Si un día el médico te dice que sufres sinefridia, lo más posible es que creas que has cogido una enfermedad grave. Pero detrás de esta palabra malsonante solo se esconde un problema estético, que afecta a hombres y mujeres: ser cejijunto. A pesar de que se asocia con trastornos graves, como el Síndrome de Cornelia de Lange, la mayoría de veces tener una sola ceja puede ser feo, pero es totalmente inofensivo. Además, se cura fácilmente con unas pinzas o un poco de cera aplicadas repetidamente. O quizá ni hace falta: muchos famosos han optado por lucirla orgullosos en algún momento de su carrera, desde George Bush a George Harrison, pasando por Brad Pitt, Shakira y la cejijunta más famosa de todos, Frida Kahlo, que lo convirtió en un símbolo identitario. No parece, pues, que deba ser especialmente urgente para el mundo científico determinar qué define la densidad pilosa de las cejas de cada uno.
Pero esto es precisamente lo que ha hecho un grupo de investigadores dirigido por Andrés Ruiz-Linares, de la University College London. En un artículo publicado recientemente en la revista 'Nature Communications', revelan que el grosor de las cejas y su tendencia a juntarse depende en buena parte de qué variante del gen PAX3 hemos heredado. Encontrar el 'gen de la sinefridia' no pasaría de ser una curiosidad si no fuera porque el mismo estudio también identifica otros parámetros relacionados con el tema, como los genes que influyen en el espesor de la barba, la facilidad de acumular canas, si se tiene el cabello liso o rizado, etc. Aquí es cuando las cosas empiezan a ponerse interesantes.
Es la primera vez que se hace un análisis tan completo de la relación entre el genoma y los pelos que nos recubren el cuerpo. Es más útil de lo que pueda parecer a primera vista porque, como sabe todo el mundo que se ha fijado un poco, los patrones capilares están muy ligados a los diferentes grupos étnicos que pueblan la Tierra y, por tanto, son una especie de punta visible del iceberg. Por ejemplo, la mayoría de chinos tienen el cabello liso y negro, mientras que en el África subsahariana es rizado y en las zonas nórdicas principalmente rubio.
A pesar de esta relación obvia con la genética, aunque nadie había estudiado determinadas diferencias. Sí que se habían descubierto algunos genes relacionados con la calvicie o el color del cabello, pero esta vez el equipo del doctor Ruiz-Linares ha ido más lejos y ha analizado el ADN de más de 6.000 voluntarios sudamericanos, de cinco países (Brasil, Colombia, Chile, México y Perú) y etnias diferentes (de origen europeo, africano o americano). Lo que al final emerge del complejo estudio es un perfil genético que puede predecir de forma bastante precisa algunos aspectos clave de la apariencia de una persona.
Esta información se puede utilizar de varias maneras. Para empezar, nos ayudará a entender la evolución de los humanos. El hecho de que en unas zonas del planeta predominen una serie de genes y el tipo de cabello que se asocia a ellos puede ser la consecuencia de una adaptación al clima o simplemente una selección debido a preferencias sexuales totalmente aleatorias, que han hecho que cierta distribución de pelos se considerara más atractiva. El ADN nos lo dirá.
También podrían haber aplicaciones más prosaicas. Si se sabe qué hace que el pelo se rice o se emblanquezca prematuramente, se podría buscar una manera de impedir que ocurra antes de que se formen los nuevo cabellos. Y los cejijuntos podrían ahorrarse tiempo y dinero en depilaciones si se descubriera cómo controlar el PAX3. La industria de los cosméticos tendrá un nuevo camino para explorar.
Pero quizá el uso más inmediato lo hará la policía científica. Con una pequeña muestra biológica recogida en la escena del crimen, se podrá predecir mucho mejor el aspecto del sospechoso, por lo menos qué tipo de cabello tiene y si es muy o poco peludo. Esto, junto con otra información que ya sabemos cómo extraer de los genes, como por ejemplo una predicción de la altura o el color de ojos y de piel, permitirá hacer retratos robot muy cuidadosos sin necesidad de testigos ni dibujantes que interpreten sus recuerdos .
En la era post-Snowden, a unos les preocupa que los gobiernos y las multinacionales acumulen 'terabytes' de datos sobre sus vidas, por insustanciales que parezcan, y a otros que la histórica opacidad de entidades financieras de ética dudosa ya no pueda ser garantizada. Pero lo que realmente asusta es que, a lo largo del día, dejamos ir por todas partes miles de muestras que contienen una cantidad ingente de información sobre nosotros, que ni siquiera conocemos entera. Y ahora estamos aprendiendo a leerla. Es como si fuéramos perdiendo el DNI en cada esquina. Las consecuencias futuras para la privacidad de los individuos son, hoy por hoy, imprevisibles.