Los humanos no habríamos llegado tan lejos si no hubiéramos desarrollado una manera extremadamente efectiva de comunicarnos. Es sorprendente que hayamos creado una herramienta tan compleja como el lenguaje, pero quizá todavía es más espectacular que esto nos haya definido a nosotros y a nuestro mundo. Supongo que esta fascinación por el impacto que tienen las palabras en el desarrollo del ser humano me viene de haber descubierto a Wittgenstein y la filosofía del lenguaje durante la adolescencia, gracias al entusiasmo de uno de mis profesores. En este sentido, son muy interesantes las discusiones en torno a si el lenguaje es un concepto innato o cómo determina nuestra manera de pensar. Todavía nos quedan muchas dudas por resolver, pero lo que sí está claro es que los humanos somos los seres vivos que interactuamos de la manera más refinada y, quizá en parte debido a esto, los únicos capaces de entender realmente el entorno que nos rodea.
Pero las palabras no lo son todo. Los mensajes entre los seres vivos de este planeta toman formas muy diferentes y son esenciales para mantener el equilibrio biológico de los ecosistemas. Incluso las plantas los necesitan: hace tiempo que se sabe que utilizan sustancias químicas para favorecer el crecimiento de sus vecinas, defenderse de las plagas e incluso para atraer a los insectos que las polinizarán. Hace poco se publicaba un artículo en BMC Ecology que proponía que, además, puede que también usen unas minúsculas ondas de sonido para hablar entre ellas, y que eso las ayude a crecer. Es una de las primeras pruebas serias de la existencia de una comunicación de base acústica en el reino vegetal, más allá de los estudios sobre si la música clásica hace florecer los geranios.
También es curioso descubrir que nosotros podemos transmitir información muy compleja sin utilizar el lenguaje. Un estudio reciente de la revista Current Biology demostraba que existe un sofisticado sistema de intercambio no verbal entre una mujer y la criatura que lleva en brazos. Es un fenómeno que de momento se ha observado tanto en humanos como en ratones: cuando la madre pasea a su hijo que llora o está agitado, automáticamente se pone en marcha una respuesta bioquímica que incluye una ralentización del latido cardiaco del niño, seguido de una relajación general y, a la larga, la disminución del llanto. Este proceso necesita movimiento, porque solo coger o balancear a la criatura no es suficiente para desencadenarlo. El efecto calmante del paseo es un hecho que muchos padres han experimentado en primera persona, no es una novedad, pero esta es la primera vez que se estudian las consecuencias físicas con tanto detalle. Incluso han conseguido deducir que el responsable de estos cambios es, en gran parte, una activación del sistema parasimpático y que el cerebelo juega un papel importante
¿Por qué nuestros cuerpos son capaces de interpretar intuitivamente unos estímulos motores que les llegan de fuera y contestar con una enrevesada cadena de reacciones a nivel fisiológico? Parece que la selección natural podría haber empujado a desarrollar esta sinergia protectora, que funcionaría en los dos sentidos: por un lado, la madre tendría una forma rápida de tranquilizar a los hijos, y por el otro, el hecho de que estos se calmasen favorecería que pudieran ser trasladados más fácilmente cuando hubiera necesidad (sin atraer la atención de los depredadores, por ejemplo). Que sea un fenómeno común en especies tan separadas evolutivamente como los ratones y los humanos nos indica que, efectivamente, debe haber tenido un impacto importante en la supervivencia. Pero si pensamos un poco, también demuestra que un mecanismo biológico de defensa puede ser un comunicador mucho más poderoso que las palabras. ¿Se les ocurre una manera más bonita de definir conceptos tan intangibles como paternidad, seguridad, confianza o vínculo?
En la famosa séptima proposición del Tractatus, Wittgenstein dice que «lo que
no se puede hablar, más vale callar», lo que, por extensión, implica que el lenguaje de la voz refleja, define y limita el universo en que vivimos. Él mismo renegó de algunas de sus teorías iniciales cuando más tarde escribió las Investigaciones filosóficas, y quizá viendo que poco a poco vamos descubriendo que la comunicación entre individuos puede seguir caminos puramente biológicos, independiente de la rigidez que nos imponen las palabras, acabaría reconociendo las limitaciones del lenguaje para representar la complejidad de todas las interacciones entre los seres vivos y el entorno. Quizá incluso propondría que hay conceptos que, a pesar de ser propios de nuestro mundo, son prácticamente imposibles de transmitir solo con palabras.
El Periódico, Opinión, 20/04/13. Versió en català.
no se puede hablar, más vale callar», lo que, por extensión, implica que el lenguaje de la voz refleja, define y limita el universo en que vivimos. Él mismo renegó de algunas de sus teorías iniciales cuando más tarde escribió las Investigaciones filosóficas, y quizá viendo que poco a poco vamos descubriendo que la comunicación entre individuos puede seguir caminos puramente biológicos, independiente de la rigidez que nos imponen las palabras, acabaría reconociendo las limitaciones del lenguaje para representar la complejidad de todas las interacciones entre los seres vivos y el entorno. Quizá incluso propondría que hay conceptos que, a pesar de ser propios de nuestro mundo, son prácticamente imposibles de transmitir solo con palabras.