Decir que el cerebro humano es una caja oscura llena de misterios insondables es un tópico que poco a
poco va dejando de ser cierto. Un ejemplo. Unos investigadores de la Universidad de Kioto publicaban en la revista Science hace unas semanas un método para analizar lo que nos pasa por la cabeza cuando dormimos. Con aparatos de resonancia magnética, herramientas que hace años que se utilizan en medicina, habían grabado un mapa de las regiones cerebrales que se encendían en un momento dado del sueño. Entonces habían despertado a los voluntarios y les habían preguntado qué habían soñado. Después de correlacionar los patrones de actividad neuronal con las imágenes que les describían, los científicos acertaban con un 60% de éxito los contenidos de sueños posteriores. No es todavía una «máquina de leer sueños», como proclamaron algunos titulares, pero sí una forma primitiva de deducir su contenido a partir de información obtenida con técnicas de imagen tradicionales.
Intentar descifrar qué hay dentro de la mente de alguien es una obsesión muy antigua. No solo científica: se han escrito miles de páginas de ficción (yo mismo soy responsable de algunas) especulando sobre qué pasaría si pudiéramos acceder a los pensamientos de los demás. Hasta hace poco eran conjeturas que requerían imaginación, pero esto está cambiando a marchas forzadas. De hecho, el artículo que hemos mencionado no es el primer estudio funcional de neuronas que de alguna manera se mete en el interior de nuestra mente. Hace unos dos años que, usando sistemas similares, se puede deducir qué concepto está recordando alguien, siempre y cuando esté sacado de una lista limitada de opciones que se le ha dado antes. En el campo de las sensaciones, en un estudio del último número del New England Journal of Medicine se determinaban los patrones cerebrales correspondientes a la respuesta a diferentes estímulos dolorosos, de relativamente leve a muy intenso, lo que permite predecir con un 93% de acierto si una persona experimenta dolor o no. Esto nos permitirá cuantificar el sufrimiento sin necesidad de comunicación.
Son avances interesantes que marcan el camino a explorar, y los límites no paran de ensancharse. El pasado octubre, unos investigadores belgas compararon las ondas que circulan por un cerebro despierto y uno dormido, y con ello pudieron medir la actividad neuronal de personas en diferentes grados de estado vegetativo. Se puede decir que definieron el patrón eléctrico que determina algo tan complejo como si estamos conscientes o no. Poco después se publicaba un estudio funcional del cerebro de 12 cantantes de rap mientras improvisaban rimas o bien leían unas escritas anteriormente. Así se descubrió qué zonas usamos en momentos que requieren más creatividad. Y hace unos días, otro artículo en Science enseñaba los cambios que provoca en el cerebro escuchar una pieza de música nueva, y cómo esto predice si la persona está dispuesta o no a gastarse dinero en comprar el MP3 en cuestión. ¿Qué podemos concluir de todos estos trabajos? Sobre todo, que pensamientos, sensaciones e ideas no son invisibles y que ya tenemos cámaras, quizá aún rudimentarias, para fotografiarlos.
A esto tenemos que añadir una nueva herramienta, que la semana pasada presentaban unos investigadores de la Universidad de Stanford en la revista Nature. Se llama Clarity y permite estudiar las redes de neuronas en su formato tridimensional original. Eliminando con este procedimiento las grasas que forman buena parte de la estructura del cerebro, ahora podemos ver mejor las neuronas y cómo se conectan entre ellas, lo que algunos han definido como el «cerebro transparente». Este método será de mucha utilidad para identificar las autopistas que proporcionan el sustrato físico para toda la actividad que podemos grabar con las técnicas descritas anteriormente. Las posibilidades son ilimitadas.
No nos queda más remedio que aceptar la (para algunos insostenible) tangibilidad del ser. Y es que todavía nos cuesta hacernos a la idea de que cualquier actividad de nuestro cuerpo, incluso las que pertenecen al misterioso reino de la mente, tiene unas raíces definidas en el mundo físico. Desde un punto de vista biológico, actos tan diferentes como mover un brazo o crear un poema tienen la misma base bioquímica aunque impliquen habilidades intelectuales en extremos opuestos del espectro y, en uno de los casos, únicas de nuestra especie. Por tanto, los procesos que definen el pensamiento deben ser tan medibles y cuantificables como cualquier otro. Los experimentos que hemos comentado hoy se pueden considerar como la prueba de que, dentro de un tiempo no muy lejano, tendremos la capacidad de mirar, y quizá manipular, qué hay dentro de nuestro cerebro. Tendremos que ver qué uso hacemos de un poder tan grande.