Si habéis hecho vacaciones de proximidad este verano, seguro que habéis visto escenas que deben haberse repetido en la mayoría de pueblos de la costa catalana: terrazas y paseos llenos, abrazos y besos efusivos, y grupos numerosos socializando alegremente en la playa, con pocas mascarillas y todavía menos distancia de seguridad. Es cierto que hemos conseguido doblegar la quinta ola y que todos los indicadores no han parado de bajar desde el principio de julio, y sin duda nos hemos de felicitar por el éxito que han tenido las medidas de control que se han tomado, pero recordemos que los ingresos hospitalarios y la mortalidad van siempre unas semanas por detrás de los contagios. Todavía no sabemos qué coste tendrán los excesos que hemos estado haciendo estas semanas.
Por eso ahora sería un buen momento para comenzar a plantearnos qué nuevos retos nos esperan este otoño, antes de que, una vez más, nos pillen por sorpresa. Un diario inglés publicaba hace unos días que entre los residentes que han ido a hacer el turista a España hay el doble de positivos cuando se hacen la PCR de vuelta que entre los que han visitado Grecia, Italia o Portugal, la cual cosa quiere decir que posiblemente aquí los controles deben ser menos estrictos y el virus está circulando más que en otros países con características similares. Es con esta perspectiva que, de aquí a unas semanas, abriremos oficinas, transportes públicos y escuelas, situaciones donde el número de interacciones sociales en lugares cerrados, llenos y posiblemente mal ventilados aumentarán considerablemente. Más vale que nos preparemos bien.
Hay diversos factores que debemos valorar a la hora de decidir que medidas deberíamos tomar. El más importante es el dominio absoluto de la variante delta, que ha cambiado radicalmente las normas del juego, principalmente porque es más del doble de contagiosa de las que había el otoño pasado. Además, debemos tener en cuenta que, justo hace un año, en el país había menos de la mitad de casos registrados que ahora. Partiendo de esta base, las medidas que tomamos entonces, que recordemos que fueron insuficientes para evitar la segunda ola, debería funcionar todavía peor esta vez. Sería necesario, así, buscar alternativas urgentemente.
Pero en cambio, tenemos un punto a favor: pase lo que pase, no veremos picos de mortalidad o de ocupación de Ucis comparables a los de entonces, porque las vacunas funcionan muy bien. Lo que no hacen es evitar todos los contagios. Sí que los reducen, en parte, pero menos con la variante delta que con otras, posiblemente porque la cantidad de virus que tienen las personas vacunadas que se han infectado es similar a la de las que no han recibido la pauta completa, según un artículo reciente. Esto confirmaría que, poco o mucho, los vacunados también podemos contagiar y, por tanto, deberían hacer cuarentena como todos si han sido contacto cercano de un positivo (y todavía más si son positivos, claro). De momento, eso no está previsto.
Hay otro elemento negativo importante: se acaba de descubrir que con la delta hay también más posibilidades de contagio durante la fase inicial asintomática, cuando todavía no nos hemos dado cuenta que estamos infectados. La manera más efectiva para evitar esta propagación adicional del virus sería organizar campañas masivas y sostenidas de cribado con test de antígenos, para detectar rápidamente los que están infectando sin saberlo. Esto tampoco está previsto.
La situación, pues, es más compleja que la del primer otoño de la pandemia. También estamos mejor preparados y, en teoría, deberíamos haber aprendido de errores anteriores. Cuando menos, hemos conseguido eliminar de la ecuación los casos más graves y el alto porcentaje de inmunización reducirá también la circulación del virus. Pero eso no quiere decir que podamos bajar la guardia: un aumento de contagios siempre llevará un aumento de complicaciones, aunque los porcentajes ahora sean bajos. Además, la saturación de la atención primaria y los hospitales es un peligro real, como lo son el 10% de casos que acabarán en covid persistente, que puede ser muy incapacitante. Finalmente, no olvidemos que cuanto más circule el virus, más riesgo hay que mute, y eso aumenta las posibilidades que aparezca una variante todavía peor.
Hay motivos de sobras, pues, para tratar una posible sexta ola como las anteriores e intentar reducir al máximo el número de casos. Tenemos las armas necesarias para enfrentarnos: vacunas, cuarentenas y cribados, además de mascarillas y sentido común. Ahora falta ver si seremos capaces de aplicarlas bien. Esto depende tanto de las administraciones como de todos nosotros.
[Publicado en El Periódico, 23/08/21. Versió en català.]