martes, 26 de diciembre de 2017

Los alienígenas entre nosotros

Estos días he estado repasando la reciente trilogía de películas de Star Trek con mi hijo y no he podido evitar envidiar a esta generación que crece entre efectos digitales que fabrican mundos y especies alienígenas de una veracidad incuestionable. Todo lo que se ha perdido del romanticismo de los decorados de cartón piedra y los extras disfrazados con trajes de goma y prótesis de porexpan se ha ganado en espectacularidad y dinamismo. Pero algo que no ha cambiado en todas las décadas que el capitán Kirk y su tripulación han estado explorando el espacio profundo es que la mayoría de extraterrestres que allí se encuentran son antropomórficos. Esto, que al principio se habría podido justificar por la falta de presupuesto y tecnología, ahora hay que verlo como la consecuencia directa de las dificultades que tiene especular sobre la vida en un formato distinto al que encontramos en la Tierra.

Las limitaciones son aún mayores si nos adentramos a nivel microscópico, porque allí desaparece la gran diversidad que hay a simple vista: todos los seres vivos que conocemos, sin excepciones, utilizan el mismo tipo de información, almacenada siempre en moléculas de ADN. No conocemos ninguna otra manera de construir vida, por lo que nos cuesta imaginar alternativas cuando concebimos habitantes de otros sistemas solares y debemos pensar cómo serían a nivel bioquímico. ¿Cómo lo habrían hecho los klingons o los romulanos? ¿Habrían evolucionado a partir de un compuesto con unas propiedades estructurales similares al ADN o habrían utilizado una premisa totalmente distinta?

El azar y una evolución de millones de años han hecho que todos los terrestres nos rijamos por un código forjado a partir de solo cuatro unidades básicas. Así como los ordenadores utilizan un alfabeto binario, formado por unos y ceros, para guardar datos los seres vivos disponemos de cuatro piezas, que tienen más flexibilidad y capacidad que el más poderoso de los discos duros disponibles. Las llamamos A, T, C y G, por las iniciales del nombre que hemos dado a las moléculas que forman el ADN. Las 64 variaciones posibles de grupos de tres de estas unidades representan unas órdenes biológicas que se traducen en 20 aminoácidos, las piezas que permiten a la célula construir millones de proteínas diferentes. Son las proteínas las que hacen todas las funciones esenciales para la vida y definen cómo será cada organismo.

¿Pero y si jugásemos a guionistas de Star Trek y nos preguntáramos qué pasaría si intentásemos saltarnos las rígidas normas combinatorias de nuestro código genético cuaternario? ¿Y si añadiéramos un par de letras? Aumentaría el grado de complejidad: las nuevas combinaciones disponibles nos permitirían usar más de 100 aminoácidos adicionales (muchos de ellos ya existen en la naturaleza) para fabricar nuevas proteínas. Así podríamos diseñar herramientas moleculares nunca vistas, que darían lugar a formas de vida que podrían ser absolutamente diferentes de las habituales. Y todo ello sin tener que salir del planeta.

Este hito ya es posible, al menos en teoría, desde finales del mes pasado. Es el tipo de descubrimientos que se echan en falta en las portadas de los diarios, no porque tengan posibilidad de curar enfermedades en breve, que a veces parece que sea lo único que nos interesa de la ciencia, sino por lo revolucionarios que son, conceptualmente hablando. Es un paso más que la edición genética, una revolución que sí ha cogido mucha popularidad, porque implicaría empezar de cero en lugar de solo cortar y pegar. Los responsables de este avance, un grupo de científicos del Scripps Research Institute, en California, han tardado 15 años en generar una bacteria que utiliza dos unidades más, totalmente nuevas, y así tiene un ADN de seis letras en lugar de cuatro. Encontraron la manera de engañar a la maquinaria celular que copia y repara el ADN y luego enseñar a la célula a leer el nuevo alfabeto para que utilizase la información para fabricar proteínas.

Esta bacteria, pues, no se parece a nada que haya existido. ¿Podemos ir más allá y crear un ser vivo utilizando un código genético completamente nuevo y una serie de aminoácidos diferente de los 20 habituales? Hay barreras técnicas que aún deberían superarse, pero no es impensable. Esto quiere decir que podríamos generar alienígenas de verdad, microbios (y, algún día, organismos complejos) que no tuvieran nada que ver con el resto de los habitantes del planeta, que no hubieran evolucionado a partir de nada conocido y que podrían seguir normas diferente de las que nos gobiernan al resto. Mejor que una película de Hollywood.

[Publicado en El Periódico, 16/12/17. Versió en català.]