lunes, 24 de octubre de 2016

Un Nobel caníbal

Esta ha sido la semana de los Nobel científicos (aún quedan por dar el de Literatura y el de Economía), el único momento del año que los investigadores somos tratados como famosos suficientemente dignos para salir en la portada de los periódicos. Esta semana también es el momento más temido por muchos periodistas, que deben esforzarse en hablar de temas terriblemente complejos solo con la ayuda de las muletas que proporcionan las notas de prensa de la Fundación Nobel.

Hay veces que cuesta bastante (explicar el de Física de este año es todo un reto, por ejemplo) y otros que el impacto es fácil de ver incluso por quienes no son expertos. El último Nobel de Fisiología o Medicina es de este último grupo. Se lo ha llevado una persona en solitario, algo poco habitual en esta categoría (solo ha pasado dos veces desde principios de siglo). Se trata del microbiólogo japonés Yoshinori Ohsumi y el motivo ha sido el descubrimiento de la autofagia. Por pocas nociones de griego que tengamos, es fácil deducir que este fenómeno está relacionado con el hecho de "comerse a uno mismo". ¿Qué significa este tipo de canibalismo cuando hablamos de células? Cuando hay una situación estresante, por ejemplo una falta importante de alimentos, cualquier célula reacciona defendiéndose de la mejor manera que sabe. Una opción puede ser 'reciclar' parte de su contenido para transformarlo en los nutrientes que tanto necesita y poder sobrevivir así hasta que las condiciones mejoren. Esto se llama autofagia. Naturalmente, la autofagia llevada al extremo puede llegar a destruir la célula afectada, lo que también puede ser conveniente para el organismo en ciertos momentos. Es pues un arma de doble filo que resulta muy útil para la supervivencia. Por ello, pese a que Ohsumi la estudió en las levaduras, se ha visto que casi todas las células tienen programados estos mecanismos. Si la autofagia falla pueden acelerarse problemas como el cáncer o la enfermedad de Párkinson.

Este año, algunos esperaban que uno de los Nobel fuese a descubridores del CRISPR-CAS9, un método simple y efectivo de manipulación genética que se ha popularizado y que puede llegar a trastocar muchos aspectos de la sociedad (ya ha revolucionado cómo trabajamos en los laboratorios). Curiosamente, este sistema se desarrolló a partir del descubrimiento original que hizo en los años 90 Francis Mojica, un microbiólogo de la Universidad de Alicante. Las esperanzas de que un español ganara un Nobel científico (que sería solo el segundo de la historia, tras Ramón y Cajal) de momento se han desvanecido, pero nunca se sabe qué pasará más adelante.

A diferencia de los Nobel de Literatura y, sobre todo, el de la Paz, que suelen ir rodeados de polémica y regirse por criterios no siempre objetivos, los premios científicos rara vez se pueden discutir. Suelen otorgarse a investigadores que han hecho méritos para recibir la medalla y que están esperando pacientemente. No he visto que nadie haya dudado de la calidad de un descubrimiento premiado en estas disciplinas. Como mucho, a veces ha habido quejas porque alguien que había contribuido de forma importante a un descubrimiento se había quedado fuera de la terna, pero esto es un problema inevitable cuando se han de escoger un máximo de tres nombres de un trabajo siempre multidisciplinar y multitudinario.

Pero, como en todos los premios, los jurados son humanos y susceptibles a presiones de todo tipo, sutiles o no. De la misma forma que los lobis de las productoras son esenciales para decantar los Oscar, también en el caso de los Nobel no es lo mismo si detrás de un científico hay universidades como la de Cambridge o la de Harvard (siempre presentes en el top 10 de todas las clasificaciones y, naturalmente, rellenas de Nobel), la universidad de Tokio (donde Ohsumi hizo sus principales descubrimientos y que está en el top 40) o las de un país, como el nuestro, que no tiene ninguna entre las 150 mejores.

En todo caso, el premio de Medicina de este año nos demuestra que un científico que estudia un organismo tan humilde como la levadura puede llegar a hacer descubrimientos capaces de cambiar la manera que tenemos de entender el mundo. Y, además, es la prueba de que los mecanismos básicos de la vida son transversales y compartidos entre todos los seres vivos de este planeta, desde los microbios más minúsculos los organismos tan complejos como los humanos. Es motivo suficiente para quedarse con la boca abierta un buen rato.

[Publicado en El Periódico, 9/10/16. Versió en català.] 

viernes, 14 de octubre de 2016

¿Es posible frenar el envejecimiento?

Este domingo podréis conseguir mi último libro, ¿Es posible frenar el envejecimiento? La ciencia en las fronteras de la vida comprando El País. Forma parte de una colección dedicada a la ciencia, que no se vende en librerías, y es un resumen de todo lo que sabemos actualmente sobre el envejecimiento, desde sus causas a las posibles intervenciones que podrían frenarlo. 

¿Podremos vivir más de 150 años? ¿Es posible la inmortalidad? Todo esto y mucho más, este domingo con El País, ¡no os olvidéis!


lunes, 10 de octubre de 2016

¿Dónde está la ciencia?

