Podríamos dar un
montón de cifras deprimentes, pero quizá la más significativa es que, en
los dos últimos años, el Gobierno central ha reducido un 34% los fondos
que destina a I+D. Por si había que añadir más leña al fuego, la
inversión de las compañías farmacéuticas en investigación en España ha
caído por primera vez en una década, una consecuencia hasta cierto punto
previsible de la crisis. No podemos esperar, pues, que el dinero
privado cubra, ni siquiera en parte, las graves deficiencias de la nueva
financiación pública. De acuerdo con que se debe proteger al máximo la
sanidad, la educación y otras áreas esenciales, pero no a costa de
decapitar el futuro de la ciencia. Esto es contraproducente para todos.
En un país donde hay un buen número de grupos de calidad excepcional,
que posiblemente acapararán los pocos medios disponibles si se utilizan
criterios puramente de excelencia para repartirlos, lo que ocurrirá es
que los científicos que ahora emergen y empiezan a establecer sus grupos
de investigación no podrán acceder ni a las migas del pastel. ¿Qué
opción les quedará?
Hace poco recibí un tuiteo de un estudiante
de ciencias que decía que se deprimía cuando veía el futuro laboral que
le esperaba. Le contesté que no se desesperase, porque algún día las
cosas cambiarán. Y que, mientras tanto, la opción de salir fuera sigue
siendo válida. Esta es la realidad: el país está en plena travesía del
desierto y no se vislumbra un final cercano. La consecuencia podría ser
perder toda una generación de científicos. La fuga de cerebros de hace
unas décadas será solo un ensayo comparado con la que puede venir ahora.
El Gobierno no se da cuenta porque, reconozcámoslo, en España la
ciencia nunca ha sido prioritaria. Queda demostrado con el hecho de que
el Reino Unido tiene 82 científicos con Nobel y España solo dos (y uno
de ellos hizo carrera en el extranjero). Me gustaría ser menos negativo,
pero los datos no invitan a una previsión demasiado alegre.
Todos
podemos contribuir con algún granito de arena a cambiar esta tendencia
siguiendo el ejemplo británico. En Catalunya, por ejemplo, tenemos La Marató de
TV-3, que este año recoge dinero para luchar contra el cáncer.
Permítanme que aproveche las últimas líneas para hacer un
publirreportaje, porque creo que es una iniciativa que merece todo
nuestro apoyo, sobre todo ahora. No compensará la falta de un sistema de
apoyo social constante a la investigación como el que tienen en el
Reino Unido, pero su impacto es clave para construir un futuro mejor.
A
PESAR DE QUE ninguno de los donativos acabará en mi laboratorio, soy
parte interesada en el tema por varias razones. Como investigador, sé
que los fondos que recaude La Marató serán un salvavidas que
permitirá que sobrevivan una serie de proyectos interesantes en una
época de especial incertidumbre para la investigación en nuestro país.
Como ciudadano, me interesa la riqueza que la ciencia aportará al país y
también avanzar lo más rápidamente posible en el diseño de nuevas
terapias contra el cáncer. Y como escritor, estoy metido porque he
contribuido al libro de La Marató, que precisamente gira en torno
al concepto de solidaridad que citaba al principio. Al honor que
representa participar, debo añadir el placer de ver mi texto junto al de
nombres consagrados de las letras catalanas como Sebastià Alzamora,Maria Barbal o Josep Maria Fonalleras.
Haga un esfuerzo. Compre el libro o el disco y mire TV-3 y envíe lo que
pueda en un par de semanas. Es una de las mejores soluciones en estos
momentos para ayudar a nuestra ciencia a salir del bache en el que la
han metido los políticos.
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