Estaba viendo el otro día por enésima vez 'The party', la comedia que aquí se conoce como 'El guateque', y me volvió a chocar la dura trama de abusos a las jóvenes aspirantes a actriz que, a pesar de ser tratada tangencialmente, es uno de los temas clave de la película. El año 1968, Blake Edwards ya denunciaba que esta era una práctica habitual en su entorno, ampliamente tolerada y aceptada. Lo más sorprendente es que, 50 años después, la situación no había cambiado mucho: el personaje del productor utiliza en la película unas tácticas parecidas al que dicen que era el modus operandi de Harvey Weinstein. Ha hecho falta el movimiento #MeToo para que la indignación se colectivizara suficientemente y provocara una reacción lo bastante fuerte como para destronar a estos depredadores.
En este último año se ha evidenciado hasta qué punto es todavía prevalente el sometimiento de la mujer al deseo sexual de los hombres poderosos. Que esto pasara en Hollywood era una cosa que se podía sospechar, porque parecía poco probable que la figura histórica del pez gordo que se aprovecha de las 'starlets' hubiera desaparecido de la noche a la mañana. Simplemente, los abusadores habían pasado a actuar con más discreción, y se continuaban beneficiando de la cultura del silencio que reina en la mayoría de cofradías. Pero ha sido impactante ver cómo este patrón se repetía también en otros entornos, como en el académico.
Las noticias de los abusos en universidades y centros de investigación han pasado más desapercibidos, quizá porque los implicados son poco conocidos fuera de sus círculos. Últimamente se ha revelado que más de un investigador de prestigio también aprovechaba la posición ventajosa que les había dado el éxito de su investigación para imponerse a las mujeres que estaban por debajo de ellos, desde estudiantes a profesoras más jóvenes, y que, a pesar de que eran hechos conocidos, habían actuado con total impunidad durante años, debido al estatus que habían conseguido. También hay depredadores en las élites intelectuales.
Internet ha permitido destapar estas situaciones de abuso crónico, que estaban muy soterradas en el mundo académico y no eran solo de tipo sexual. Por ejemplo, en el Reino Unido se ha retirado por primera vez la financiación a una investigadora importante, acusada de maltratar a la gente de su grupo. Además, ahora hay webs que permiten denunciar anónimamente irregularidades en artículos científicos, sin miedo a las represalias o a ver cómo las quejas son desestimadas por las universidades implicadas. Este tipo de comportamientos poco éticos, a menudo tolerados por estructuras de poder corruptas construidas sobre capas de amiguismo, antes tenían un impacto mucho más limitado, pero ahora no pueden ignorarse una vez la información llega a los canales adecuados y se globaliza.
Por eso la fuerza de las masas es, hoy en día, más real que nunca. Las redes sociales han creado una herramienta fantástica que nos permite aplicar una forma de justicia alternativa cuando los mecanismos oficiales no funcionan, que es a menudo. Así podemos romper por fin el círculo de protección que los que ocupan lugares privilegiados se han dispensado siempre los unos a los otros. Pero tenemos que ser conscientes de la responsabilidad que tenemos. La propia naturaleza de internet la hace incontrolable y, muchas veces, manipulable. Lo que pasa tiene un impacto inmediato en el mundo real, y esto quiere decir que nos hemos convertido a la vez en jueces y ejecutores de una condena que no siempre es proporcional al pecado. Tenemos que conseguir evitar por encima de todo el linchamiento virtual, tan temible como su versión física, y no olvidar nunca que uno de los pilares de las sociedades avanzadas es la presunción de inocencia.
Pero a pesar de los riesgos evidentes, de momento el balance parece positivo, también en el entorno de la ciencia. En respuesta a los movimientos sociales, muchos centros han reforzado sus políticas de igualdad y están demostrando una tolerancia cero con los comportamientos despóticos, por desgracia habituales en este ámbito. A la vez, los científicos que han manipulado datos de forma chapucera están siendo escarnecidos en público, y su reputación se resiente. Todos ellos se lo pensarán dos veces antes de volverlo a hacer.
La ciencia requiere vocación y sacrificio, pero parece que hay tantos estafadores, malas personas y depredadores como en cualquier otra profesión. La globalización de la información nos ofrece la posibilidad de cambiarlo. Nosotros también estamos haciendo limpieza y el resultado será un entorno de trabajo más sano y unos avances científicos más fiables. Y así, entre todos, construiremos finalmente un mundo más justo.
[Publicado en El Periódico, 2/2/19. Versío en català.]