La relación entre Dios y sociedad es un tema fascinante, uno de los pocos puntos de intersección (quizá el único) entre religión y ciencia. Es un misterio que nos acompaña desde hace milenios: ¿por qué los humanos hemos tenido la urgencia de inventarnos las divinidades? ¿Por qué culturas alejadas en el tiempo y el espacio han acabado igualmente atraídas por el poderoso campo gravitatorio de las religiones? Hay una teoría bastante aceptada que propone que la aparición de dioses con el poder de hacer cumplir un código ético es un proceso necesario para la formación de civilizaciones complejas. Hace un par de semanas, un artículo volteó esta hipótesis con una reinterpretación de los datos, lo que significa que aún nos queda mucho por entender sobre cómo han evolucionado las sociedades modernas.
Empezamos, no obstante, por la pregunta del título, que ya se habrán dado cuenta de que no se puede responder científicamente porque una parte de la ecuación no es accesible: la existencia de una entidad superior que se haya tomado la molestia de insuflarnos vida es indemostrable, por tanto no hay que perder más tiempo (bastante se ha perdido a lo largo de los siglos) discutiendo esta posibilidad. Pero la segunda mitad es mucho más clara. Mientras que no sabremos si Dios creó al hombre, sí tenemos la certeza de que el hombre creó a Dios. Varias veces, de hecho, y de manera independiente. Por tanto, no puede ser una casualidad. Del mismo modo que la selección natural preserva los rasgos genéticos que permiten que los organismos se adapten mejor al entorno, las sociedades también mantienen las características que las hacen sobrevivir y proliferar con más eficacia. Esta sería una.
La teoría de los "dioses moralizantes" que mencionaba antes ofrece una explicación plausible a la ventaja social de la religión. El hecho de que una población crea en un ser sobrenatural que puede castigar ciertos comportamientos favorecería la cooperación a larga escala entre extraños, un requisito esencial para pasar de pequeñas estructuras independientes a la formación de megasociedades. Según esta hipótesis, cuando un grupo comienza a crecer mucho necesitaría el cemento de la religión para mantener la paz y la unidad, por eso nos hemos inventado todo un abanico de dioses. Serían como las muletas que nos han permitido florecer socialmente.
Un trabajo publicado en 'Nature', que ha estudiado a fondo la evolución de 414 sociedades aparecidas en los últimos 10.000 años, propone una lectura ligeramente diferente: la figura del Dios capaz de penalizar a los que no siguen un código moral concreto no sería lo que permite la emergencia de las sociedades complejas, sino que sería una consecuencia de ellas. Es decir, este tipo de divinidades no aparecería hasta que una civilización superara un umbral, que han cifrado en un millón de personas. Esto implica que los dioses moralizantes no son imprescindibles para que surjan grandes estructuras sociales, sino que serían útiles después, una vez están bien establecidas, para ayudarlas a expandirse y convertirse en imperios. Los autores concluyen también que serían más importantes para la cohesión las prácticas rituales, que suelen aparecer antes que la idea del Dios todopoderoso. Un detalle final: normalmente antes de crear sus dioses, las sociedades necesitan inventar una forma de escribir. El poder de la palabra escrita es más que divino.
Termino, si me lo permiten, con un tema mucho más trivial: una pequeña efeméride. Tienen delante el artículo número cien que escribo para esta sección. Cien meses que llevo compartiendo el sábado con ustedes. El proyecto comenzó en enero de 2011, y ha continuado ininterrumpidamente a lo largo de estos ocho años, solo con las pausas obligadas de las vacaciones. Siempre agradeceré a EL PERIÓDICO que se atreviera a dar voz a cuatro científicos y que no nos relegara a una sección especializada, sino que nos hiciera un lugar entre los otros opinadores. Es una manera de reconocer que nuestra disciplina nos ayuda a entender el mundo que nos rodea igual o más que la política, la filosofía o la cultura.
Y aún tenemos que estar más agradecidos a todos los que se detengan un rato en estas páginas y lean con atención lo que queremos explicar. Ha sido hasta ahora una aventura fantástica y, a nivel personal, muy enriquecedora. Por el camino perdimos la voz siempre lúcida del gran Jorge Wagensberg, hace poco más de un año, un momento muy triste para todos. El resto intentamos aún abrir esta ventana a la ciencia cada semana para que podamos hablar durante unos minutos de las maravillas del presente y del futuro que se avecina. Esperamos que lo podamos hacer muchos años más.
[Publicado en El Periódico, 27-4-19. Versió en català.]