Hace unos días, el periodista Arcadi Espada fue expulsado de un programa de televisión después de que justificara por qué cree que los padres que deciden salir adelante con un embarazo sabiendo que el feto tiene alguna carencia tendrían que ser obligados a sufragar todos los costes de la atención que la persona necesitará a lo largo de su vida. El argumento principal era que se trataba de una decisión egoísta que pagábamos todos, y que había que liberar al Estado de la obligación de cuidarse de los ciudadanos nacidos en estas condiciones. Merece la pena analizar la propuesta.
No es la primera vez que alguien expone una hipótesis parecida: otros intelectuales han pedido expulsar de la sanidad pública a las personas obesas o a las que fuman a pesar de que saben que esto les perjudica. Espada lleva este razonamiento al límite defendiendo una eugenesia que podría parecer construida sobre fundamentos científicos sólidos. Al fin y al cabo, es lo que hace la naturaleza: la selección natural no es otra cosa que la supervivencia de los individuos más aptos y la eliminación del ADN de los más débiles del genoma global de la especie. Esto es lo que nos ha permitido evolucionar hasta lo que somos ahora. Pero quienes festejan estas teorías se olvidan de un hecho básico: la civilización significa precisamente alejarse de la dictadura de las leyes naturales. Cuanto más avanzada es una sociedad, más protege e integra a sus miembros débiles. Además, todos los intentos de aplicar la eugenesia han topado con una triste realidad: para que funcione hay que pisar algunos derechos humanos esenciales, y no podemos permitir que esto pase otra vez.
Presionar para hacer abortar un feto con “imperfecciones”, que es lo que proponía el señor Espada, transfiriendo la carga económica a los padres si hace falta, tiene un problema clave, que es definir cuál es el ideal que se debe perseguir. Es un concepto demasiado nebuloso para darle tanta relevancia. ¿Quién decidirá los límites? ¿Los políticos? Si algún día se pudiera predecir 'in utero' la orientación sexual de una persona, hay partidos que argumentarían que sería mejor que solo nacieran ciudadanos heterosexuales. ¿Prohibirían también que gente como yo tuviéramos hijos para que no les traspasáramos la miopía (o, ya que estamos, la calvície o la nariz gorda), cosa que alejaría a mis descendientes de los estándares deseables? Cuando se coge este camino, el desnivel cada vez es más pronunciado, y pronto nos damos cuenta que no podemos frenar. La historia nos tendría que haber enseñado que al final siempre nos espera un abismo.
Las teorías del señor Espada no se pueden descartar sin más por el hecho de ser una 'boutade', porque por desgracia son factibles más allá de entornos dictatoriales. De hecho, son un ejemplo, sin duda extremo, de una teoría social apoyada en los principios liberales. Podemos ver la aplicación en un país tan civilizado como Estados Unidos, donde este liberalismo se está exagerando desde la llegada de Trump al poder, hasta el punto que el Estado desatiende alguna de las necesidades básicas (salud, educación...) de una buena parte de sus habitantes. Todo perfectamente justificable según su manera de entender la democracia. En general, Europa parte de un código ético diferente, pero hay cada vez más partidos admiradores del modelo americano que querrían que el Estado redujera un gasto social que consideran injusto.
Por lo tanto, este es un debate que hay que tener, en lugar de intentar esconderlo bajo la alfombra. Hay que recordar que el señor Espada es uno de los ideólogos y fundadores de un partido al cual hoy en día votan millones de personas, que tenemos que suponer que se han leído y aceptan su programa o, cuando menos, comulgan con las líneas maestras de su pensamiento básico. El auge reciente de este partido, y otros de la misma cuerda, que discuten la socialización de algunos servicios o ciertas prerrogativas individuales, nos podría abocar a un estado donde se considere aceptable este liberalismo profundo.
Por eso creo que fue un error sacarse de encima al señor Espada en lugar de rebatirle las teorías con sus mismas armas, a pesar de que no dudo que la decisión hizo subir la audiencia del programa, que al fin y al cabo es lo que importa en estos casos. Hubiera sido más importante, socialmente hablando, dar la oportunidad al espectador de entender que hay un formato de gobierno, en principio democrático, en el cual casos próximos al que se planteaba no serían del todo impensables. Lo digo sobre todo porque pronto habrá unas elecciones, y estaría bien que la gente supiera en qué valores cree el partido que tienen la intención de votar.
[Publicado en El Periódico, 02/03/19. Versió en català.]