Los días después de unas elecciones son como un cursillo acelerado de estadística. Incluso los que odian las matemáticas se lanzan a interpretar cifras desde todos los ángulos posibles y se tragan cantidades ingentes de diagramas con la misma naturalidad con la que normalmente miran la previsión meteorológica. Cuando los resultados son ajustados, como los del domingo pasado, aún es más patente que con un poco de imaginación puedes convertir un dato objetivo, como es un número concreto de votos, en un argumento para justificar prácticamente cualquier conclusión que quieras. En este sentido, algunos líderes políticos españoles han demostrado estos días una capacidad creativa encomiable. Si los ciudadanos tuviéramos unos conocimientos numéricos más sólidos, no les sería tan fácil hacer pasar gato por liebre, y esto es otro ejemplo de que la ciencia nos hace más libres.
La ciencia también nos puede ayudar a entender las decisiones que tomamos cuando votamos o cuando los políticos negocian pactos. Por ejemplo, un factor que ha influido de manera importante en esta campaña ha sido la corrupción.En parte por culpa de esto, los partidos con más recorrido han perdido atractivo frente a las opciones nuevas, que juegan con la ventaja de no haber tenido aún acceso a suficiente poder para mancharse el expediente. Además, uno de los obstáculos para llegar a un acuerdo en el bloque independentista es la incomodidad de la figura de Artur Mas que, aunque cuando le han imputado ha sido por otro tema, algunos ven como el heredero directo de años de corrupción acumulada en CiU.
El rechazo a las personas que han sido pilladas engañando es una reacción instintiva del ser humano, como han puesto de manifiesto cientos de estudios, y no es extraño que determine una elección. El tejido social, de hecho, se sostiene en buena medida gracias al primitivo sentimiento de justicia que los humanos (y otros animales) llevamos integrado, que nos empuja a penalizar a los que perjudican a los demás para obtener algún rédito personal. Aunque la corrupción provoca indignación generalizada, esto no impide que la tendencia al engaño sea también muy común, a pesar del castigo que conlleva el que te descubran. A pesar de lo que pueda parecer, la corrupción no es patrimonio exclusivo de un lado del espectro ideológico o de una región del mapa.
Sin ir más lejos, la historia de los últimos 40 años de política española nos demuestra que no hay nada más democrático y transversal que las ganas de apropiarse ilícitamente de bienes que no te corresponden. Una de las razones podría ser una tendencia biológica, impresa en nuestros circuitos a lo largo de la evolución, que nos empujaría hacia el lado oscuro sin que nos diéramos cuenta.
Esto es lo que sugiere un artículo publicado este verano por Ori Weisel y Shaul Shalva en la revista PNAS. El experimento que hicieron es sencillo: un voluntario tira un dado en secreto y le dice el resultado a un segundo voluntario, que entonces tira su dado, también en secreto, y le dice al primero qué número le ha salido. Si el número coincide, se les entrega una recompensa económica igual a ambos. El que hace de banca no verá nunca los resultados que dan los dados y se cree lo que le dicen. En este contexto, es muy fácil mentir para obtener un beneficio, y eso es exactamente lo que pasaba: al final del experimento había el 489% más coincidencias entre los dados que lo que había que esperar estadísticamente. Pero lo más curioso era que si se hacía que el beneficiado fuera solo uno de los jugadores, las trampas se reducían sustancialmente. Es decir, saber que una mentira resultará provechosa no solo a ti mismo sino también a tus compañeros, hace que a menudo uno prefiera la ganancia común antes que ser honesto.
ESTAFA EN EQUIPO
Aunque la colaboración es en general buena y ha sido esencial para el progreso de la humanidad, el estudio nos indica que también puede tener este elemento negativo de alentar trampas entre grupos de personas. Es una propuesta interesante, porque nos dice que la corrupción no depende solo de la avaricia, sino que se amplifica gracias a que somos cooperativos por naturaleza. La figura del ladrón solitario sería menos frecuente que la del que estafa en equipo con sus amigos y se reparte el botín equitativamente. Eso explicaría que gobiernos, grandes corporaciones y otras estructuras similares sean un caldo de cultivo para engaños de este tipo, la combinación perfecta entre la oportunidad y la estructura social adecuada para aprovecharla.
Los humanos hemos aprendido a luchar contra los impulsos biológicos y lo tenemos que seguir haciendo. Además, hay que identificar a los corruptos y asegurarse de que pagan por su crimen, pero también evitar generalizaciones y asumir que todo el mundo con acceso al poder es necesariamente culpable.
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