Quentin Compson es un joven estudiante que, desde una habitación en la residencia de la Universidad de Harvard, recuerda la historia de varias generaciones de su familia y, de rebote, la vida en el sur de los Estados Unidos que acaba de dejar atrás. El año es 1936, y la narración de Quentin es el núcleo de '¡Absalón, Absalón!', una de las novelas más conocidas de William Faulkner y un buen ejemplo del uso literario de la nostalgia para crear obras de arte perdurables. Otro caso, tan conocido que muchos pueden citar sin ni siquiera haber abierto el libro, es la magdalena 'proustiana', que con un simple mordisco desencadena los recuerdos que llenan los seis volúmenes de 'En busca del tiempo perdido'. ¿Qué tiene la nostalgia que nos fascina tanto, desde el punto de vista creativo y, por tanto, también desde el emocional?
Si la pregunta te la puedes hacer leyendo a escritores tan prestigiosos como Faulkner o Proust, una posible explicación biológica se podía encontrar hace poco en la revista 'Neuron', en la que un artículo escrito por unos científicos de la Rutgers University, en New Jersey, proponía que el ejercicio de la nostalgia desencadena una respuesta química en el cerebro comparable a la que experimentamos cuando nos dan dinero. Es decir: desconectar del presente para repasar los 'grandes éxitos' del pasado genera una recompensa física tangible, lo que explicaría por qué somos adictos a la nostalgia. Para demostrarlo, el grupo de investigadores dirigido por el doctor Mauricio Delgado pidió a un grupo de voluntarios que recordaran momentos felices y otros neutros mientras se sometían a una resonancia magnética funcional, una técnica de imagen que permite ver en tiempo real qué partes del cerebro están activas y cuáles no. Como era de esperar, todos los sujetos se pasaban más tiempo pensando en los recuerdos agradables que en los que no tenían ningún componente emocional positivo.
Las mejores experiencias de la vida
Lo más sorprendente era que, durante la sesión nostálgica, se les encendían unas zonas cerebrales conocidas como el córtex medial prefrontal y el cuerpo estriado, las mismas que se sabe que responden siempre que hay una ganancia económica. Con su curiosidad en aumento, los científicos les propusieron otro experimento. Les ofrecieron una cantidad de dinero para recordar un hecho positivo y una más elevada para recordar uno neutro. La mayoría de voluntarios no lo dudaban: preferían menos dinero a cambio de poder disfrutar una vez más de las mejores experiencias de su vida. Además, la respuesta neurológica observada con la resonancia era de mayor magnitud en aquellas personas que después de la sesión decían que su estado de ánimo había mejorado notablemente.
Todo esto demostraría que esta necesidad mental de volver periódicamente a lo bueno que hemos dejado atrás tiene una razón de ser, más allá de proporcionar temas interesantes a los artistas. Solo hay que reconocer cómo disfrutamos de festivales nostálgicos como pueden ser las cenas con amigos de la infancia, donde la inevitable sucesión espontánea de batallitas obliga al córtex medial prefrontal a hacer horas extras. La capacidad tan típica de los humanos de perdernos en los recuerdos podría ser en realidad una estrategia más de la evolución, una respuesta biológica tal vez aparecida gracias a unas conexiones neurológicas accidentales, que la selección natural habría conservado por claros efectos euforizantes que tendrían en nuestro estado de ánimo.
La voluntad de innovar
Pero abusar puede ser peligroso. Así como una dosis razonable de nostalgia parece ser saludable, convertirla en una máxima que te dirija el curso de la vida, como aún ahora podemos ver que hacen ciertos elementos reaccionarios de la sociedad, va en contra de lo que ha permitido que nuestra especie lograra hitos espectaculares: la voluntad de innovar. El problema viene cuando se quiere ir más allá del ejercicio de la imaginación para intentar reproducir, en un entorno contemporáneo, lo que la memoria nos dice que era mejor, en lugar de continuar caminando adelante. Para avanzar debemos venerar el pasado, pero siempre sabiendo qué tenemos que dejar atrás.
De una manera u otra, la nostalgia es una parte importante de nuestra existencia, y ahora sabemos que esto tiene una razón biológica de ser. Está muy integrada en las rutinas vitales de la humanidad, lo que hace que acabe reflejándose en las manifestaciones artísticas o que algunos lo utilicen de estandarte para justificar su tradicionalismo. Incluso el lenguaje ha sentido la necesidad de crear palabras únicas para definirla, como la 'saudade' portuguesa o la morriña gallega, por poner dos ejemplos practicamente intraducibles. No tiene nada de malo recrearse un rato en los recuerdos felices: el cerebro se lo agradecerá. Téngalo bien presente, y la próxima vez que hinque el diente a una magdalena hágalo sin remordimientos pero con mesura.
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