La recta final de la pandemia en Europa se está alargando más de lo que preveíamos. A estas alturas, se esperaba tener una buena parte de los adultos vacunados, pero estos objetivos solo los está consiguiendo el Reino Unido, después de un Brexit prematuro que les permitió negociar la distribución de vacunas al margen de la estrategia claramente fallida de la Unión Europa. España está atrapada en esta red de mala gestión y, por mucho que al final haya superado los problemas logísticos iniciales, poca cosa puede hacer ante el embudo que representa una llegada de dosis inferior a la que podría absorber el sistema.
Esto es un problema, porque la normalidad solo se empezará a recuperar cuando toda la población susceptible esté protegida. A pesar de que el covid-19 afecta a todos, la mayor parte de los casos graves y la mortalidad se ve en franjas de edad elevadas y en enfermos con otras patologías. Por lo tanto, no hay ninguna excusa para que no prioricemos estos grupos a la hora de distribuir las pocas vacunas que tenemos. Cuesta de entender que, a estas alturas, haya un número sustancial de gente joven vacunada (con, recordémoslo, poquísimas probabilidades de morir de covid-19) y, en cambio, muchas personas mayores todavía no estén protegidas.
Esta incongruencia se debe a tres decisiones erróneas. La primera, no tener los protocolos bien definidos para evitar que se tomen medidas dudosas. No se trata solo de espabilados que usan su poder (político, religioso, militar, genealógico) para saltarse la cola, sino de vacunas que van a personal administrativo de hospitales (sano y joven) que no está en primera línea, o dosis sobreras que, para que no se echen a perder, se acaban dando a los acompañantes (sanos y jóvenes) de a quienes toca por derecho propio, en lugar de hacer el esfuerzo de ir a buscar personas mayores que las necesitan más.
La segunda ha sido desoír las recomendaciones de la OMS y de la propia Agencia Europea del Medicamento y no dar desde el principio la vacuna de AstraZeneca a los mayores de 55 años. Es cierto que originalmente no había bastantes datos, pero nada hacía pensar que no tenía que funcionar bien en la gente mayor, como, efectivamente, al final se ha demostrado. Y aquí viene un error todavía mayor: ser incapaces de reconocer la equivocación con rapidez (como hicieron incluso los propios instigadores de la estrategia, los alemanes) y quedarse prácticamente solo con una opción absurda que retardaba todavía más la vacunación de la población diana.
Finalmente, la última era más difícil de anticipar. La mayoría de países optaron por dar dos dosis de vacunas con una separación de dos o tres semanas, tal como las pruebas clínicas sugerían. Pero algunos optaron por priorizar la primera dosis para llegar a más gente más rápidamente. Ahora se ha visto que esto es suficiente para dar una cobertura mejor de lo que se esperaba. Una vez más, España tarda en reaccionar y no adopta la solución más efectiva.
Estos tres grandes errores se los ha ahorrado el Reino Unido. Esto, sumado a la estrategia ganadora de reserva de dosis que decíamos, han hecho que, después de una gestión pésima, Boris Johnson ahora se pueda colgar una medalla: todos los adultos británicos estarán probablemente vacunados antes del verano y los ingresos hospitalarios y la mortalidad ya habrán caído en picado. El plan es mantener hasta entonces una serie de restricciones, que se irán aligerando poco a poco, con la idea de que, una vez se eliminen, ya no se tendrán que implementar nunca más.
¿Qué pasará en España? Los porcentajes de vacunación serán más bajos, pero la necesidad de “salvar el verano” hará que, igualmente, las restricciones se reduzcan. Abriendo fronteras, con pasaportes inmunitarios o no, e incentivando el movimiento podría ser que se esparcieran más virus, incluso variantes difíciles de controlar (como es la P.1 que ha surgido de Manaos). Probablemente no se harán cribados masivos, con lo cual el control de brotes no será tan efectivo como podría ser. Previsiblemente, los casos volverán a subir, como pasa cada vez que nos relajamos con demasiada prisa. Si esto lleva a otra ola es posible que sea bastante más baja que las que hemos visto hasta ahora, eso sí, y, sobre todo, no tendremos que sufrir por las personas que viven en residencias ni por una buena parte de los más mayores, que ya estarán vacunados. Pero habrá más ingresos y algunas muertes que se podrían haber evitado.
Todo esto contribuirá a este alargamiento de la recta final. Tendremos que tener paciencia y prudencia hasta que la vacunación haga efecto. No echemos por tierra ahora todo el esfuerzo por querer ir demasiado deprisa.
[Publicado en El Periódico, 14/03/21. Versió en català.]