Últimamente he hecho algunas conferencias sobre el impacto que tiene la ciencia en la sociedad y los problemas éticos que pueden generar algunos de los avances más recientes, a raíz de un libro que publiqué el año pasado. Uno de los ejemplos que pongo es el de la manipulación genética. En las últimas décadas hemos aprendido a jugar con el ADN, y ahora somos capaces de generar animales y cultivos modificados, a los que añadimos o quitamos genes para obtener el efecto que nos interese. En sí mismo, esto ya ha propiciado muchas discusiones, sobre todo en torno a si son prácticas seguras o no. Pero una de las implicaciones de estas técnicas, mucho más importante desde el punto de vista moral, se suele comentar poco: la posibilidad de manipular el genoma humano.
El motivo por el que no se habla mucho de la idea de alterar los genes de nuestros hijos antes de que nazcan es doble. Por un lado, la mayoría de países tienen leyes que lo prohíben, principalmente porque serían cambios que se mantendrían en generaciones futuras. Pero la razón principal es que, hasta ahora, no era técnicamente posible. El debate, pues, se había dejado de lado porque era demasiado abstracto. Las cosas cambiaron repentinamente con el descubrimiento de la técnica llamada CRISPR / Cas9, que ha alterado la forma de trabajar en los laboratorios pero que ha pasado bastante desapercibida a la sociedad, quizá porque sus aplicaciones en la vida real aún quedan lejos. Precisamente, Pere Puigdomènech explicaba los detalles técnicos en esta sección la semana pasada, y comentaba que el CRISPR / Cas9 nos proporciona por fin las herramientas para editar el genoma humano tal como lo hacemos con el de cualquier otro ser vivo. Por primera vez, el concepto pasa a ser en teoría factible.
En las conferencias, avisaba de que no tardaríamos en ver experimentos en esta dirección y que entonces sí deberíamos empezar a considerar seriamente si es deseable o no cortar y pegar los genes de un embrión humano para mejorarlo. Y precisamente hace cosa de unos meses comenzó a circular en el mundo científico el rumor de que alguien ya lo había conseguido hacer. Aún no se sabía quién ni dónde, pero la reacción fue inmediata: el debate sobre si se debían prohibir este tipo de estudios estalló en las revistas especializadas. Unos expertos decían que era un avance espectacular que nos permitiría un salto biológico gigantesco, mientras que otros decían que los peligros que entrañaba la técnica eran demasiado grandes para lanzarse a ella de cabeza. Pensemos en ello: poder cambiar los genes que el azar y nuestros padres nos dan podría hacernos más resistentes a enfermedades, más longevos, más fuertes, más inteligentes... pero también tenemos la información para hacernos más altos, más rubios y más blancos. A pesar de que el beneficio social podría ser inconmensurable, el espectro de la eugenesia, la teoría que propone hacer evolucionar la especie humana seleccionando ciertos genes y que tanto daño causó en manos de los nazis, resucita de repente multiplicado por mil. ¿Quién decidiría qué es mejor? ¿Cómo evitaríamos la discriminación y la homogeneización de la especie?
Finalmente, se ha visto que era cierto: el día antes de Sant Jordi, un grupo de científicos chinos dirigidos por el doctor Junji Huang publicaba en la revista Protein & Cell el artículo que describe cómo han intentado modificar en embriones humanos el gen responsable de una enfermedad llamada beta talasemia usando el CRISPR / Cas9. El porcentaje de éxito fue bajo, y habrá mucho trabajo antes de que la técnica se pueda aplicar clínicamente. Pero es el primer paso.
Lo más sorprendente es que esta noticia no haya salido en las primeras páginas. Aparte del artículo de Pere Puigdomènech y este mismo, he visto pocas referencias a ella. Hacen falta más. ¿Si podría cambiar el destino de nuestra especie, por qué la discusión se limita a las publicaciones del ramo? ¿Por qué no tenemos artículos de opinión en cada diario defendiendo una u otra postura? Antes de que vayamos un día al médico y nos presente un catálogo con todas las opciones para tunear a nuestro hijo, hemos de poder decir si este es el futuro que realmente nos interesa. Y para eso debemos tener toda la información. Es necesario que los científicos comuniquemos, pero también precisamos una prensa que entienda que la ciencia no debe relegarse por defecto a un rincón secundario del periódico o del telediario. Y, sobre todo, es necesario que todos nos interesamos por estos temas. Por eso hoy he vuelto a hablar de eso, para pedir a todo el mundo un poco más de implicación en las novedades científicas. Están pasando cosas muy interesantes en biomedicina, y las consecuencias nos afectarán a todos de una manera todavía difícil de prever. Debemos esforzarnos para no quedarnos fuera ni dejar a nadie fuera de esta revolución que estamos a punto de vivir.