Hace unos meses hablaba en estas páginas de la obesidad y destacaba el hecho de que engordamos principalmente porque ingerimos más calorías de las que nuestro organismo necesita. Citaba también razones genéticas, culturales, psicológicas e incluso evolutivas que pueden contribuir de manera decisiva a desequilibrar la balanza. Inesperadamente, acaba de aparecer otra: los microbios. Unos resultados publicados recientemente en la revista Science apuntan hacia estos minúsculos compañeros de viaje como mediadores de una parte de los problemas de peso de la sociedad moderna.
Antes de entrar en materia debemos tener presente que las bacterias que causan infecciones son solo un 1%. La inmensa mayoría no representan un problema de salud, al contrario: con muchas de ellas mantenemos una sana relación de simbiosis, hasta el punto de que nos protegen de sus parientes malos o nos ayudan a digerir ciertos alimentos (la piel y el tubo digestivo son precisamente los dos órganos que más bacterias buenas contienen). Se sabe que por cada célula nuestra en el cuerpo hallamos cuatro suyas. Es decir, los humanos somos pequeños ecosistemas móviles habitados por millones y millones de microbios. No es extraño, pues, que participen en procesos tan importantes como el balance energético.
Los experimentos que mencionaba al principio, realizados por un grupo de biólogos de la Universidad de Washington, en Misuri, son de diseño simple pero de consecuencias importantes. Los investigadores comenzaron tomando muestras de las bacterias que viven en los intestinos de cuatro parejas de gemelos idénticos y en las que uno estaba obeso y el otro no. Esto demuestra, para empezar, que la genética no lo es todo: el hecho de que estos hermanos tuvieran exactamente el mismo ADN no impedía que hubiera divergencias importantes en su índice de masa corporal. El siguiente fue dar a comer estas bacterias a ratones que habían crecido en condiciones estériles. Después de un tiempo se observó que, a pesar de seguir la misma dieta, el ratón que había sido colonizado por las bacterias del hermano grueso engordaba, mientras que el otro mantenía un peso equilibrado. Eliminadas la genética y la dieta, la culpa de las diferencias solo podía ser de los microbios que tenían en los intestinos.
A continuación los investigadores repitieron el experimento, pero esta vez poniendo los ratones en la misma jaula desde el principio (la primera vez los habían mantenido separados). Curiosamente, el resultado fue que entonces ninguno de los dos engordaba. La explicación es que de esa manera los ratones intercambiaban microbios, cosa muy normal cuando comparten espacio porque suelen comerse los excrementos de sus compañeros. Las bacterias que venían del hermano delgado predominaban sobre las otras y ayudaban a mantener el peso equilibrado. Lo más sorprendente fue que si se cambiaba el régimen normal de los ratones por uno rico en grasas las diferencias volvían a aparecer a pesar de la cohabitación.
¿Qué conclusiones podemos sacar de estos datos? Primero, que las personas obesas han adquirido una flora intestinal particular, y eso parece que ayuda a perpetuar el desequilibrio corporal. La razón podría ser que los microbios les permiten extraer mejor los nutrientes de los alimentos y eso hace que les entren más calorías. Pero es un fenómeno en principio reversible, al menos en ratones: introducir las bacterias delgadas en los intestinos podría neutralizar estos efectos y quizá reducir la tendencia exagerada a engordar que tienen algunos individuos. Antes de cantar victoria debemos recordar que la dieta sigue teniendo la última palabra, ya que los experimentos nos demuestran que cambiar de bacterias no serviría de nada si no lo acompañáramos de una alimentación saludable. Pero por lo menos parece que la microbiología nos podría echar una mano en el proceso de adelgazar. Es posible que tratamientos de este tipo no tarden mucho en ofrecerse al público, incluso antes de que se hayan hecho las pruebas clínicas adecuadas, como suele ocurrir cuando el impacto social y económico de un tema es tan elevado.
La obesidad es un problema muy serio de los países desarrollados, y tiene un efecto mayúsculo en la salud pública. La historia y el sentido común nos dicen que cambiar los hábitos alimentarios de una población es más complejo (y menos satisfactorio) que encontrar una píldora que haga el trabajo sucio. Por eso estudios como el que hemos comentado pueden representar avances importantes si se saben aprovechar bien. Hay muchos científicos atacando el problema desde diferentes ángulos y seguro que encontrarán más de una solución. De momento, y hasta que no vengan las bacterias al rescate, la mejor estrategia sigue siendo comer de la forma más equilibrada posible y hacer ejercicio.