En torno a la Semana Santa del año pasado, en uno de los hospitales de la ciudad donde trabajo ingresó un paciente con un tipo de leucemia poco habitual. No era la primera vez que los médicos lo veían: a lo largo de los últimos años, lo habían tratado en varias ocasiones. En todas ellas, la quimioterapia había funcionado y el hombre había podido volver a casa sin rastro de células malignas en la sangre. Esta vez, sin embargo, los fármacos clásicos no lograban controlar el rebrote y su salud empeoraba rápidamente. Como no le quedaban opciones, el pronóstico era malo. Un hematólogo con el que colaboro me propuso que le ayudara a buscar una solución. Hacía poco que se había descubierto que este tipo de leucemia tiene una alteración en un gen que, curiosamente, también se ve en el melanoma, un cáncer de la piel. Esto había permitido probar en un par de enfermos un tratamiento más dirigido, que parecía que había funcionado. El hematólogo confiaba en que este principio también se pudiera aplicar a su paciente.
DICHO Y HECHO. Fuimos a sacarle sangre y la analizamos. Efectivamente, aparecía el cambio genético esperado. Rápidamente, se solicitó permiso a las autoridades y empezamos a darle esas pastillas, que por ahora solo han sido aprobadas para tratar melanomas. Las células cancerosas comenzaron a desaparecer y, poco después, el paciente se había recuperado, sorprendente si consideramos su estado solo unos días antes. Para alguien que trabaja en el laboratorio fue muy especial ver cómo los resultados de nuestra investigación se podían trasladar inmediatamente al hospital. La semana pasada publicamos en el New England Journal of Medicine un artículo que explicaba los detalles y presentaba análisis nuevos de la respuesta de las células malignas al fármaco. Tuvo un cierto eco en los medios ingleses al ser uno de los primeros de este tipo hecho en nuestra área.
Esto es un ejemplo de lo que llamamos tratamientos personalizados, el futuro (casi el presente) de la medicina: estudiar genéticamente a un paciente para poder elegir los compuestos que tienen más posibilidades de serle útiles y con menos efectos secundarios. En el caso que nos ocupa, tuvimos suerte porque ya existía uno específico en el mercado que se usaba para una cosa diferente, pero esto no suele suceder. Para que estas nuevas terapias realmente funcionen es necesario construir una biblioteca de compuestos lo más amplia posible donde podamos buscar la combinación adecuada para cada individuo y cada situación.
Hay más obstáculos. Uno de los hallazgos de nuestro estudio es que el fármaco no ha actuado de la manera que se suponía. Ha funcionado, sí, pero no a través del mecanismo esperado. Gracias a este paciente, pues, hemos descubierto que el compuesto hace cosas desconocidas. Es un poco frustrante que a pesar de todos los estudios previos, que son muchos, aún no seamos capaces de predecir del todo qué pasará cuando damos una pastilla a una persona. El cuerpo humano funciona como una máquina perfectamente conjuntada que no podemos reproducir en el laboratorio, y por eso a menudo hay sorpresas. En este caso era buena, pero no siempre es así. Hace poco se ha publicado que un tratamiento efectivo para detener el glioma, un cáncer del cerebro, puede él mismo inducir mutaciones que en algunos casos llevarán a una recaída. Es otro ejemplo de una sustancia a la que se le descubre un efecto inesperado cuando se empieza a administrarla. De hecho, las recaídas, por un motivo u otro, son el talón de Aquiles de muchos fármacos de la nueva generación.
ES OBVIO QUE necesitamos seguir investigando. A pesar de que, globalmente, la supervivencia al cáncer no para de aumentar, aunque no entendemos del todo el efecto de los medicamentos, especialmente a largo plazo. Es importante descubrir cómo aparecen las temibles resistencias y qué alternativas tenemos. El ejemplo que he explicado hoy demuestra que la medicina básica (la de laboratorio ) y la clínica pueden trabajar juntas para conseguir recortar considerablemente el tiempo que pasa entre un descubrimiento y el momento en el que los enfermos se benefician de él, que hasta hace poco era de décadas. De la misma manera que nosotros podemos ayudar a los pacientes, ellos nos proporcionan el material necesario para poder encontrar estas respuestas que nos preocupan. Al final, todos salimos ganando.
El tratamiento del cáncer ha avanzado muchísimo en los últimos 20 años y tiene unos efectos positivos innegables, pero el trabajo no está ni mucho menos acabada. Necesitamos más tiempo, también dinero y, sobre todo, paciencia, que es lo que más cuesta pedir a quienes necesitan soluciones inmediatas. Pero es indudable que acabaremos encontrando la manera de controlar permanentemente todos los cánceres. Y lo veremos en un futuro próximo.