[En pleno descanso estival del artículo de Opinión de El Periódico, aprovecho para comentar la llegada del Curiosity a Marte...]
Si en los años 70 hubiéramos preguntado a un niño cómo se imaginaba el siglo XXI, la mayoría habrían incluido en su visión de futuro al menos una base en Marte. Muchos seguro que veían incluso ciudades enteras y la posibilidad de pasar las vacaciones haciendo castillos de arena roja. Es lógico: los que hemos crecido con Star wars como referente cultural y con la llegada del hombre a la Luna como un hito reciente siempre hemos dado por descontado que conquistaríamos el espacio y que, además, no tardaríamos mucho. El primer paso de esta expansión, después del ensayo lunar, debía ser por fuerza nuestro vecino Marte, mucho más asequible que el inhóspito Venus y todos los demás planetas lejanos del sistema.
Marte siempre ha fascinado a los humanos, quizá por ser tan cercano y a la vez tan desconocido. Nuestros bisabuelos podían especular sobre sus habitantes y sufrir por una invasión tan realista como la que H.G. Wells describía en La guerra de los mundos. Después fuimos aprendiendo más cosas y nos dimos cuenta de que, por suerte o por desgracia, estaba vacío. Así se borraba la última oportunidad de tener compañía inteligente en este rincón de la galaxia y pasábamos a imaginar el planeta rojo como un segundo hogar que esperaba pacientemente a sus colonos. Este es mi Marte: el de Las crónicas marcianas de Ray Bradbury o la trilogía de K.S. Robinson. Una tierra de oportunidades.
La llegada del Curiosity al cráter Gale es un avance científico importante, sin duda, pero también la constatación de cuan improbable es que la generación X llegue a ver nunca una huella humana sobre el óxido de hierro que da el color rojizo al planeta. La NASA nos lo había anunciado como prioridad durante décadas, pero en el 2010 el presidente Obama ya avisaba de que deberían pasar al menos 20 años para que un hombre orbitase alrededor de Marte (y quién sabe cuánto hasta que pudiera aterrizar). Tal y como están las cosas, eso suena demasiado optimista. Todavía hay que resolver problemas importantes, como la adaptación física y psicológica a un entorno aislado y con gravedad y luz diferentes de las nuestras, la exposición a los rayos cósmicos o cómo planificar el viaje de vuelta. Y luego, cómo sobrevivir periodos largos en un terreno prácticamente baldío. Quizá gracias a la información que compilará el Curiosity nuestros hijos tendrán más suerte y verán el sueño convertido en realidad.
Hemos enviado sondas a otros planetas, más de una docena de ellas a Marte, pero esta es la más avanzada de todas. De momento deberemos conformarnos con esto. La crisis nos obliga a replantearnos las prioridades, y es evidente que podemos hacer cosas más útiles con el presupuesto que tenemos que no viajar por el espacio. Pero no deja de ser una decepción que en el 2012 sea un robot y no un astronauta quien nos comunique vía Twitter que ha aterrizado sano y salvo en la superficie de Marte.