas de mayor audiencia (la semana pasada, por ejemplo, hicieron dos seguidos de física), que se alternan con naturalidad con seriales y 'realities'. En cambio, la iniciativa pública no destina ningún canal íntegramente a los deportes. Esto lo deja a las privadas.
Una de las consecuencias directas de invertir tiempo en explicar bien la ciencia en los medios es que la gente la entiende y la aprecia mucho más. Y esta concienciación social obliga a los políticos a dedicarle más presupuesto. Con tantos recursos se puede hacer investigación de muy alto nivel y, además, atraer talento de todo el mundo. Recordemos el caso de Guillem Anglada-Escudé, el astrofísico catalán que, en la Universidad Queen Mary de Londres, ha dirigido el grupo que recientemente ha descubierto el exoplaneta más cercano a la Tierra. El hecho de que haya habido 85 premios Nobel científicos en el Reino Unido y solo uno y medio en España es una medida del abismo existente entre los dos países en este tema.
Se podrían discutir estos datos con el argumento del huevo y la gallina: ¿qué ha de ser primero, el interés popular o la presencia mediática? Esta excusa se ha utilizado para afirmar que, para sobrevivir, los medios deben dar al oyente lo que reclama. Primero, esta afirmación podría hasta cierto punto ser cierta en el caso de las privadas, que deben cuadrar números a finales de mes, pero nunca para las públicas, que como principal objetivo no tienen el de ganar dinero sino proporcionar un servicio a la sociedad.
Un pueblo sin unos mínimos conocimientos científicos corre el riesgo de ser manipulado por estafadores y avispados, como vemos que ocurre con una frecuencia alarmante en nuestro país, con unos resultados que pueden llegar a ser mortales. Y segundo, ¿quién dice que la ciencia y la cultura no pueden ser atractivas y económicamente viables? Sky, el principal medio de pago en el Reino Unido, también tiene su canal cultural, Sky Arts. Si no fuera rentable, ya lo habrían cerrado hace tiempo.
El círculo vicioso de ignorancia/invisibilidad se puede romper, pero nos debemos esforzar todos. La solución no puede ser solo introducir píldoras en los programas generalistas, como se hace mayoritariamente ahora. Es un primer paso que había que dar para salir del pozo donde estábamos, pero ahora tocaría pasar pantalla. Tampoco basta con llenar de ciencia los canales secundarios o las madrugadas, aunque esto también tiene utilidad y en Catalunya se hace con un cierto éxito. Debemos sacarla de los guetos; por ejemplo, dándole espacio en las secciones de Opinión, como muy acertadamente hace este diario. Hay que seguir el ejemplo británico y colocar poco a poco programas interesantes en el 'prime time', para que la presencia de contenidos científicos se vea normal. Que se entienda que la ciencia puede ser entretenida sin dejar de ser rigurosa. Quizá perderá siempre la batalla de los porcentajes, pero poco a poco ganará adeptos y dejará de ser vista como algo incomprensible que hacen un grupo de tipos aburridos en las universidades. Esto sería una victoria inmensa.
Lo que digo sirve tanto para la ciencia como para la cultura. No tiene mucho mérito que las defienda, porque yo soy de los dos ramos. Lo que hace falta es que desde fuera también se escuchen quejas. Es como el célebre discurso de Martin Neimöller que denunciaba la cobardía de los intelectuales alemanes ante los nazis, aquel que comienza diciendo: «Cuando vinieron a buscar a los comunistas, yo no dije nada porque no era comunista». La historia termina cuando le vienen a buscar a él y ya no queda nadie que pueda alzar la voz. Aquí pasa lo mismo: ciencia y cultura son patrimonio de todos, y los tenemos que defender con uñas y dientes.
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