El año pasado por estas fechas estábamos poniendo el grito en el cielo. Los diarios llenaban las portadas con noticias de una gripe que no parecía nada del otro jueves. Mientras tanto, los gobiernos enviaban mensajes confusos y la gente solo veía que se había malgastado un montón de millones en unas vacunas que no usaríamos nunca. Unos meses después, la crisis de la gripe A parecía olvidada. Solo quedaba en la memoria colectiva un sentido de estafa que no se correspondía mucho con el peligro potencial que había habido, ni con todos los esfuerzos coordinados para prepararnos para el peor de los casos, que por suerte nunca llegó. Se ha escrito mucho sobre este tema y se ha discutido hasta el agotamiento sobre quién tenía razón. No vale la pena seguir dándole vueltas: es más importante mirar hacia adelante y asegurarnos de que la próxima vez lo haremos todos mejor.
Actualmente estamos de lleno en la temporada de gripe estacional, la que nos llega de forma puntual cada año. La mayoría de casos de gripe de este invierno se asemejan bastante a los de la pandemia del 2009-2010. El responsable es en buena parte el virus H1N1, en una versión ligeramente diferente. Por eso las vacunas anteriores no nos sirven. La diferencia principal es que esta vez nadie está haciendo mucho caso, si exceptuamos alguna noticia perdida en las páginas interiores de los diarios. Y en cambio, el brote es hasta cuatro veces más intenso que el de la temporada pasada y está muriendo más gente. ¿Por qué no se dice casi nada de todo esto? Probablemente sea responsable de ello la saturación mediática de la vez anterior. Ni las autoridades quieren que se las vuelva a acusar de gritar «que viene el lobo» ni el público quiere oír hablar más de ello.
Lo cierto es que el papel de los gobiernos a la hora de preparar una campaña sanitaria para afrontar la gripe no es nada simple. Hay que predecir la intensidad del brote y comprar suficientes vacunas para proteger a la población de riesgo. Quizá no haya para todos los que las necesitan, como está pasando este año en algunos lugares. El problema es que no siempre se sabe cuán agresivo será el virus, especialmente si es nuevo, y esto puede provocar importantes errores de cálculo. Por ejemplo, en el Reino Unido ha habido un exceso de confianza que ha conducido a no hacer campaña para que la población se vacune. Pero debido a los recelos generados durante la última pandemia, menos gente de la habitual ha ido estos meses a ponerse la inyección. Algo parecido hemos visto aquí.
El resultado ha sido que la gripe estacional se ha esparcido a una velocidad espectacular. Esto es debido a que, si no se vacuna un porcentaje mínimo de la población, perdemos lo que se denominainmunidad de rebaño, es decir, la capacidad de frenar la propagación de un virus porque hay bastante gente que es resistente al mismo. En vez de enfrentarse a este problema tan pronto como se detectó, la estrategia de algunos gobiernos ha sido intentar evitar críticas de exceso de celo y suponer que esta gripe sería relativamente leve. Pero lo que está en juego es mucho más que el buen nombre de un ministerio o un grupo de expertos. Hay que ser más agresivos, porque la mayoría de la población de riesgo no se da cuenta de que, más allá de una elección personal, vacunarse es también un acto altruista y de respeto hacia la sociedad. Y aquí deberíamos incluir al personal sanitario, que a menudo suele pasar por alto este hecho.
Se pueden aprender muchas lecciones de cómo se ha gestionado la respuesta a las últimas gripes. Quizá la más importante es que no podemos tomar decisiones de sanidad pública sin implicar al público. Parece una obviedad, pero los hechos demuestran que aún no lo hemos resuelto. Si quienes mandan no son capaces de comunicar con claridad qué está pasando, sin los alarmismos del año pasado ni los silencios de este, solo conseguiremos generar desconfianza. Esto va más allá de una cuestión de satisfacción de los clientes, que en este caso somos todos nosotros: nos estamos jugando la salud. Es muy difícil hacer que una población se vacune si no se consigue transmitir la idea de que la vacuna es necesaria.
Un plan de inmunizaciones coherente y razonado es clave para frenar cualquier epidemia, y por eso primero hay que explicar bien al público su importancia. Todavía existe la idea errónea de que las vacunas son peligrosas y que algunas pueden causar problemas irreversibles como el autismo. Los científicos han demostrado más allá de cualquier duda razonable que no es así, pero las leyendas urbanas a veces tienen más peso que la ciencia. Quizá algún día aprenderemos a escuchar a los expertos y no a quienes gritan más. Será preciso que nos esforcemos todos para conseguirlo.
La gripe puede ser mortal en un 15% de los casos. Cierto es que las víctimas, normalmente, no se cuentan por miles como podría pasar en el caso de una pandemia grave. Pero esto no es ninguna excusa. Toda muerte es una desgracia, pero las evitables son además una tragedia.
El Periódico, Opinión, 29/01/11. Versió en català.