Esta ha sido la semana de los Nobel científicos (aún quedan por dar el de Literatura y el de Economía), el único momento del año que los investigadores somos tratados como famosos suficientemente dignos para salir en la portada de los periódicos. Esta semana también es el momento más temido por muchos periodistas, que deben esforzarse en hablar de temas terriblemente complejos solo con la ayuda de las muletas que proporcionan las notas de prensa de la Fundación Nobel.
Hay veces que cuesta bastante (explicar el de Física de este año es todo un reto, por ejemplo) y otros que el impacto es fácil de ver incluso por quienes no son expertos. El último Nobel de Fisiología o Medicina es de este último grupo. Se lo ha llevado una persona en solitario, algo poco habitual en esta categoría (solo ha pasado dos veces desde principios de siglo). Se trata del microbiólogo japonés Yoshinori Ohsumi y el motivo ha sido el descubrimiento de la autofagia. Por pocas nociones de griego que tengamos, es fácil deducir que este fenómeno está relacionado con el hecho de "comerse a uno mismo". ¿Qué significa este tipo de canibalismo cuando hablamos de células?
Cuando hay una situación estresante, por ejemplo una falta importante de alimentos, cualquier célula reacciona defendiéndose de la mejor manera que sabe. Una opción puede ser 'reciclar' parte de su contenido para transformarlo en los nutrientes que tanto necesita y poder sobrevivir así hasta que las condiciones mejoren. Esto se llama autofagia. Naturalmente, la autofagia llevada al extremo puede llegar a destruir la célula afectada, lo que también puede ser conveniente para el organismo en ciertos momentos. Es pues un arma de doble filo que resulta muy útil para la supervivencia. Por ello, pese a que Ohsumi la estudió en las levaduras, se ha visto que casi todas las células tienen programados estos mecanismos. Si la autofagia falla pueden acelerarse problemas como el cáncer o la enfermedad de Párkinson.
Este año, algunos esperaban que uno de los Nobel fuese a descubridores del CRISPR-CAS9, un método simple y efectivo de manipulación genética que se ha popularizado y que puede llegar a trastocar muchos aspectos de la sociedad (ya ha revolucionado cómo trabajamos en los laboratorios). Curiosamente, este sistema se desarrolló a partir del descubrimiento original que hizo en los años 90 Francis Mojica, un microbiólogo de la Universidad de Alicante. Las esperanzas de que un español ganara un Nobel científico (que sería solo el segundo de la historia, tras Ramón y Cajal) de momento se han desvanecido, pero nunca se sabe qué pasará más adelante.
A diferencia de los Nobel de Literatura y, sobre todo, el de la Paz, que suelen ir rodeados de polémica y regirse por criterios no siempre objetivos, los premios científicos rara vez se pueden discutir. Suelen otorgarse a investigadores que han hecho méritos para recibir la medalla y que están esperando pacientemente. No he visto que nadie haya dudado de la calidad de un descubrimiento premiado en estas disciplinas. Como mucho, a veces ha habido quejas porque alguien que había contribuido de forma importante a un descubrimiento se había quedado fuera de la terna, pero esto es un problema inevitable cuando se han de escoger un máximo de tres nombres de un trabajo siempre multidisciplinar y multitudinario.
Pero, como en todos los premios, los jurados son humanos y susceptibles a presiones de todo tipo, sutiles o no. De la misma forma que los lobis de las productoras son esenciales para decantar los Oscar, también en el caso de los Nobel no es lo mismo si detrás de un científico hay universidades como la de Cambridge o la de Harvard (siempre presentes en el top 10 de todas las clasificaciones y, naturalmente, rellenas de Nobel), la universidad de Tokio (donde Ohsumi hizo sus principales descubrimientos y que está en el top 40) o las de un país, como el nuestro, que no tiene ninguna entre las 150 mejores.
En todo caso, el premio de Medicina de este año nos demuestra que un científico que estudia un organismo tan humilde como la levadura puede llegar a hacer descubrimientos capaces de cambiar la manera que tenemos de entender el mundo. Y, además, es la prueba de que los mecanismos básicos de la vida son transversales y compartidos entre todos los seres vivos de este planeta, desde los microbios más minúsculos los organismos tan complejos como los humanos. Es motivo suficiente para quedarse con la boca abierta un buen rato.