Se acercan unas elecciones que probablemente definirán el futuro del país más allá de los cuatro años que habitualmente duran los ciclos políticos. Es normal, pues, que los votantes estemos meditando con especial cuidado qué opción nos conviene más, a la vez que los candidatos están redoblando los esfuerzos para hacer llegar su mensaje al máximo de gente. Pero debemos ser conscientes de que la democracia es más que eso, ciudadanos mayores de edad eligiendo el programa que más nos apetece entre todos los que nos presentan. Hay factores que hacen que no se trate simplemente de una elección basada en el libre albedrío y que, por tanto, podrían distorsionar los principios básicos de la democracia. El problema es que cuando los griegos diseñaron este sistema de gobierno hace unos milenios no tuvieron en cuenta un pequeño detalle: la biología.
Los humanos creemos que tomamos decisiones de una manera libre, pero en realidad el inconsciente juega un papel decisivo. En el caso que nos ocupa, hay estudios que demuestran que una serie de estímulos subliminales, la mayoría relacionados con las apariencias, pueden decantar una decisión política. Se ha comprobado, por ejemplo, que la imagen puede conseguir más votos que el currículum. Un artículo que causó revuelo, publicado en la revista Science en el 2004, demuestra que predecimos sin darnos cuenta la competencia de un candidato basándonos solo en su cara, no en su experiencia, y que esa valoración la hacemos rápidamente durante el primer segundo que estamos expuestos a la imagen de ese político. Es más: vieron que esto había influido de forma importante en los votos de las elecciones norteamericanas. Las primeras impresiones cuentan más de lo que pensamos.
Hay otro parámetro que también juega un papel clave: la voz. Hace tiempo que se sabe que tendemos a votar a los políticos con la voz más profunda, sean hombres o mujeres. A principios de agosto, un artículo publicado en la revista PLOS One lo confirmaba: bajando mecánicamente la frecuencia de la voz, los científicos conseguían que más voluntarios eligiesen un candidato en unas elecciones simuladas. Proponen que una de las razones sería que relacionamos automáticamente el timbre bajo con ser más fuertes, más capaces e incluso más honestos. Tiene una parte de lógica: la gravedad vocal es una señal que se corresponde con tener niveles más altos de testosterona, la hormona que se relaciona con la musculatura y la agresividad. Naturalmente, las cualidades de fuerza física tienen una utilidad mínima en la arena política actual, pero nuestro inconsciente las considera importantes en el liderazgo porque todavía se rige por los principios que funcionaban cuando vivíamos en cavernas. En aquella época, seguir a alguien que pudiera abrir de un garrotazo la cabeza del jefe de la tribu vecina era bastante conveniente. Hoy en día quizá nos convendría más fijarnos en otras habilidades, pero la realidad es que nos cuesta desconectar estos instintos.
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Los políticos lo saben, todo eso, ya sea por experiencia directa o por haber leído estos artículos. Solo teniendo en cuenta los elementos biológicos se puede entender que alguien con un discurso tan nefasto como Donald Trump haya podido llegar tan lejos en la carrera por la Casa Blanca, pongamos por caso. Las cualidades de macho alfa y la voz grave hacen mucho más por sus posibilidades de éxito que el programa que defiende, que no debería seducir a un conservador con dos dedos de frente. Y en nuestro país la biología también nos ayuda a explicar por qué cada vez hay más candidatos físicamente agraciados al frente de las listas. Nunca habíamos tenido unos carteles electorales con tantos hombres y mujeres que no desentonarían en un casting para una teleserie de sobremesa. No dudo de que hayan sido elegidos por sus partidos por sus capacidades políticas, como tampoco dudo de que su aspecto se ha tenido muy en cuenta. Sería estúpido no hacerlo.
Cuando dentro de unas semanas se publiquen los resultados de las votaciones, lo que veremos no será solo un recuento de independentistas y unionistas, o de conservadores y liberales, según el eje que usemos para hacer los baremos. Será también una instantánea de qué información ha sabido encontrar la persona que nos ha conseguido apelar mejor a los impulsos básicos. Porque el inevitable componente biológico que determina nuestras decisiones seguro que jugará un papel más importante de lo que quisiéramos a la hora de decidir qué votamos realmente cuando ponemos la papeleta en la urna. Seamos conscientes de eso y evitemos escoger a nuestros líderes por la cara bonita o por la voz más que por su potencial destreza a la hora de gobernarnos, aunque eso signifique no escuchar nuestros instintos. Sin duda, los resultados serán mucho mejores.