Quienes maduraron durante la Guerra Fría y sus herederos hemos crecido muy conscientes de que los humanos tenemos la capacidad de dinamitar el planeta, y temiendo que algún día este poder se nos escaparía de las manos. Un ejemplo que demuestra hasta qué punto interiorizamos este miedo es que la espada de Damocles del holocausto nuclear ha estado muy presente en la ficción desde la segunda mitad del siglo XX. Pero tengo la impresión de que si algún día conseguimos autodestruirnos no será con un gran estallido radiactivo, sino de una manera más insidiosa, posiblemente gracias a haber descubierto esta fantástica herramienta para amplificar nuestra imbecilidad que es internet.
El problema de internet surge de su gran virtud: democratizar la información. Por el solo hecho de acelerar y lubricar el flujo de datos, internet actúa como un cristal de aumento. Esto da relevancia a asuntos que antes eran triviales. Un ejemplo: los jóvenes de la generación X compartíamos cintas de casete donde grabábamos nuestras canciones favoritas. Obviamente era ilegal pero, como que el impacto sobre los que vivían de la música era mínimo, teníamos la conciencia tranquila. Cuando le inyectamos los esteroides de los algoritmos de compresión y una red de distribución global, el pequeño delito dejó de ser inocente y contribuyó a llevar toda una industria al límite de la extinción.
Un principio similar puede explicar el brote de oscurantismo que sufrimos. Si la estupidez en pequeñas dosis puede ser incluso simpática, cuando cabalga a lomos de internet se convierte en el quinto jinete del Apocalipsis. Y parece que no podamos hacer nada. Estos días ha tenido bastante eco un estudio publicado en Science que analiza 126.000 noticias que han circulado por twitter. Demuestra que las falsas se propagan más y más rápido que las reales. Esto implica que nuestro cerebro tiene una tendencia incontrolable hacia los rumores y las patrañas. Es posible que parte de su atractivo sea que pintan el mundo como nos gustaría que fuera, y no como es. Nos presentan una fantasía que termina tapando la realidad cuando un número suficientemente grande de personas lo acepta.
Es el mismo ingrediente que alimenta las pseudociencias. Es más fácil creer que se te pasarán todos los males bebiendo agua de mar que admitir que la medicina aún no tiene los conocimientos para entender y solucionar cada una de las enfermedades que nos afectan. Es muy humano dejarse engañar para hacerse más leve la existencia, pero alimentada por internet, esta debilidad nos lleva a un túnel del tiempo que nos puede devolver a la Edad Media. Y así vivimos incongruencias como el rebrote de enfermedades casi olvidadas, gracias a la popularidad en las redes de un movimiento tan absurdo como el antivacunas.
No solo la inteligencia corre peligro de morir sepultada por toneladas de ignorancia, sino que también están amenazados otros pilares de la sociedad moderna. Hemos visto cómo se puede pervertir el sistema democrático simplemente plantando las consignas adecuadas. La manipulación al por menor, como siempre se ha hecho, tiene un recorrido limitado, pero practicada al por mayor permite incidir en el futuro de un país, como podría haber hecho Rusia.
Aparte de todo esto, internet ha creado una nueva ágora con un poder que aún no hemos calibrado del todo. Cabría preguntarse si el pueblo debería estar autorizado a decidir quién es culpable, elegir qué castigo se merece y aplicarlo antes de dar derecho a réplica, como ocurre a menudo en las redes. Esto se parece sospechosamente a una versión 2.0 de las lapidaciones, lo que va en contra de lo que hemos luchado para conseguir en los últimos 300 años. La presunción de inocencia y la separación de poderes han contribuido mucho al desarrollo de la justicia tal como la entendemos ahora y es imperativo que los sigamos respetando.
Esto no quiere decir que tengamos que cerrar internet, al contrario. Sus efectos beneficiosos son incontables y es difícil imaginar que podamos construir un mundo equitativo sin la red. Solo hay que ser muy conscientes de lo que tenemos en las manos. Si esto fuera una tragedia griega, diría que internet fue un regalo que nos hicieron los dioses para comprobar si los humanos éramos suficientemente maduros. Como dar una pistola cargada a un niño. Ahora tenemos que demostrar que no lo usaremos para dispararnos un tiro en el pie.
[Publicado en El Periódico, 24/03/18]