He aquí un misterio biológico que lleva siglos acompañándonos: ¿por qué dormimos? La Evolución no hace las cosas a la ligera. Si los animales superiores tenemos la necesidad de desconectar un número importante de horas al día, tiene que haber una buena razón. Y debe ser muy poderosa, porque durante casi un tercio de nuestra existencia nos convertimos en víctimas vulnerables que pueden sucumbir a depredadores y competidores. No tiene mucha lógica, sobre todo si pensamos que la selección natural solo favorece las características que nos hacen reproductivamente más eficientes. Esta, claramente no es una de ellas. La única explicación posible es que los beneficios deben superar con creces los riesgos para nuestra supervivencia que puede generar esta indefensión recurrente a la que nos sometemos cada noche. Dormir, por tanto, debe tener una función primordial en nuestra existencia. ¿Pero cuál?
Aunque se ha dicho que podría tener relaciones con el sistema inmunitario o el metabolismo, hace tiempo que se sospecha que la principal implicación debe estar relacionada con el cerebro. Se han publicado muchos estudios que relacionan el rato que pasamos descansando con funciones cerebrales complejas como la memoria. No es solo un dicho de la sabiduría popular: está comprobado científicamente que el sueño ayuda a fijar los recuerdos, por ejemplo, y es por tanto una buena manera de asegurarnos que retenemos lo que hemos aprendido durante el día. Pero esto no es suficiente. Seguro que la Evolución nos hubiera preferido desmemoriados y que a cambio invirtiéramos el tiempo ahorrado en cosas útiles, como por ejemplo fabricar más descendientes.
Un artículo publicado hace unos días en la revista Science nos propone una posible solución: dormir sirve para lavar el cerebro. Literalmente. Los investigadores responsables del trabajo, de la Universidad de Rochester, en Nueva York, han visto que durante el sueño eliminamos todos los productos secundarios tóxicos que se acumulan durante la utilización normal de las neuronas. Han llegado a esta conclusión partiendo de unos datos que ellos mismos habían descubierto el verano pasado: la existencia de una red microscópica de tubos que recorría el cerebro de una punta a otra y transportaba líquido cefalorraquídeo (el que llena las cavidades del cerebro) cargado de residuos. Hasta entonces no se había visto nada parecido, aunque es una función de mantenimiento equivalente a la que hace el sistema linfático en el resto de órganos del cuerpo. El problema es que para que este sistema de recogida de suciedad cerebral funcione es precisa mucha energía, lo que hizo pensar a los científicos que impediría que estuviera en marcha a la vez que las funciones cerebrales conscientes. Intrigados, decidieron estudiar qué ocurría durante el sueño.
De esta manera obtuvieron estos nuevos resultados, usando ratones que dormían con la cabeza dentro de un microscopio, lo que permitía seguir los flujos dentro de sus cráneos de un líquido con una tinción especial que les había sido inyectado antes. De noche, este marcador se eliminaba rápidamente del cerebro, mientras que cuando estaban despiertos el proceso de drenaje prácticamente se detenía. En la fase de limpieza, el cerebro de los ratones era capaz de expulsar incluso dosis extra de la proteína ß-amiloide, la que sabemos que cuando se acumula puede formar las placas que dan lugar a la enfermedad de Alzheimer. Y aquí viene un dato interesante: las demencias normalmente se asocian a problemas en los patrones del sueño. ¿Podría ser que eso provocase una acumulación de residuos que participaran en el establecimiento de estas enfermedades? ¿Si no dormimos bien, tenemos más riesgo de sufrir algún trastorno cerebral? Y al revés: ¿dormir nos protege de ciertas patologías? ¿Nos entra sueño automáticamente cuando se acumulan más residuos en el cerebro, por ejemplo al final de la jornada?
Hace unos años leí en una revista científica importante un artículo que hablaba de un experimento hecho con ratones a los que se les impidió dormir durante una serie de días. Contra todo pronóstico, los animales se volvían más atentos y espabilados. Es el único estudio que he visto que va en contra del dogma (y la lógica) que da al sueño un papel imprescindible en el funcionamiento del cerebro de los vertebrados. Me pareció una teoría tan fantástica que incluso la hice servir de base para una novela, que ha acabado nominada este año en un premio de ciencia ficción. Los trabajos que hemos comentado hoy, como la mayoría, apuntan hacia otro lado. De hecho, son un paso adelante muy importante en nuestra comprensión biológica y molecular de este hecho tan intrigante que es el sueño, aunque posiblemente no sean la única explicación. Aunque dejan muchos interrogantes en el aire. El próximo que me gustaría que contestaran los neurobiólogos es: ¿por qué demonios soñamos?