Leía el otro día que las discotecas están desapareciendo. La crisis económica ha castigado una forma de socializar clásica que tenía las raíces en aquellos clubs de la Nueva York de los 70 donde se reunía la 'beautiful people' para drogarse, bailar y ligar hasta altas horas de la madrugada. En la mayoría de discos modernas se continúa haciendo las mismas cosas, pero su función principal siempre ha sido facilitar que hombres y mujeres (principalmente jóvenes y solteros) entren en contacto, en todo el rango de acepciones del término. Por eso la estocada de muerte a las discotecas la ha dado internet, que ha optimizado el proceso de encontrar pareja, temporal o estable, de una manera que pocos hubieran sospechado a principios de siglo. Ahora puedes conocer gente con más rapidez y variedad (y con menos ruido y sudor) gracias a unos pocos 'swipes' en la pantalla del teléfono. No es extraño, pues, que las nuevas generaciones, más acostumbradas a interaccionar virtualmente que no cara a cara, estén vertiendo a la ruina el modelo de ocio nocturno de sus padres.
Los algoritmos que usan las 'apps' te ayudan a encontrar pareja usando unos criterios que el usuario define, relacionados con los intereses personales, y la guinda del pastel la ponen las imágenes más o menos llamadas que ofrecemos como carta de presentación. Todo ello, le da un carácter "científico" a un proceso que parecía más bien basado en la intuición, y por eso algunos creen que debería ser mucho más efectivo.
Pero el apareamiento humano tiene un gran componente biológico, aparte del cultural, aunque la parafernalia de las sociedades modernas tienda a ocultarnos esto. Como todos los animales, estamos programados genéticamente buscar el individuo que garantice una mayor supervivencia a nuestros futuros descendientes, y esto se suele hacer fijándonos en una serie de atributos externos, poco importantes en sí mismos, pero que se corresponden a factores clave como la fertilidad, la salud o la fuerza. Ciertamente, estos son temas que tienen poca relevancia para nosotros hoy en día, cuando reproducirse no es el objetivo primordial de aparearse, al menos de entrada, pero los circuitos que nos empujan siguen existiendo en nuestro ADN. Esto significa que, sin darnos cuenta, hay una serie de impulsos que conspiran para hacer que la elección de compañero no sea tan libre como pensamos.
En un artículo aparecido hace unas semanas en 'Nature Communications', unos científicos británicos explican que han estudiado los datos genéticos que hay en los bancos de su país y han descubierto una variante en una región del ADN (donde se encuentra un gen llamado ADH1B) que se asocia con el hecho de que las personas beban más alcohol y, además, se sientan atraídas por grandes bebedores como ellos. Es decir, los que tienen esa variante, tienen más probabilidades de terminar con alguien que también la tenga. Esto indica que la pasión por el alcohol estaría relacionada con la pareja que se elige inconscientemente, y no sería solo una cuestión social ni de convergencia (que uno se acabe pareciendo al otro después de haber convivido un tiempo), sino eminentemente genética.
Este fenómeno, que también se ve en otros animales, se conoce con el nombre de apareamiento selectivo, y se ha observado que se puede basar en varios parámetros, que definen características tan diferentes como la altura o la inteligencia. El apareamiento selectivo en humanos puede tener muchas causas. La más obvia, es una cuestión de oportunidades: nos acabamos juntando con la gente que tenemos más cerca, que probablemente tendrá un estatus socioeconómico, étnico y religioso parecido al nuestro y, por tanto, coincidirán con nosotros en muchos de estos aspectos. Esto, que a veces se denomina homogamia, sí tiene una base cultual. Pero tal y como demuestra el ejemplo que describíamos antes, una parte importante de la selección viene marcada por los genes, que nos impulsarían a reproducirse con individuos con un fenotipo próximo.
¿Qué utilidad tiene el apareamiento selectivo, sea de base genética o social? Se cree que podría haber evolucionado para favorecer características que faciliten la propagación de la especie. Por ejemplo, si un macho agresivo se empareja con una hembra agresiva, es más probable que las crías les salgan igual, lo que podría ayudarlas a sobrevivir. Pero también tiene muchas consecuencias no deseadas, como perpetuar rasgos negativos (el mismo caso del alcoholismo) y, sobre todo, las divisiones sociales. Para llevar la contraria a la naturaleza, estaría bien que la próxima vez que abramos Tinder hiciéramos 'likes' solo a personas con las que no tenemos nada en común.
[Publicado en El Periódico, 16/12/19.]