La temporada ha comenzado con polémica. El anuncio, hace unos días, de la nueva parrilla de la radio pública catalana disparó muchas quejas sobre la falta de espacios propios para la cultura, que se ha visto relegada a pequeñas secciones mientras los deportes ganaban horas de antena. En medio de este alboroto, el científico Miquel Tuson proponía en Twitter el 'hashtag #OnÉsLaCiència' para recordar que hay otra área menos representada en los medios. La comparación no es arbitraria: hace más de un siglo, Santiago Ramón y Cajal ya decía que la cultura y la ciencia son los dos pilares que nos diferencian de los animales. Y si la primera con frecuencia está marginada en muchos aspectos de la vida pública, la segunda es prácticamente invisible. Es increíble que no nos demos cuenta de que tan grave es una cosa como la otra.

Quizá estoy mal acostumbrado, porque aquí donde vivo, en el Reino Unido, las cosas son muy diferentes. La BBC tiene un canal de televisión dedicado exclusivamente a la cultura, en el que muy a menudo hay programas sobre ciencia (los británicos han entendido que es parte esencial de la educación). Pero no solo eso: la BBC-1 emite documentales excelentes a las horas de mayor audiencia (la semana pasada, por ejemplo, hicieron dos seguidos de física), que se alternan con naturalidad con seriales y 'realities'. En cambio, la iniciativa pública no destina ningún canal íntegramente a los deportes. Esto lo deja a las privadas.

Una de las consecuencias directas de invertir tiempo en explicar bien la ciencia en los medios es que la gente la entiende y la aprecia mucho más. Y esta concienciación social obliga a los políticos a dedicarle más presupuesto. Con tantos recursos se puede hacer investigación de muy alto nivel y, además, atraer talento de todo el mundo. Recordemos el caso de Guillem Anglada-Escudé, el astrofísico catalán que, en la Universidad Queen Mary de Londres, ha dirigido el grupo que recientemente ha descubierto el exoplaneta más cercano a la Tierra. El hecho de que haya habido 85 premios Nobel científicos en el Reino Unido y solo uno y medio en España es una medida del abismo existente entre los dos países en este tema.

Se podrían discutir estos datos con el argumento del huevo y la gallina: ¿qué ha de ser primero, el interés popular o la presencia mediática? Esta excusa se ha utilizado para afirmar que, para sobrevivir, los medios deben dar al oyente lo que reclama. Primero, esta afirmación podría hasta cierto punto ser cierta en el caso de las privadas, que deben cuadrar números a finales de mes, pero nunca para las públicas, que como principal objetivo no tienen el de ganar dinero sino proporcionar un servicio a la sociedad.

Un pueblo sin unos mínimos conocimientos científicos corre el riesgo de ser manipulado por estafadores y avispados, como vemos que ocurre con una frecuencia alarmante en nuestro país, con unos resultados que pueden llegar a ser mortales. Y segundo, ¿quién dice que la ciencia y la cultura no pueden ser atractivas y económicamente viables? Sky, el principal medio de pago en el Reino Unido, también tiene su canal cultural, Sky Arts. Si no fuera rentable, ya lo habrían cerrado hace tiempo.

El círculo vicioso de ignorancia/invisibilidad se puede romper, pero nos debemos esforzar todos. La solución no puede ser solo introducir píldoras en los programas generalistas, como se hace mayoritariamente ahora. Es un primer paso que había que dar para salir del pozo donde estábamos, pero ahora tocaría pasar pantalla. Tampoco basta con llenar de ciencia los canales secundarios o las madrugadas, aunque esto también tiene utilidad y en Catalunya se hace con un cierto éxito. Debemos sacarla de los guetos; por ejemplo, dándole espacio en las secciones de Opinión, como muy acertadamente hace este diario. Hay que seguir el ejemplo británico y colocar poco a poco programas interesantes en el 'prime time', para que la presencia de contenidos científicos se vea normal. Que se entienda que la ciencia puede ser entretenida sin dejar de ser rigurosa. Quizá perderá siempre la batalla de los porcentajes, pero poco a poco ganará adeptos y dejará de ser vista como algo incomprensible que hacen un grupo de tipos aburridos en las universidades. Esto sería una victoria inmensa.

Lo que digo sirve tanto para la ciencia como para la cultura. No tiene mucho mérito que las defienda, porque yo soy de los dos ramos. Lo que hace falta es que desde fuera también se escuchen quejas. Es como el célebre discurso de Martin Neimöller que denunciaba la cobardía de los intelectuales alemanes ante los nazis, aquel que comienza diciendo: «Cuando vinieron a buscar a los comunistas, yo no dije nada porque no era comunista». La historia termina cuando le vienen a buscar a él y ya no queda nadie que pueda alzar la voz. Aquí pasa lo mismo: ciencia y cultura son patrimonio de todos, y los tenemos que defender con uñas y dientes.

[Publicado en El Periódico, 10/09/16. Versió en català.]