Uno de los problemas que ha planteado la filosofía a lo largo de los siglos es hasta qué punto el hombre es un animal moral. ¿Nacemos con un sentido de justicia impreso en los circuitos o la adquirimos gracias a la socialización? Es un interés comprensible, porque esta es uno de los eslabones esenciales para la cooperación entre humanos, sin la cual no podría existir ninguna forma de cultura o progreso. Como en muchos otros terrenos que antes estaban reservados a pensadores que proponían hipótesis en un entorno puramente teórico, ahora la ciencia nos permite atacar este tipo de dudas usando una aproximación experimental, centrada en datos reproducibles, que nos proporciona respuestas más ajustadas a la realidad que las de los filósofos clásicos.
Uno de estos estudios lo hicieron recientemente un grupo de psicólogos dirigido por Katherine McAuliffe, del Boston College, en Massachusetts. Su objetivo era entender a qué edad se forma el concepto de justicia en nuestra mente y si hay diferencias que vengan determinadas por el entorno cultural. Muchos de los análisis sobre el tema se han limitado a examinar habitantes de zonas industrializadas de Occidente, por eso esta vez optaron por hacerlo con casi 2.000 niños de siete países diferentes, distribuidos en tres continentes (Estados Unidos, Canadá, México, Perú, India, Senegal y Uganda), y con variedad de religiones (católicos, protestantes, hindús, musulmanes) y entornos (rural y urbano). Tenían edades comprendidas entre los 4 y los 15 años, y los agruparon en parejas.
Uno de los voluntarios escogía como repartir unas golosinas: a partes iguales, o la mayoría para uno de ellos y solo unas pocas para el otro. Su compañero debía decidir entonces si aceptaba la oferta o no. Si decía que sí, se podían comer los caramelos que les habían tocado; en caso negativo, ninguno de los dos recibía el premio. El ejercicio permite comprobar de forma sencilla las bases morales de los chicos, ya que los repartos desiguales generan respuestas de rechazo con más frecuencia cuando se empieza a tener claro el concepto de lo que es justo y lo que no.
Los resultados de la prueba, publicados en la revista 'Nature' el pasado mes de noviembre, son interesantes. Para empezar, los niños de todos los países analizados desecharon los ofrecimientos que les ponían a ellos en desventaja, no muy a menudo cuando tenían 4 años pero cada vez más a medida que aumentaba la edad de los participantes. Este incremento era siempre obvio, aunque en lugares como México evolucionaba lentamente.
De aquí se puede deducir que el sentido de justicia aparece transversalmente y aproximadamente a la misma edad, y también que las normas se acaban solidificando alrededor del inicio de la escolarización básica. Pero en Estados Unidos, Canadá y Uganda, surgía otro fenómeno: los chicos mayores también manifestaban su negativa si los beneficiados en la propuesta del repartidor eran ellos mismos.
Quejarse por recibir un trato injusto es una reacción universal y espontánea que se desarrolla en breve, mientras que el impulso de defender al prójimo tarda en emerger, con toda seguridad porque depende de factores culturales. Hay que tener presente que la mayoría de países exhiben esta segunda variante de justicia, lo que quiere decir que en los casos que no se forma durante la niñez, lo debe hacer a partir de la adolescencia. Que el sentido de lo que es justo varíe según las sociedades, al menos en los matices, ya se sabía. Pero este estudio demuestra que las discrepancias resultan evidentes desde los años formativos y que, a pesar de que algunas partes del concepto se diría que tienen una fuerte influencia cultural, otras quizá no tanto.
Se podría pensar que un motivo de las divergencias es la variedad en las religiones que han alimentado la creación de las diversas culturas. Pero a pesar de que las creencias parecen diferentes, todas tienen algo en común: la existencia de una o varias entidades omniscientes que castigan a los que se desvían de lo que es justo. En cambio, en los grupos de humanos primitivos, poco numerosos, las divinidades estaban más ligadas a la naturaleza y menos en las relaciones sociales.
A pesar de todo el daño que la religión organizada ha hecho a lo largo de los siglos, algunos proponen que jugó un papel indispensable en el principio del establecimiento de las sociedades, reforzando la implantación de un sistema justo que permitía la cooperación a gran escala. Posiblemente debido a esta necesidad ahora entendemos la justicia de manera similar en todo el mundo. Los animales, al menos los más evolucionados, también tienen un concepto de justicia primario. Pero quizá lo que nos diferencia de ellos es que hemos conseguido creer en dioses autoritarios, en el formato que sea, y bajo su vigilancia hemos sido capaces construir un tejido social enormemente complejo
[Publicado en El Periódico, 11/7/15. Versió en català.]
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