Cómo han cambiado las cosas. En mayo celebrábamos que el covid-19 parecía controlado, al menos en Europa, y ya planificábamos cómo pasaríamos las vacaciones con cierta normalidad. Solo un mes después, volvemos a estar cabalgando una ola, que vimos con estupor cómo se formaba en el Reino Unido, un país muy bien vacunado y con los contagios prácticamente a cero, y que ahora está ya rompiendo con furia sobre nuestras costas. ¿Qué ha salido mal?
Nada: así es exactamente como funciona una pandemia. Nos tendríamos que haber acostumbrado a estos altibajos, porque han sido la tónica desde el principio de la crisis, pero nos pensábamos que, con la llegada de las vacunas, estos picos ya no se volverían a ver. Lo cierto es que, mientras el virus circule con libertad por todo el planeta, la historia no se habrá acabado. Esto no quiere decir que las vacunas no funcionen, al contrario: la nueva ola europea es muy diferente a las anteriores precisamente porque hemos conseguido proteger a la población más susceptible. A pesar de que los casos están subiendo con tanta rapidez como después de Navidad, las hospitalizaciones les siguen más lentamente, y lo que prácticamente no aumentan son las defunciones. Si el covid tiene una mortalidad de 1-3% de media (en algunos momentos ha sido diez veces superior), ahora apenas está alrededor del 0,2%. Esto es debido, principalmente, al cambio del perfil de los infectados: el virus está afectando sobre todo a quienes todavía no tienen una pauta completa de vacunación, que son los jóvenes, quienes desde el principio han tenido menos probabilidad de acabar en el hospital.
Pero esto no quiere decir que nos tengamos que tomar esta ola a la ligera. Si sigue el patrón británico, los ingresos subirán, pero proporcionalmente poco. Ahora, la atención primaria, que es la primera línea de defensa cuando hay casos leves, corre peligro de saturarse en breve, con el problema que representa esto para los otros pacientes, que no podrán ser atendidos correctamente. No tenemos que despreciar tampoco el batacazo físico que representa la enfermedad en algunas circunstancias, y el 10-15% de casos de covid persistente, que también se ve en jóvenes, y puede ser muy incapacitante. Además, también pueden aparecer complicaciones a largo plazo, incluso si la infección ha sido asintomática. Preocupan especialmente los problemas cardiacos, que se han descubierto hace poco en algunos atletas americanos y podrían haber tenido consecuencias graves. Así pues, a pesar de la buena noticia de la falta de incremento de mortalidad, hay que tener presente todos los otros problemas asociados que, si bien no son tan graves, tampoco se pueden obviar.
Quizá el riesgo más importante es dar alas al virus. Se ha dicho muchas veces que estamos inmersos en una carrera entre los microbios y las vacunas, y es así. Mientras no logremos la preciada inmunidad de grupo en todo el mundo, las infecciones continuarán. Y cada nuevo contagio es como echar los dados, porque cuanto más circule el virus, más posibilitados tiene de mutar y convertirse en más peligroso. Por suerte, el SARS-CoV-2 es muy estable, por eso en un año y medio ha acumulado pocos cambios importantes. Pero aun así han sido suficientes para generar variantes cada vez más contagiosas, que se han acabado convirtiendo en dominantes en todos los territorios. Lo mismo que pasó con la variante alfa (denominada en su momento británica) se repite ahora con la delta.
Esta batalla la está ganado el virus, que en su encarnación actual ha echado por tierra los esfuerzos de los últimos meses. Pero la guerra es larga. Inmunizamos a un ritmo cada vez más elevado, y se espera que pronto lleguen al mercado más vacunas que contribuirán a darnos una ventaja en la carrera. La clave es hacer entender a los países que van al frente de la campaña que no pueden relajarse hasta que el resto hayan logrado los mismos niveles. Este exceso de confianza es el que ha hecho que nos cogiera con la guardia baja un giro que era esperable.
La situación actual en Europa es mala, pero no trágica. No hace falta que nos entre el pánico, pero tendríamos que aprovechar para recordar que tenemos pandemia para rato y que, si bien las vacunas serán las que nos sacarán de este lío, hace falta que las ayudemos. Esto quiere decir, sobre todo, sensatez. Este verano nos tenemos que relajar, nos lo merecemos, pero no más de la cuenta. La palabra clave es precaución. Hemos mejorado mucho los últimos meses pero, para seguir esta tendencia, tenemos que evitar correr riesgos innecesarios. No estamos yendo atrás, pero lo que haría falta es poder continuar mejorando al mismo ritmo. Y esto depende, en gran medida, de nuestro comportamiento.
[Publicado en El Periódico, 5/7/21. Versió en català.]