Esta semana es obligatorio hablar del aviso de la OMS según el cual la carne procesada pasa a engrosar el conjunto de cosas que sabemos con seguridad que causan cáncer, y la roja entra en el club de las muy sospechosas. Las reacciones han sido de todo tipo, desde las sorprendidas a las horrorizadas, pasando por las descreídas y las jocosas. Pero ¿qué actitud debemos adoptar realmente ante este anuncio? Aprovecharé el artículo de hoy para intentar aclararlo.
Primero, hay que decir que esto es el clásico ejemplo de una no noticia. Que un consumo excesivo de carne roja y, sobre todo, procesada aumenta el riesgo de padecer ciertos tipos de cáncer, especialmente el de colon, se sabe desde hace años. Sin ánimos de hacerme propaganda, lo explicaba en el libro ¿Què és el càncer i perquè no hem de tenir-li por, publicado en el 2010, y ya entonces era un consenso ampliamente aceptado en la comunidad de los que trabajamos en este campo. ¿Qué ha cambiado ahora? Solamente que la OMS ha oficializado este conocimiento a través de la IARC (Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer), un proceso que, como todos los que dependen de la política, son largos y requieren extensas confirmaciones y deliberaciones. Por esta razón ha tardado tanto.
Sea una novedad o no, ¿quiere decir esto que debemos dejar de comer carne? En absoluto. Las recomendaciones para disminuir las posibilidades de sufrir un cáncer siguen siendo las de siempre. Entre ellas, tomar el sol con cuidado, beber poco alcohol, recortar la sal, no fumar, hacer ejercicio moderado y seguir una dieta equilibrada, con más fruta y verduras que alimentos procesados y carne roja. Entonces, ¿por qué si el tabaco está en el mismo grupo que el alcohol, el sol y las carnes procesadas (el de carcinógenos demostrados) no decimos que se puede fumar «con moderación»? Este es el punto clave que nos perderemos si nos quedamos solo con los titulares de la noticia: la lista de la OMS no especifica que estos tóxicos no son igual de potentes. Es cierto que se ha comprobado que todos ellos aumentan el número de cánceres, pero lo hacen de manera diferente.
En el fondo, es un tema de dosis. En la lista negra hay compuestos químicos que, usados en las cantidades adecuadas, son unos fármacos excelentes, pero en concentraciones más altas causan tumores. Del mismo modo, las sustancias que contiene un cigarrillo son mucho más concentradas y peligrosas que las que encontramos en una longaniza: uno de cada cinco cánceres es culpa del tabaco, mientras que solo uno de cada 33 estaría influido por la carne procesada o roja. Si usamos el sentido común y no nos hartamos de estos productos, el riesgo será bajo. Fumar, en cambio, no tiene excusa.
Si el comunicado de la OMS ha servido para reavivar el interés por unas máximas que, de tan repetidas, parecía que ya nadie quería escuchar, pues bienvenido sea. Porque uno de los problemas que tenemos médicos y divulgadores cuando hablamos del cáncer es que la verdad no es nada atractiva. Estos consejos que les he resumido son los únicos que sabemos con seguridad que funcionan, pero tienen poco que hacer al lado de enzimas prodigiosas y dietas anticáncer que prometen curaciones milagrosas y protecciones absolutas contra todos los males con un esfuerzo mínimo. Por desgracia, la vida real no funciona así.
De acuerdo que se han hecho muchos experimentos con el té verde, la curcumina, el resveratrol y otros compuestos, pero todavía no se ha demostrado con certeza que alguno de ellos nos proteja. Y del mismo modo que decimos que comer sin excesos puede limitar notablemente las probabilidades de enfermar, también sabemos que no va a curar un tumor una vez ha aparecido. El cáncer es un proceso complicadísimo, que sabe sacar toda la ventaja de los mecanismos de selección natural para esquivar los obstáculos que le ponemos. Si por desgracia sufrimos uno, debemos confiar en la medicina. Es más efectiva de lo que parece: más de la mitad de personas se curan con las herramientas que tenemos hoy en día, y el porcentaje seguirá aumentando. El resto de propuestas que hay pueden ayudar a hacernos sentir mejor, que también es muy importante, pero poco más.
Cualquier prevención tendrá un gran impacto en reducir el número de cánceres. Reconozcámoslo y modifiquemos, si es necesario, nuestros hábitos. Pero de una forma razonada: no hacen falta regímenes estrambóticos, antioxidantes, alfabéticos o por colores, solo lo que hemos dicho. Y no vale hacer lo correcto de vez en cuando o cuando ya es tarde: el cáncer se desarrolla a lo largo de décadas y hay que actuar cuanto antes. Por lo tanto, haga usted todas las bromas que desee sobre el hecho de comer jamón y tocino, pero si es de los que consumen más de 70 gramos al día de carne roja o procesada, es un buen momento para empezar a pensar en cambiar de costumbres.